Flota aún sobre nuestra cabeza la incomprensión frente a un crimen inexplicable, ocurrido el pasado 3 de diciembre. Sabemos que una pareja, armada como Robocop, asesinó a 14 personas (sobrevivieron 17 heridos) en un centro para discapacitados, en una localidad de California, cercana a la ciudad de Los Ángeles. En casa escondían un arsenal para librar una guerra que no era necesariamente matrimonial.
De esta tragedia quedan por ahora pocas señas de identidad: la sonoridad de los nombres Syed y Tashfeen, 1400 balas en una camioneta alquilada, un viaje a Medio Oriente, y pocas cosas más. Tan poco, que las sospechas crecen. Podría ser un acto terrorista (lo es, contra la humanidad), pero también podría ser otro caso más de esa rutina americana que no cesa: matar gente en el centro comercial porque me hicieron bullying en el colegio.
Quizás no sea éste el caso (quien puede saberlo hoy), pero casi siempre planea sobre situaciones similares la imagen del victimario que quiere salvar el mundo de algo malo. Y saca la pistola y comienza a disparar. Ha ocurrido en el pasado y pareciera que va a seguir ocurriendo.
Salvadores hay muchos. Nos han querido salvar del capitalismo; “de los malvados y avariciosos judíos’’; de la gente que es discapacitada y no puede producir; de los comunistas comeniños… Casi siempre con resultados horrorosos. Muertos y más muertos.
Un salvador que merece cuidado es el noruego Anders Behring Breivik. El 22 de julio de 2011 mató a 77 jóvenes en la isla de Utoya, en Noruega. Como un tribunal no lo encontró loco, fue condenado a 21 años de prisión.
Azarosamente, cuando otra masacre, la de esta semana en San Bernardino, California, vuelve a impactar a la sociedad global, el periódico The New York Timesescogió los diez mejores libros del año 2015.
Uno de ellos, traducido del noruego por la que pareciera ser una broma que no es, Sara Death, es quizás el retrato más inquietante sobre este psicópata noruego. Uno de nosotros, la historia de Anders Breivik y la masacre de Noruega. Lo firma una reportera de lujo, Asne Seierstad.
¿Por qué debemos leer este trabajo? Construye el retrato de un monstruo, sin necesidad de adjetivar ni caer en señalamientos obvios. Entiende esta periodista que los datos de la vida real solos pueden hacerse cargo del horror. Las exclamaciones sobran.
La historia de Anders Behring Breivik, que crece en 500 páginas de Asne Seierstad, resulta impresionante. Un padre ausente, una madre promiscua y enferma, una homosexualidad latente, la sensación constante de ser un excluido, alguien que no encaja fácilmente en ninguna parte.
Como diría Hans Magnus Enzensberger (citado por Ian Buruma en The Guardian), estamos frente a un “perdedor radical, un fantasioso iracundo que decide acabar con el mundo’’ para purgarlo. Y Anders Behring Breivik quería salvar a Noruega, de muchas cosas: del Islam, de los inmigrantes, de la izquierda, de la riqueza que trajo el petróleo, de los que lo llamaban marica…
Los detalles que acumula esta periodista en este trabajo conforman uno de esos manuales para ser mejor periodista. Leerlo es una suerte de clase magistral.
Inclusive cuando llega al final del recorrido y narra cómo le presentó a la familia de 77 víctimas un perfil de cómo fueron asesinados sus familiares. Le ofrecía la posibilidad de ocultar cierta información escabrosa o simplemente no mencionar a una persona determinada, si su familia lo deseaba.
Nadie cambió una línea. He ahí una lección histórica de cómo el ser humano es capaz de enfrentar lo que no tiene nombre. Como dice Daniel Krauze en una excelente reseña en Letras Libres, “tergiversar o disfrazar… es una variación del olvido’’. Qué duda cabe.