Por: Sergio Dahbar
Ahora que Julio llega a su fin, me di cuenta que diferentes noticias reincidían en el ocaso de una especie. La del circo tradicional, con cachetadas, mujeres barbudas, domadores de animales salvajes y trapecistas suicidas. Esas pequeñas historias que aparecían en diferentes medios y formatos eran en verdad epitafios de un entretenimiento en extinción.
Basta con acercarse en estos días a la carpa de los Hermanos Valentino en el CCCT, esos tenaces mexicanos que siguen la tradición de la familia, para entender que asistimos a una despedida. La maroma ya no convence ni siquiera a los más ingenuos de la familia. Y los adultos han entendido que en vez atracción por el peligro y el divertimento fácil, el circo hoy es otro mercado para ir a gastar.
En España me llamó la atención la decisión de los niños de un pueblo, Alcoi, en la comunidad valenciana. Aunque parezca mentira, en esa esquina de la península no quieren ver sufrir más a los anímales salvajes de los circos que llegaban todos los años desde diferentes lugares del planeta.
Lo curioso es que esta decisión fue solicitada por un grupo de escolares de primaria del colegio Carmelitas-La presentación de Alcoi. La propuesta alcanzó carácter de moción y se debatió en el Ayuntamiento, apoyada por la Sociedad Protectora de Animales y Plantas.
Lo interesante es que los niños de Alcoi tienen argumentos para oponerse a los circos. “No ofrecen una educación medioambiental apropiada y promueven una visión tergiversada y falsa de los animales’’. Todos los partidos apoyaron la moción, desde el Psoe hasta el PP.
Mientras en Alcoi resulta imposible ya ver la peculiar caravana de un circo en el horizonte, que en una época era sinónimo de aventuras y promesas de riesgo, en otras latitudes el circo anuncia su despedida de maneras más curiosas.
En Rusia existe una curiosa tradición: fotografiar a los niños al lado de las fieras salvajes de los circos. Son retratos de familia con un invitado especial: un león o un tigre de Siberia. Por supuesto, como puede imaginar el lector avisado estas sesiones a veces terminan muy mal.
Los padres rusos suelen alentar a los niños, que se paralizan del miedo, con frases como “No te preocupes, no es más que un gatito’’. Claro, los pequeños son más inteligentes casi siempre y no le creen a sus progenitores. Y a veces sueltan preguntas como éstas: ¿Te parece que tendrá el estómago lleno?
Los rusos describen esta tradición, cercana al peligro fatal, como una cualidad de la cultura nacional, de la que se sienten muy orgullosos: tener una actitud caballerosa ante el peligro.
Un periodista del The New York Times le consultó al ingeniero químico Andrei Y. Logulov sobre su idea del peligro en el circo, dado que alentaba a su hija de 11 años a tomarse una foto con Chanel, una tigresa siberiana.
Logulov respondió: “Esto convierte a Rusia en el país del acidente inevitable, el desenlace trágico y la apuesta que salió mal, tanto en el circo como en todo lo demás”.
Los periodistas extranjeros no dejan de sorprenderse, porque accidentes hay y fieros. El año pasado en una sesión de fotos un tigre le mordió la cabeza a un niño de dos años, en la ciudad de Blagoveshchensk, hacia el oriente del país. Esa caricia le fracturó el cráneo.
El ingeniero químico respondió: “Por supuesto que tomar fotos de niños al lado de un animal salvaje es peligroso, como puede ser estar en la calle y que te caiga un ladrillo. Y eso es un riesgo pequeño entre los muchos que te pueden suceder’’.
Entre otras cosas pareciera que el público lo que busca es la cercanía con el peligro, por lo menos así lo ve el director del circo ruso Nikulin. “La gente va al circo buscando adrenalina. Si diera la impresión de ser totalmente seguro, no sería interesante”.
Pero el gobierno ruso ha comenzado a intervenir con leyes para impedir estas prácticas, muy a pesar de la arriegada tradición rusa. Y ya le ven los días contados a esas imágenes de padres con hijos, muy cerca de peligrosísimos leopardos de las nieves.
Se entiende entonces que algunos enanos de circo anden deprimidos. El mundo pareciera darles la espalda. Una profesión que tuvo su gloria y que en una época era un escape para huir del tedio y la rutina de los pueblos más miserables del planeta. Hoy ya no los necesita. Así se despide Julio.