El primer abusador sexual de Hollywood fue un cómico que perdió hasta la risa – Sergio Dahbar

Publicado en: Al Navío

Por: Sergio Dahbar

Pocas esquinas del planeta como Hollywood, para convocar frivolidad, excesos, lujuria y desesperación. En esa tierra mitológica se produce mucho dinero y la gente suele entregarse a las desmesuras propias de la prepotencia y de un poder que dura poco y muchas veces duele.

En estos días el escándalo rodea a un mito de la fábrica de producir Oscar de la Academia. Harvey Weinstein, el hombre que consiguió hacer trascendente y millonario el cine independiente, ha sido acusado por un batallón de mujeres hermosas de haber usado el poder para abusar sexualmente de ellas. En habitaciones de hoteles de Los Ángeles y de la Costa Azul. Hasta la fecha ha perdido su empresa, ha sido expulsado de la Academia y su esposa le ha pedido el divorcio. Es literalmente un paria.

Pero el caso de Harvey Weinstein no es nuevo. Cada tanto tiempo los escándalos de una estrella sepultan los de la anterior en la babilonia de Los Ángeles. A Bill Cosbyle gustaba dormir a las mujeres primero, para abusar de ellas. Tippi Hedren nunca soportó los acosos histéricos de un Alfred Hitchcock que apenas tocaba a su esposa.

Han aparecido recientemente noticias de la filmación de la polémica escena de la mantequilla de El último tango en París: habría sido una violación. Y una violación es lo que arruinó la vida de Roman Polanski, a quien una secta diabólica le asesinó a su esposa embarazada.

Es hora quizás de nombrar a Roscoe Conckling “Fatty” Arbuckle (1887-1933), actor del cine mudo, comediante, director, productor y guionista de Hollywood, que en los años 20 llegó a ser una de las estrellas mejor pagadas. En 1920 firmó un contrato con la productora por un millón de dólares al año (algo así como 13 millones de los de hoy).

Comenzó a trabajar en el estudio Keystone, con otro cómico, Harold Lloyd. Fue mentor de Charles Chaplin y de Buster Keaton, con quien siempre mantuvo una amistad. Sus torpezas de gordo atolondrado lo convirtieron en la estrella silenciosa más popular de 1920.

Entre 1921 y 1922 todo se derrumbó. Participó en una fiesta con unos amigos, en el hotel St. Francis, en San Francisco. Allí la actriz Virginia Rappe confesó sentirse enferma. Fue conducida a un hospital, donde murió cuatro días después.

La acusación de la que se hizo eco la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst señalaba que Fatty Arbuckle había encerrado a Virginia Rappe en un baño. En un ataque de locura decidió hacerle el amor con una botella de Coca-Cola. Los daños en el vientre fueron irreversibles. Hubo tres juicios, y en los tres fue absuelto Arbuckle, por falta de pruebas. Pero la sociedad lo condenó.

Intentó rehabilitarse de muchas maneras. Incluso su amigo Buster Keaton quiso ayudarlo sin éxito. Se cambió el nombre para dirigir como William Goodrich. Pero no hubo perdón posible. En 1933 un ataque al corazón le concedió la paz para apartarse de un mundo en el que alcanzó la cima por unos días, para caer luego estrepitosamente.

Harvey Weinstein y Ronan Farrow

Cuando un hombre cae en desgracia, muchos aprovechan para darle por la cabeza. Este es el caso de Harvey Weinstein, y la particular estocada que recibió de Ronan Farrow, el único hijo biológico de Mia Farrow y Woody Allen.

Este joven que posee una inteligencia superior, y es activista, asesor político y reportero ocasional, escribió para la revista The New Yorker una pieza de 44.000 caracteres con espacios, producto de la investigación con mujeres de Hollywood (actrices, empleadas, estudiantes) que fueron acosadas por Harvey Weinstein.

La nota de Ronan Farrow no es un gran reportaje de investigación. Acumula sí testimonios de mujeres que se animan a hablar del trauma que significó para sus vidas que un poderoso productor de Hollywood las obligara a hacerle sexo oral y a tener relaciones sexuales. En muchos casos su voz parece la de un sacerdote que oye las penas medievales de su rebaño.

De todas formas, el cuadro completo resulta desagradable. Ronan Farrow quiere vengarse del hombre que rescató la carrera de Woody Allen, cuando éste cayó en desgracia por las acusaciones de Mia Farrow de haber abusado sexualmente de uno de sus hijos.

Harvey Weinstein es un malo de película barata, a quien nadie puede defender de una lluvia irreductible de testimonios que lo condenan al infierno. Como decadentes son las mujeres que dejaron de lado la posibilidad de acusar a este violador compulsivo por un acuerdo económico que les salvara el futuro económico.

No menos detestables aparecen los amigos y empleados de Weinstein, que lo defendieron y ocultaron información de una enfermedad que se cobraba víctimas como un virus sin control.

Harvey Weinstein es otro ejemplo de esos que un psicoanalista definió como tener un dinosaurio muerto en la sala de la casa. Todos pasan al lado y se hacen los locos. No quieren ver el horror con el que conviven. En Hollywood todos sabían cómo se comportaba este ejecutivo poderoso, pero se hacían los locos. Ahora tienen que mirar a las víctimas y el ejercicio no es agradable.

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