Por: Luis Pedro España
A las personas que se atribuyen una moral, unas creencias y unos sentimientos que en verdad no tienen se les aplica el calificativo de fariseos. Tratándose de grupos o propuestas colectivas, el adjetivo se utiliza con mayor propiedad. Finalmente, los fariseos, y su hipócrita moral que reseña el evangelio, no era sino el clásico comportamiento moralizante y de “golpes de pecho” que nos resulta tan común en cada declaración o acción de este gobierno.
En su maniática búsqueda de permanecer en el poder extreman sus dobleces, al punto de que es difícil encontrar a un venezolano, que obviamente no esté ligado a la minoría del régimen, que le pueda imputar al comportamiento gubernamental de estos meses una misión distinta que la de atinar algún golpe de suerte, “dakazo” de por medio, que le permita parapetar los resultados cantadamente desfavorablemente de la próxima cita electoral.
No importan las consecuencias que ello impliquen para el pueblo, al cual no solo dicen representar, sino que, como buenos fariseos, cada vez que pueden se desgarran las vestiduras en señal de absoluta entrega popular. Cuando, en verdad, nada es más falso que su política de controles, de abastecimiento importador y el obsesivo intento de regular todo lo que pasa e interesa a los venezolanos.
Detrás de cada control hay un privilegio que disfrutan y usufructúan las mafias encargadas de negociarlos. En cada compra masiva de alimentos o medicinas, que absurdamente importamos en vez de producir o siquiera empacar en Venezuela, hay un viajecito de por medio, una comitiva rimbombante y una tajante cuota a dólar regalado. Tras cada regulación, hay una coima, un peaje, una excepción de la cual se lucra el jefe político, el funcionario de turno o algún otro interesado bienhechor del régimen.
En la medida en que las acciones farisaicas no remontan encuestas, no reporta el retorno electoral que la inspiró, tienen que salir a desmontarlas, disfrazarlas o simplemente bajarles el volumen. Pasó con el conflicto con Guyana y pasará con el inhumano cierre de la frontera. Son un escándalo las imágenes de la gente humilde y desplazada que cruza senderos, cauces de ríos o, sencillamente, permanece frente a una alambrada tratando de volver a casa, todo por culpa de una absurda medida.
Por ello, no tardarán mucho en solucionar “face to face” un problema que nunca debió haber existido o, al menos, que se debió atender de una forma distinta de la que busca un simple escándalo electoral.
Los disparates de la política internacional, como a los que nos tienen acostumbrados en materia económica o social, solo evidencian que, para las cuentas electorales, que son las únicas que les interesan, los almuerzos gratis sí existen, pero sólo una vez.
El “dakazo”, la mentira de que los controles transformarían los precios en “justos”, solo dura su tiempo de reposición. El nacionalismo, las bravuconadas internacionales, se desmoronan cuando se vuelven xenófobas e imposibles de sostener en este mundo de hoy, interdependiente y abierto.
Entre desaciertos y errores de política se les va cayendo la careta a los fariseos. Acabar con la intrincada red de intereses que los justifica no va a resultar sencillo. El fariseísmo no entiende de valores, sino de lucro y utilitarismo. Pero desmontarla será fundamental para que algún gobierno venezolano pueda, en justicia, volver a llamarse servidor del pueblo.