Recordando con ira – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

Hay un año particular para recordar esta historia: 1950. El escritorSegioDahbar_reducido_400x400 Howard Fast era famoso en Estados Unidos por escribir novelas históricas que se vendían como pan caliente. Pero era comunista y la alianza de USA con la Unión Soviética -para acabar con los nazis- desapareció con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Comenzaba la guerra fría.

El libretista de Hollywood, Dalton Trumbo, también era famoso. Escribía rápido. Y era capaz de convertir cualquier historia en un entretenimiento eficaz e inteligente que adoraban los espectadores. Ganaba 75.000 dólares por película. Pero era comunista.

Y el actor Kirk Douglas, judío hijo de inmigrantes que se había cambiado el nombre, se encontraba en la cima del estrellato. Era millonario. No sabía lo que era ser comunista, pero era un tipo decente. Y tenía criterio.

Howard Fast fue condenado a varios meses de prisión por desacato al Comité que investigaba actividades antiamericanas en el cine, que instauró el terror del macarthismo, por el nombre del senador Joseph McCarthy.

En la cárcel a Fast se le ocurrió una de romanos: su próxima novela sería la historia de un esclavo que se revela ante el poder de Roma: Espartaco. Tardó nueve meses en escribir el libro. Cuando lo envió a las editoriales, todas lo rechazaron. Habían recibido la visita del FBI.

No tuvo más remedio que editar el libro por su cuenta. Comenzó a ofrecerlo desde el sótano. En cuatro meses había vendido 48 mil ejemplares. Uno de sus lectores fue Kirk Douglas, que lo devoró y supo que sería una película para su flamante productora, Bryna.

Los derechos para el cine costaban cien dólares, pero incluían una trampa: Fast quería escribir el guión. En Hollywood los escritores que desean adaptar sus libros no tienen buena fama. Kirk Douglas buscó a Dalton Trumbo, el más rápido guionista del oeste.

Había un solo problema: Trumbo también había sido encarcelado por desacato al Comité que investigaba actividades antiamericanas. Y fue incluido en la lista negra de Hollywood: no podía firmar ningún guión. Douglas creó una estrategia para ocultar a Trumbo como guionista de Espartaco.

Esta es una de las historias más fascinantes de Hollywood y puede rastrearse en la película nominada al Oscar 2015, Trumbo, dirigida por Jay Roach. También fue narrada en un libro del actor Kirk Douglas, Yo soy Espartaco (Capitán Swing, 2014), con prólogo de George Clooney.

Yo soy Espartaco es un Making Off de una película mítica, y la memoria de un gran actor que en un momento estelar de su vida decidió hacer lo correcto, cuando el resto de gente que lo rodeaba optó por tener miedo y ser miserable.

Kirk Douglas creyó en Trumbo. Entendió que era el único que podía construir un personaje que al principio es un salvaje, para luego dotarlo de corazón, cerebro, alma, hasta convertirlo en líder y en héroe para millones.

Filmar Espartaco fue una complejidad: el primer director, Anthony Mann, y la primera actriz, Sabina Bethman, fueron despedidos. El nuevo  director, Stanley Kubrick, era problemático con apenas 28 años. Los actores tenían egos desmedidos: Lawrence Olivier, Charles Laughton, Peter Ustinov.

Y la censura les pisaba los talones, con una escena donde Lawrence Olivier le pregunta a Tony Curtis si le gustan las ostras o los caracoles. Era una clara alusión a la homosexualidad. Universal hizo 42 cortes para prevenir cualquier escándalo. Fueron recuperados en una versión de 1992.

Espartaco fue un triunfo de taquilla. Ganó cuatro oscars. Kirk Douglas se consagró como productor. Y restituyó el nombre de Dalton Trumbo sin tomar en cuenta la prohibición existente. En 1960 un hijo de inmigrantes judíos tuvo el valor de enfrentarse al poder del macarthismo. Ese año el miedo tuvo que retroceder en Estados Unidos.

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