Publicado en prodavinci
“No nos podemos calar un sabotaje”, exclama el Presidente. Y luego promete que promulgará un decreto para “dejar sin efecto” cualquier decisión que tome la Asamblea Nacional en contra de su gestión. El origen de esta reacción está en la cita que le hicieran los diputados al Ministro de Alimentación. El funcionario se negó a asistir, no quiso enfrentar a los representantes del poder popular. Al oficialismo no le gusta rendir cuentas. Le parece reaccionario, ofensivo. El gobierno actúa como si la transparencia fuera un acto terrorista.
Pero también esta semana Nicolás Maduro amenazó con cortarle la luz a la Asamblea. Parece increíble que, en medio de una crisis como la que vivimos, el Presidente se ocupe de esta manera de enfrentar al parlamento. Es infantil, es ridículo, pero retrata muy bien la naturaleza del gobierno. En el fondo, les importa un carajo la realidad. Están dispuestos a ver, en primera fila y sin pestañear, la destrucción del país. Asumen que su única acción política, en estos momentos, debe concentrarse en asfixiar a la oposición. Reaccionan ante la legitimidad parlamentaria como lo hicieron ante los sucesos de la Plaza Altamira o del paro del año 2002. No entienden las diferencias. No saben leer la historia. Siguen pensándose en un “contexto de guerra”. Y reaccionan en consecuencia, sin ningún escrúpulo. Ya la voluntad popular les parece prescindible. Solo piensan en ahogar al parlamento. El gobierno ha aceptado que ahora su enemigo es el pueblo.
Después de la derrota electoral del 6D, la casta salvaje que domina al país decidió que, ya que no tenían la mayoría popular, era necesario tener la mayoría judicial. Así pretende evitar las auditorias y mantener todo bajo su control. A punta de sentencias. El TSJ es un organismo defensivo. Está ahí para proteger los privilegios del oficialismo. No juzga, solo obedece. Ahora, la Sala Constitucional existe para declarar que la democracia es anti democrática, para decretar que el pueblo no es la mayoría, para sentenciar que la Constitución es inconstitucional.
Tiene razón César Miguel Rondón cuando señala y visibiliza a estos juristas. Todos los venezolanos tenemos que saber sus nombres, que conocer sus caras. Eso también debe formar parte de nuestra implacable memoria del derrumbe. No podemos olvidar que los miembros de la sala Constitucional han elegido ser ciegamente fieles al poder. Son ellos quienes traicionan a la mayoría, quienes se ponen al servicio de los poderosos. Todos, inútilmente, pretenden detener la historia.
Sin duda, ésta es una de las paradojas más terribles de la Venezuela contemporánea: ahora debemos luchar para que la justicia alcance al Tribunal Supremo de Justicia.
Y encima hablan de sabotajes!… Por supuesto. Es cierto. Claro que hay sabotajes. Claro que hay grandes saboteadores. Impúdicos y descarados. No vayamos muy lejos, sigamos en la misma línea: todos los miembros de la Sala Constitucional, por ejemplo. Todos son unos saboteadores de primer orden. Conspiran en automático, sin discernir nada. Viven para sabotear la voluntad popular ¿Y Tibisay Lucena? ¿Acaso no es una saboteadora fuera de lote? ¡Insuperable! ¿Y los que promueven la violencia y luego guardan silencio ante ella? ¿Y los que no hacen nada frente la tragedia que vive el país, los que ni siquiera se atreven a pronunciar la palabra crisis? ¿Y los altos funcionaros responsables de todo lo que ocurre? ¿Acaso ellos no son, también, unos grandes saboteadores?
Esta semana, el Doctor Efraín Vega dijo que en el Hospital Periférico de Coche “mueren entre tres o cinco pacientes al día, en una guardia, por falta de medicamentos e insumos”. Este es el verdadero sabotaje. El sabotaje oficial. La conspiración de la ineficiencia y del autoritarismo. Puro golpismo gubernamental en contra de país. Este es el sabotaje que no podemos calarnos más.