Por: Luis Vicente León
Sólo un jugador entrenado, inteligente y comprometido podrá ganar el juego…
Hay pocas cosas más difíciles que ajustar la economía una vez que pierde el equilibrio. Le recuerda a uno aquel programa alemán que pasaban los domingos en la mañana hace sopotocientos años: el Telematch. Los juegos siempre eran rudos y difíciles y los participantes terminaban embarrados hasta la coronilla. El más parecido a lo que estamos viviendo en este momento es el juego de los tres cochinitos.
Consiste en que cada jugador tiene frente a sí un barril lleno de agua (bueno, en el caso venezolano podríamos usar algo distinto para llenar barriles si el agua está escasa). Le entregan a cada participante tres cochinitos vivos, que en el momento de partida deben tirar dentro del barril. Los jugadores deben mantener vivos los tres cochinos durante media hora y sólo pueden usar dos manos, no pueden abrazar a los cochinos para mantenerlos a flote a los tres a la vez.
¡Riiiing!, empieza el juego. Caen los cochinitos al fondo del barril y nuestro jugador favorito debe buscar la manera que todos puedan respirar, pero lamentablemente no todos pueden hacerlo a la vez. Mete las dos manos y saca los primeros dos cochinitos al aire, mientras el otro queda sumergido. En el momento perfecto, antes de que el tercer cochinito se ahogue, suelta uno y saca al otro. Y otra vez en el momento perfecto de resistencia del cochinito sumergido, lanza al siguiente y levanta al otro. El tiempo dividido entre dos cochinitos no da. Si el jugador tiene un cochinito favorito y pretende mantenerlo permanentemente arriba respirando, alguno de los otros dos se ahoga. No hay preferencias, ni salón VIP, ni carnet del partido que valga. Es indispensable que los tres traguen agua por igual para salvarse todos y ganar el juego.
¿Qué creen ustedes que está pasando con los cochinitos mientras les toca el turno de respirar? Uno podría pensar que entenderían el juego y aprovecharían el momento arriba para respirar profundo, llenar de oxigeno sus pulmones y se preparan para el rato desagradable (pero indispensable) en el que les tocará tragar agua.
Pero no, el detalle es que los cochinitos no entienden el juego y cuando los sacan del barril, en vez de descansar y respirar, gritan desesperados con los “Hoig-Hoig” más terribles y sentidos que se haya oído en la historia. Están protestando por lo que les está pasando, que sin duda es espantoso. Intentan morder al jugador para que termine el juego de inmediato, sin entender que esa mordida lo único que puede lograr es que vaya más rápido al fondo del barril y sin tiempo para recuperarse.
El desespero de los cochinitos, sus gritos, su angustia y su agresividad puede hacer que el árbitro del juego se ponga nervioso y decida pararlo. Ordena a los jugadores sacar sus cochinitos del barril y llevarlos a la cochinera para descansar. Pero esto sólo alarga y empeora el problema. No hay otra forma de jugar. No se pueden cambiar las reglas. Tendrán que empezar de nuevo y en peores condiciones. No hay manera que los cochinitos salgan vivos sin tragar agua parejo.
Ahora los cochinitos están corridos en cuatro barriles. Deben perseguirlos por toda la cochinera para comenzar de nuevo. Y serán ahora más difíciles y agresivos. Si finalmente hay un jugador suficientemente preparado e inteligente que logre terminar el juego con sus tres cochinitos vivos, ¿qué creen ustedes qué dirán ellos, en rueda de prensa al terminar? Probablemente dirán que ese es el juego más perverso que han jugado y que el jugador es una desgraciado. Únicamente la historia lo premiará.
Sólo un jugador entrenado, inteligente, inmune al populismo y realmente comprometido con salvar a los demás podrá ganar el juego… y el cielo.
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