El adefesio que ha echado a andar el gobierno (llámelo como quiera) es una demostración del empuje que tienen las elecciones libres como idea-fuerza, como puntal democrático en contra de todo intento autoritario, vista ropajes de izquierda o de derecha. Quienes desestiman el camino electoral (por blando y acomodaticio) hoy están ante la evidencia de que lo que más teme el régimen, su pesadilla recurrente, son las elecciones libres y transparentes. El camino para el cambio constitucional y democrático asumido por la oposición es electoral. Esa debe ser la prioridad, la constante en la fase actual de la lucha por recuperar la democracia en Venezuela. Así lo han reiterado los últimos comunicados de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y las declaraciones de sus principales líderes.
Un paneo de los más significativos procesos de lucha contra los autoritarismos y dictaduras que se han dado en el planeta, mostrará que la aspiración detonante ha sido la de recuperar el voto –o conquistarlo, según el caso– como instrumento para obtener la libertad. Esa exigencia, fue la locomotora que arrastró a las demás conquistas democráticas: libertad de expresión, derechos humanos, pluralismo político, por nombrar tan solo algunas. Queremos votar para ser libres, no era entonces una consigna comeflor, digna de Heidi retozando feliz en su cantón suizo; era una fórmula subversiva que podía acarrear graves consecuencias a quien se atreviera a sostenerla públicamente, o lo capturaran con el aerosol en la mano a la hora de convertirla en graffiti en un muro de su ciudad. Está a punto de serlo hoy en día en Venezuela.
La nomenclatura gobernante ha tomado la decisión de no permitir que el cronograma electoral que estaba pautado se lleve a cabo. Más allá de las incongruencias constitucionales que han señalado los expertos en la materia, el esperpento corporativista propuesto es una jugada política de alto riesgo para confundir las piezas en el tablero. Sólo ha logrado encrespar los ánimos y demostrar, una vez más, que no está preparada –o no quiere– gobernar democráticamente. La charada se acabó.
El gambito constituyente, no sólo acentúa el carácter autoritario de quienes gobiernan; echa por tierra la jactancia del chavismo histórico de estar legitimado electoralmente. Ese fue uno de sus principales alibi frente a la comunidad internacional, entonces mareada por el Líder Galáctico y su proverbial chequera. Hoy ya no es ni remotamente el caso. No quieren contarse.
La exigencia de elecciones libres, de recuperar el cronograma electoral pautado, debería constituir la propuesta bandera de la MUD. Tiene la potencia suficiente para haber descompensado al régimen, y la onda expansiva de su carga democrática llega lejos –y aglutina– en la comunidad internacional.
La mejor manera de disipar la perturbación del trapo rojo constituyente, es privilegiando la exigencia de que nos dejen votar libremente, según el cronograma pautado. Como en otros procesos, esa será la locomotora que remolque con fuerza a las demás propuestas. Queremos elecciones, no constituyente.
@jeanmaninat