Cuando el presidente de los venezolanos baila salsa en abierta afrenta a un país destruido que él llama “indestructible’’, sin medicinas, repuestos, libros… y con alimentos más caros que en Nueva York; cuando disfruta de la gracia sin poder articular una frase o palabra sobre sus sobrinos juzgados en Estados Unidos; cuando se burla del vaticano y de la oposición mientras torturan psicológica y físicamente a Braulio Jatar, quien es acusado por dos testigos indigentes con problemas psicológicos…
Cuando todas estas tragedias ocurren al mismo tiempo, cobran en mí un sentido perturbador las imágenes del libro del fotógrafo francés Ambroise Tézenas, I Was Here (Dewi Lewis Publishing 2014). Es un alegato visual y ético contra la fascinación que producen diferentes lugares en el mundo relacionados con la muerte y la destrucción.
Tézenas, que recorrió Venezuela (sus imágenes sobre edificios públicos marcados por el rostro del timonel y bombas con la gasolina más barata del planeta, se han publicado en New York Times Magazine y The New Yorker), ganó en 2009 el premio Nikon Story Teller Award y fue finalista del Prix de l’Académie des Beaux-Arts y del Pictet Prize en 2012. Su trabajo ingresó en la colección de la Bibliothèque Nationale de Francia. Todo esto para convenir que se trata de un artista solvente y preocupado por lo que ocurre en el mundo.
Su libro I Was Here (Estuve aquí) muestra un mundo que se parece demasiado a un parque temático del mal. Se trata de un universo cariado por las peores plagas de la historia del siglo veinte, con genocidios, cárceles, persecuciones…
Como si no fuera suficiente que Hitler nos regalara la Segunda Guerra Mundial y sus horrores; que Letonia exhibiera una cárcel donde se violaban todos los derechos humanos; que la URSS acumulara un record de matanzas y encarcelamientos por diferencias ideológicas; que una población de China sufriera el peor terremoto del que se tenga noticia; que en Chernóbil se produjera el peor accidente nuclear; que un psicópata (en complicidad con muchos otros psicópatas) en Dallas asesinara al presidente Kennedy; que Pol Pot -tan educado él en Francia- haya exterminado a una vastísima población en Camboya…
Como si no fuera suficiente todo esto, existe en el mundo un tipo de ser humano que se dedica a hacer turismo en la desolación y el espanto. Gente que viaja -con el mero equipaje de la frivolidad y la diversión irresponsable- para meter el hocico en el dolor y el sufrimiento de los otros sin que medie ese asombro que a veces nos convierte en personas inteligentes.
Una perlita de lo que ha recogido Ambroise Tézenas en su libro: en un árbol en Camboya, que se preserva como memoria del horror, porque contra él los verdugos reventaban a los niños, un fascinado escribió: “I was here, Chiqui 2002’’. Hay mucho más y hay que tener buen estómago para enfrentarse a su trabajo.
Para cerrar, no quiero dejar la entrada de este artículo en el aire. Maduro y su baile de salsa revelan un tipo de persona que no siente empatía con la tragedia del otro. Que puede distraerse en Auschwitz o entrar en la casa de Ana Frank en Amsterdan y dejar –como lo hizo el cantante Justin Bieber- en el libro de visitas: “Esta era una gran chica. Ojalá hubiera sido una belieber’’.
Tanto el presidente de Venezuela, que condena a su familia (todos los venezolanos), al horror cotidiano; como los amigos de Podemos y todos los izquierdistas fascinados con el proceso venezolano, deben saber que hay un libro que los apunta con el dedo. Es el libro donde viven los seres que pueden enfrentarse al dolor ajeno y echar un chiste rápido, antes de pasar a otra cosa.