Por: Carlos Raúl Hernández
En el Festival de Cine de Shangai a Oliver Stone lo afectó una pulsión, no se sabe si a consecuencia de un sake en mal estado, una lumpia fumada con desmesurada fruición o una ración de arroz frito con aceite usado de motor. Una extraña mixtura de brillo en sus obras artísticas y asombrosa sandez en los juicios políticos, dan color a su personalidad. Pero esta vez exageró. En una cadena de disparates se abalanzó a diestra y siniestra contra colegas y películas que defienden la vida normal y civilizada, retratan las autocracias, y en especial contra Ridley Scott, un director tal vez el más completo y equilibrado de los que viven. Le recrimina haber contado en La caída del halcón negro(Scott, 2001) la acción de las mafias que se apoderaban de los alimentos que enviaba la ONU a Somalia. Scott tendría que callar eso (¿?).
También repudia Gladiador (Scott, 2000), y La búsqueda del soldado Ryan(Spielberg, 1998) será porque la última no hace justicia a los nazis. No basta con eso sino que propone una apasionante reinterpretación de la Historia según la cual fue Stalin (versión Academia de Ciencias de la URSS) quien derrotó a Hitler, no Eisenhower y Churchill. La invasión a Normandía, desde su revolucionaria perspectiva, fue un detalle más o menos irrelevante en la Segunda Guerra Mundial. Es el siguiente capítulo del negacionismo del Holocausto que impulsaban el posible reo Ahmadinejad y un grupo de historiadores para fortalecer el antijudaísmo. Stone odia intensamente a Bush -su película “W” lo descuartiza-, por decisiones que aprecia desconocieron la Constitución de EEUU, y al mismo tiempo ama desenfrenadamente tiranos y pichones de tiranos forjadores de estados horrendos.
Elogio a la cleptocracia
Lo estigmatiza porque “le mintió al pueblo norteamericano con lo de las armas de destrucción masiva”, como si Fidel Castro y Hugo Chávez fueran Teresa de Calcuta. No solo ya su delectación erótica con un personaje tan siniestro como Castro, del que hace una película hagiográfica, sino también con el desaparecido caporal venezolano, fundador y regente de la peor cleptocracia latinoamericana de los siglos XX y XXI. En la misma y extraña línea para alguien que simula ser un vigilante de la verdad y la decencia, celebra la pandilla de Evo, Correa y la mafia Kirchner. Calificó los K “profundos” y algo hay de eso: único caso conocido de trasmisión conyugal de la presidencia. Argentina hoy vuelve a hundirse y eso parece no decirle nada a un cineasta épico.
La montaña de putrefacción que deja el régimen chavista, que se mantiene incólume, se encubre detrás de incalculables millones de dólares para hacer de todo, incluso películas. Danny Gloover recibió bastantes y la cinta jamás se rodó. Aunque a la ética de goma -y no de piedra- de Stone, eso no le afecta. En el régimen cubano no consigue nada de lo corrupto, cruel, cobarde y violento que sí ve por doquier en las sociedades democráticas. Alguien puede entrevistar a quien quiera pero resulta ridículo horrorizarse de los atropellos de Nixon mientras se elogia a cualquiera de esas pesadillas latinoamericanas. Convendría una cinta sobre los miles de balseros en el Caribe o sobre el coraje de Yoani Sánchez.
Siempre los medios
Denigra los medios de comunicación –of course– pero por una razón sorprendente: “ponen en cuestión la autoridad”. Eso asombra porque no lo dice un predicador metodista, sino el izquierdista que develó las trapisondas de la presidencia de Nixon, en la muerte de Kennedy, la Guerra de Vietnam, y muchas otras… “Es lo mismo que ha afirmado Francis Fukuyama, que el impulso antiautoritario había llegado demasiado lejos, que estaba destruyendo el fundamento de las normas sociales compartidas. Él ha declarado que cuando la idea de “poner en tela de juicio la autoridad” se convierte en el lema principal de una cultura, esa cultura está condenada, porque no será capaz de mantenerse incólume”…
… “Nosotros (los norteamericanos) no somos equilibrados en ese sentido, el cinismo ha llegado demasiado lejos. Nos hemos convertido en lo que los libros de historia cuentan que era Roma: una sociedad atascada en un ensimismamiento decadente y carente de virtud. Ud. Puede apreciar cómo surge esto en los medios de comunicación cuando apenas si se retratan figuras paternas recias. Incluso por allá por 1950, las figuras paternas resultaban ridículas en los programas de TV; las madres se veían más fuertes. Como consecuencia la autoridad paterna se veía socavada… ” (Fin de siglo: México: MacGraw-Hill).
El paternalismo autoritario está profundamente cuestionado en la sociedad democrática y eso lo hiere. Allí está la clave. Es posible que por eso vea en un caudillo brutal la autoridad paterna necesaria para la virtud, en la democracia corrompida por el feminismo, la cultura gay, el desorden. Castro siempre ha concitado alteraciones hormonales en muchos intelectuales – miles y miles firmaron manifiestos a su favor en el mundo entero- porque la parte femenina se estremece con ese macho tropical, descrito alguna vez por García Márquez como “ese hombre grandote, imponente”. La piedra de Stone se conmueve ante esa fuerza telúrica y patriarcal y quisiera tenerla en la Casa Blanca.