Ahora que las tan esperadas planillas han sido entregadas por el CNE -con las manos engarrotadas por no querer soltarlas- el mecanismo para poner en marcha el referendo revocatorio ya comenzó a marcar tic-tac para ponerse en marcha. En el camino quedó exangüe la enmienda constitucional, para sorpresa de nadie, tras la caprichosa interpretación jurídica que hizo el TSJ. La renuncia, según un despabilado argumento que rebotó en tuiter, siempre será válida, y estará al dente, ya que el presidente Maduro es un invitado perenne a renunciar, hasta que su voluntad aguante. En todo caso, está claro que el revocatorio es la opción que más entusiasmo ha despertado entre la oposición, por ser el más plausible, en medio de las grandes dificultades que le esperan en el camino y que ya han sido suficientemente señaladas.
Tal como lo señaló recientemente el gobernador y líder de la oposición Henrique Capriles, habría que aprovechar el esfuerzo plebiscitario para exigir que se establezca desde ya la fecha precisa para realizar las elecciones regionales pautadas para este año, pues los dos procesos no son excluyentes. Muy por el contrario, podrían alimentarse mutuamente -cada uno desde su esfera particular- para potenciar su efectividad como palancas de cambio en el país. El esfuerzo por instrumentalizar, y luego ganar el referendo, no debería desdibujar unas elecciones que serán determinantes para la recuperación democrática de Venezuela. Cualquiera sea el resultado del referendo, pero sobre todo, si se ganase, haría falta contar con el mayor número de gobernaciones posibles -según las proyecciones actuales se podrían ganar la mayoría de ellas- para darle sustentabilidad al proceso de transición democrática que se abriría, al tener un ancla potente en los estados que alguna vez fueron esquivos con el cambio democrático.
El rigor del desastre es especialmente acucioso allí en la Venezuela profunda, la relegada por el gobierno y sus gobernadores afines, quienes no han dicho esta luz es mía a la hora de defender el bienestar hidroeléctrico de sus moradores. Sin hablar de las otras pestes desatadas por 17 años de lo que hoy luce como una pesadilla regresiva, una distopía insensata que desbastó un país que alguna vez apuntó hacia la prosperidad, en medio de falencias que -visto el naufragio que se padece actualmente- son parte del recuerdo de un país añorado. Un cambio próximo de gobierno, la culminación de un liderazgo que unifique el envión de transformación democrática que traspira el país, necesitará de un discurso -un relato, como dicen ahora- que integre las necesidades específicas de cada región y sus habitantes. Será el cimiento, la proximidad efectiva -y políticamente emotiva- que posibilite que las ansias de cambio se anclen en las aspiraciones cotidianas de todos los venezolanos.
Mascar chicle y caminar con premura es un ejercicio que realizan bien los distraídos, a veces se muerden la lengua y despiertan dolorosamente a la realidad. Labrar el cambio pacientemente tiene sus riesgos, pero tiene la ventaja de no desandar el camino a cada esquina y toparse con una calle ciega. Las elecciones regionales están allí, a tiro de piedra, emparejadas con el revocatorio. No las perdamos de vista, por el amor de Dios.
@jeanmaninat