Las palabras que Tibisay Lucena dirigió al país el día martes 8 de agosto tuvieron el efecto de un remolino: las aguas quedaron seriamente revueltas. Sobre el país se observan, desperdigados, leños de desesperanza y furia, algunos estribillos de “yo se los dije” y otros de victoria oficialista. La conclusión es que el país amaneció gravemente lesionado el día siguiente. La rectora Tibisay Lucena quedará inscrita en el imaginario de los venezolanos como una de las mayores villanas de esta historia. Quizás fue un rol que no eligió, pero su desempeño ha sido tan eficiente que han prolongado ad infinitum su permanencia en el elenco. Se ha comportado como una actriz de reparto que cuando le toca interpretar sus escenas claves derrocha todo su potencial y entonces se roba el show, adquiere visos protagónicos, y buena parte del país reconduce su encono hacia ella. Tibisay, por instantes, logra que nos olvidemos de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, protagonistas incuestionables de esta saga sobre la sordidez del poder.
Tibisay, en su cuarto de hora estelar, se puso docta, profesoral, jugó a que nos educaba, asumió su mejor tono institucional, señaló láminas de PowerPoint, en paralelo, ensayó matices, descolgó un chiste inesperado, se victimizó, intentó exhibir su talento para personajes de carácter y entonces se encrespó, exhaló ira, tronó enfática, tajante, remedando el tono de Constitución Méndez, la mejor malvada que escribiera Cabrujas y que interpretara alguna vez Caridad Canelón. Tibisay nos paseó por un muy amplio catálogo de emociones, todas un tanto oscuras, hay que decirlo. Tibisay se convirtió en remolino, se ganó el aplauso público de su mentor, Jorge Rodríguez (digamos, su Arquímedes Rivero en este melodrama), y logró herir el optimismo de millones de venezolanos que apostaban por un desenlace donde triunfara la voluntad democrática.
El remolino Tibisay ha puesto en situación de emergencia al país entero. Su discurso, lleno de recovecos, engaños y omisiones, se llevó por el medio el dique de contención que significa la posibilidad del revocatorio este año. La impaciencia del país es hoy exasperación. El hambre no aguanta más argumentos técnicos o dilatorios. La nevera del venezolano está trágicamente vacía. Obviamente, la de Tibisay no. Y menos la de sus jefes. La gran pregunta es: ¿a cuántos capítulos está el episodio al que nadie quiere llegar: el tan temido momento de la revuelta social?
En mitad de la resaca, por un lado, Capriles y la MUD, con el temple que exige la circunstancia, insisten en que el juego sigue vivo, que aún hay chance, que no pisemos el peine de la depresión por diseño, que el revocatorio se logrará con una masiva presión popular. Por otro lado, muchos sienten que una vez más hemos sido emboscados por las trampas de un régimen que ya ha perdido todos los escrúpulos. Se escuchan prédicas de distinta índole. Unos piden calle desde hoy, otros la implementación urgente del artículo 350, algunos retoman el argumento de la Constituyente y hay hasta quien prefiere botar tierrita, no jugar más y rehacer la maleta del exilio. Es el efecto del remolino Tibisay.
El liderazgo opositor está ante su prueba de fuego mayor. Su propuesta actual desconcierta a no pocos. ¿Por qué esperar hasta el 1 de septiembre para salir a la calle? ¿Y mientras tanto qué? ¿Adónde se dirá que va esa marcha y adónde realmente llegará? ¿Se estrellará de nuevo contra los pelotones de la GNB? ¿Una vez más se diluirá bajo una lluvia de bombas lacrimógenas? ¿Nos quedaremos circulando lánguidamente por las calles de Miranda sin apenas asomar la nariz en el municipio Libertador? ¿O volveremos a la cruenta película de los perdigones, heridos y detenidos? ¿Quién asegura que esta vez los que, desde el interior, se unan a la “Gran Toma de Caracas” no se toparán de nuevo con alcabalas infranqueables, autopistas bloqueadas y estaciones del metro clausuradas? ¿Volveremos a tropezarnos una y otra vez con la misma piedra?
Sin duda, la MUD no la tiene fácil. Le toca lidiar con las artimañas del gobierno y con el desánimo de muchos. Sería mezquino negar su tesón de ribetes épicos y sus logros de los últimos meses. Pero movilizar de nuevo a todo el país, reventar sus calles de entusiasmo, construir el gran momento de presión popular, pasa por una reformulación de sus estrategias, por corregir errores repetidos, por oír al ciudadano de a pie, al vecino, al académico, al que no es político y por encarar las emboscadas con imaginación, sorpresa y novedad.
Tiene razón Maduro, estamos ante una situación de guerra no convencional porque ellos tienen el poder, el dinero, las armas y la indecencia necesaria mientras nosotros solo tenemos desasosiego, hartazgo, frustración y, sí, una rotunda mayoría que desea ejercer su vocación democrática. ¿Quién ganará?
Los tiempos y los antecedentes exigen una estrategia completamente nueva.
Pedro Luis España ha dicho que la nueva pobreza que ocupa al venezolano es la desesperanza. Derrotarla es la primera y la más importante de las batallas. Derrotarla con una acción tan brillante como Tibisay Lucena dice que es el CNE. Derrotarla con coraje creativo, para que la multitud que somos logre imponer sus derechos constitucionales. Solo así tendremos posibilidad de recuperar realmente a ese país que en mala hora dejamos saquear hasta la ruina.
Leonardo Padrón
por: CaraotaDigital – agosto 11, 2016