Quítate tú, pa’ ponerme yo…
Fania All Stars
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha sido –sin duda alguna– la mejor iniciativa política de la oposición venezolana para combatir la pretensión hegemónica del proyecto de socialismo del siglo XXI en Venezuela. Entre otras tantas cosas, porque ayudó a superar el infantilismo personalista que merodeaba en los pasillos opositores y por primera vez, en mucho tiempo, surgió una entidad colectiva con fuerza suficiente para medirse de tú a tú con el proyecto chavista. Allí ha residido su ventaja comparativa sobre otros intentos que dependían del humor de una persona o de los relumbrones de ingenio de otra.
Pero, quizás desde la última gata ladrona que recorriera famélica alguna ciudad del país, nadie ha llevado más palo –de lado y lado– que la MUD y sus integrantes. Del gobierno porque le interesa debilitarla y borrarla del mapa pues le ha hecho daño; y de sectores de la oposición porque se sienten relegados de la toma de decisiones, o la quisieran más combativa, o al menos más imaginativa en su forma de actuar. Lo cierto es que –en medio de todo– sigue siendo el único instrumento con el que cuenta el país opositor, aún con sus falencias. Por eso, casi todos los actores políticos viven obligados a definirse a partir de ella. (Hay los mudicidas que sólo existen para cavar su tumba y cantar su muerte. Pero esa es ceniza de otro costal).
Lo cierto es que a la MUD le llegó el momento de las grandes definiciones, y parece haber optado por realizar uno de esos procesos de introspección que se sabe cuando comienzan, pero no cuándo terminan. El primer acto para recargar la Alianza ha sido la transformación del llamado G4 en G9 conformando así un órgano de gobierno ampliado, más inclusivo, del cual algunos se bajarán tan pronto sus posiciones no obtengan el consenso que esperaban, como ha sido el caso en el pasado.
Ya se ha anunciado la realización de un post-mortem del fatídico año 2016 que promete muchas vísceras examinadas, pero ninguna perteneciente a quienes dirigieron las maniobras que condujeron al buque insignia opositor hacia los riscos que le desgarraron el casco. Habrá golpes de pecho… pero en tórax ajeno.
Por otra parte, los accionistas principales han optado por asumir, frente a la MUD, la posición de comentaristas políticos, cediendo su liderazgo en otras manos, seguramente muy hábiles, pero sin la fuerza interna requerida para que sus decisiones pesen. (No hay ofensa incluida). Se repite, así, la historia del fallido Diálogo, cuando los líderes fundamentales de la oposición delegaron en otros lo que les correspondía ejercer a ellos, luego los dejaron solos y vimos lo que sucedió posteriormente. Todos salieron chamuscados.
Ante tanta irresolución contagiada, ya algunos de los líderes opositores con más influencia barajan la opción de avanzar por su cuenta, de no perder el “perfil propio” y el tiempo en el intento unitario. Salir con un plan particular y que los demás se monten o se encaramen es la nueva tentación en el barrio. Pero hasta que el Consejo Nacional Electoral (CNE) dilucide el destino de la inscripción de los partidos políticos y la ruta del cambio siga siendo electoral, todos están obligados a convivir bajo el mismo techo de la MUD.
Curiosamente, ahora que se necesita un liderazgo fuerte, convincente, que dé la cara para apuntalar a la Unidad y recobrar el entusiasmo perdido, nadie quiere –entre los líderes protagónicos de los partidos opositores– meterle el hombro a tamaña empresa y prefieren dejar el rescate de la MUD en manos de su Secretario Ejecutivo, mientras se hacen a un lado canturreando: quédate tú, pa’ quitarme yo, quédate tú.