Realismo trágico – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

El peor de los resultados. El que muy pocos pudieron prever. El queijQRMSXo_400x400 deja a Colombia convertida de nuevo en una tierra de nadie, en un territorio mustio, poblado de neblinas, con el regusto de la palabra paz convertido en resaca. Apenas cuatro años duró la ilusión de que era posible dejar atrás la guerra interna y empezar a convivir pacíficamente con sus secuelas.

A estas alturas son muchas las razones que se han dado para que el campeador desfalleciera en la orilla de las urnas electorales. Desde la mis en scène habanera de una firma –ahora a todas luces prematura– donde el presidente Raúl Castro aparecía como gran oficiante; hasta la indignación frente a lo que se percibe como otorgarle impunidad a unos criminales; pasando por las ráfagas de agua causadas por el entonces incipiente huracán Matthew que habrían empapado las ganas de votar de cientos de miles de colombianos. Y, no faltaba más, las sempiternas diatribas de la antipolítica en contra de los partidos políticos y sus dirigentes.

Como el día después del Brexit en el Reino Unido –ya se ha dicho– los propiciadores del no salían a la luz pública con una mueca de asombro en el rostro, una sonrisa mitigada ante el espectro que habían echado a andar. Tenían en sus manos una victoria pírrica, un triunfo aparatoso, cuyas consecuencias son difíciles de vislumbrar por ellos mismos. Por ahora solo humea incertidumbre y quedan encendidas las gravísimas acusaciones que se hicieron en contra del principal valedor del : traidor, agente castrochavista. ¿Qué harán con ellas?

Hay un hecho que merece la atención de los expertos en conflictos bélicos: los cinco departamentos rurales más golpeados por la guerra, los más olvidados, los que más víctimas ofrecieron al conflicto armado votaron favorablemente el acuerdo. Según el diario El País, de España, Chocó, Cauca, Nariño, Putumayo y Vaupés “decidieron creerse el perdón de la FARC”. No así las zonas urbanas, a excepción de Bogotá, que rechazaron mayoritariamente lo pactado. Las víctimas perdonan a sus victimarios.

(En Venezuela, por una curiosa alquimia electoral, algunos han celebrado como propia la derrota del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC. Leer todos los eventos políticos externos con el prisma de nuestros padecimientos, es un daño colateral que nos ha dejado el socialismo del siglo XXI).

Por nuestra parte, seguimos pensando que hubiera sido mejor que ganara el , que aquella certeza enclenque era mejor que esta incertidumbre, que esa paz imperfecta era mejor que la que ahora está en apuros.

Ciertamente el “pueblo” habló y lo hizo democráticamente. Pero los pueblos sufren la pulsión de “auto-suicidarse” en las urnas de votación, sea en inglés o en español. Es una constante del realismo trágico.

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