Por: Jean Maninat
Finalmente, la falla geológica que recorría la placa tectónica de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se abrió estrepitosamente derrumbando triunfos, discursos, posturas, arrebatos, horas cero y horas locas, y pare usted de contar. Lo que en diciembre de 2015 –con el triunfo en las elecciones parlamentarias– lucía como un robustecido edificio, con sus paredes lastimadas aquí y allá, pero con un equipo dirigente brindando el entusiasmo de ver el hemiciclo de la Asamblea Nacional (AN) colmado por una mayoría democrática, hoy, veinticuatro meses después de aquel luminoso momento, luce yermo.
La decisión de cuatro gobernadores de la oposición –militantes de Acción Democrática (AD)– de someterse a un acto de fe, laico y antidemocrático, en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), destapó los demonios alimentados con esmero por poderosos sectores. La estructura opositora se vino abajo en su conjunto, y los daños colaterales no dejan a nadie intacto, por más que algunos celebren entre los escombros, masticando alguna frase de autoayuda interesada, como: detrás de toda derrota, hay una oportunidad… la mía.
Está visto que las tragedias propalan heroísmos, gestos insospechados de valor personal, la satisfacción del deber cumplido colectivamente. Allí están las imágenes del reciente terremoto en Ciudad de México (nuestro querido y chilango DF) con sus gentes unidas en la intemperie, socorriéndose mutuamente, con el puño en alto para indicar voluntad de lucha, una sonrisa desplomada aquí o un abrazo fatigado allá. La fortaleza mínima que mueve las bielas de la fibra humana.
No ha sido así en nuestro sismo político de 8,2 grados en la escala “regionales”. Quienes tenían que dar la cara, dirigir las labores de rescate, han salido corriendo en todas direcciones, acusándose mutuamente de haber propiciado las calamidades, por cuenta propia. No son bomberos pisándose la manguera, son enfermeros huyendo del “sitio de los acontecimientos” en las ambulancias dispuestas para el auxilio. Son todos clarividentes que marchan ciegos exclamando… “te lo dije”.
Hasta tenemos nuestros chivos expiatorios –los verdaderos culpables– nuestras brujas de Salem, para alimentar hogueras y acallar conciencias. Haber aceptado el acto de genuflexión frente a la ANC, puede ser un error político, una falta de pericia en tan rudo oficio, pero de allí a calificar a una valiente luchadora tachirense de “prostituida”, de dejar caer la sospecha de que en esos estados no se ganó, sino que se les regaló el triunfo como parte de un pacto diabólico, es una desmesura en contra de los que salieron a votar, cuidaron sus votos y ganaron. (Qué decir del retorno del más rancio antiadequismo).
Quienes tienen que dirigir la lucha por recomponer la Unidad, ahora dicen que no regresan hasta que no sea pura y cristalina. Quienes llamaron a votar en las regionales hacen mutis por la bemba, por miedo a la persecución abstencionista, creyendo que se salvan, tirando el uniforme en la carrera. Olvidan que el abstencionismo es la otra plaga que corroe la democracia y favorece a los autoritarios, y hay que combatirlo.
El gobierno llamará a elecciones municipales en cualquier momento, y para el año que viene está pautada la presidencial. La oposición democrática debería, desde ya, articular cuál es su posición. Si va a participar, que lo diga–ojalá y así sea– y se prepare meticulosamente bien; de lo contrario, que lo manifieste, y nos avise cuál es la alternativa para estar preparados. Pero la epilepsia política que la aqueja tiene que ser medicada cuanto antes. Y si las dos posiciones cohabitan y se disputan… procuremos que pierda la peor.
El barco hace aguas, y usualmente el último que grita: ¡Sálvese quien pueda!, es porque se está ahogando. No le hagamos caso.