Por: Soledad Morillo Belloso
Ella iba bien. Su argumentación se basaba en una hipótesis (de suyo equivocada), pero bueno, al fin y al cabo cumplía el guión que debía seguir a pies juntillas. Todo se empasteló cuando se puso creativa, hizo dibujo libre y trató de edificar una metáfora, que es por cierto una de las figuras literarias más complejas de nuestro idioma. Por querer hacer una gracia le salió una morisqueta. Lo de sembrar acetaminofén, ayudado por las redes sociales, se convirtió en “trending topic” en cuestión de minutos. Y la señora, acaso en su apasionamiento, no vio el derrotero y cayó, con todo y callos intelectuales, por el barranco de una discursiva electoral que más bien lució como una escena de un sainete de escolástico de baja monta.
No es fácil hablar en público. Y mucho menos improvisar. Y en este danzón desgastado en que se ha convertido la política en Venezuela, abundan los entuertos paridos en momentos de pasión cuando la ocasión se viste de discurso. La señora me da lástima. Poca, pero lástima al fin. Y sólo espero que consiga superar con prontitud su enorme momento de ridículo y que le sea leve el chaleco de sus amigos, compañeros y ciudadanos en general. Sorprende -porque todavía hay cosas que nos sorprenden- que la autora de la memorable frase “sembrar el acetaminofén”, que pasará a la historia como aquel famoso chiste de la flatulencia de Atanasio, sea una profesional universitaria con título de doctorado en Ciencias de la Educación y que, empero, cometa semejante “gaffe” y sea, para completar, aspirante a representar a los ciudadanos en la Asamblea Nacional.
Claro está, me dirán algunos que para asillarse en el Hemiciclo Nacional no es necesario tener un Nobel, un Pullitzer o un Rómulo Gallegos. Y es cierto, no es requisito ser un catedrático. Urge sí tener diputados con varios dedos de frente y preparación suficiente como para cumplir lo que tan alta posición supone y demanda. Visto está que no basta exhibir un título obtenido váyase a saber en qué circunstancias. Quizás ha llegado la hora de imponer prueba de admisión, como ocurre en las universidades serias. Es insólito que alguien capaz de espetar tamaña necedad como “sembrar acetaminofén” pueda aspirar a una curul parlamentaria, quizás hasta lograrla y, no sería de abismarnos que acabara presidiendo alguna comisión que trate los asuntos de agricultura o de educación y cultura, a saber en cuál se y nos hundiría en más arenas movedizas con su arrogante ignorancia. La señora pudo salir de la suerte retractándose de su decir y hasta promoviendo su corrección. No lo hizo sino tardíamente y bajo presión del chaleco (o chalequeo) que superó las fronteras.
Los españoles tienen una frase de uso coloquial que reza “se acabó el arroz”, con la cual quieren significar que todo tiene un límite y que hay que bajar las persianas a la estupidez. Pues sí, a aspirantes como la señora hay que cerrarles el paso, con votos. Si en la AN no sentamos a gente realmente competente y capaz, no habrá de extrañarnos que el parlamento nacional, la casa de las leyes, por ejemplo nos obsequie en enero del año que viene la primera Ley Orgánica para la Siembra, Cultivo y Recolección del Acetaminofén, lo cual, a no dudarlo, nos hará aparecer en algún capítulo de futura edición del Libro Guiness de Récords.
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