Por: José Rafael Herrera
¿Será cierto que el “motor inmóvil” aristotélico no es más que una “simple cosmología” y, en última instancia, una forma primitiva de la “pura astrofísica” supralunar? Eso de “lo que mueve sin ser movido”, esa “causa primera” de todo movimiento que, a su vez, no es movido por nada, y que es “perfectamente bello e indivisible”, porque contempla solo la contemplación perfecta”, es decir, el “sí mismo contemplándose”, ¿no coincide con la definición dada por Spinoza de la causa sui, precisamente, de la sustancia? Desde el momento en el cual Aristóteles –en Metafísica 12– define el To Theion, vale decir, el motor inmóvil, como el actus purus, a saber: como la praxis, la actividad más intensa, más enfática, del pensar propiamente dicho, desde ese instante, el gran pensador identifica la sustancia primera –como lo hace Spinoza– con la unidad absoluta del sujeto y el objeto, aunque –es justo reconocerlo– aun sin las necesarias determinaciones de rigor. Porque solo en virtud de sus dimensiones histórico-culturales es posible reconstruir el proceso mediante el cual el continuo desplegarse en la riqueza de la variedad de sus experiencias termina por confirmar su verdad. Y, en efecto, solo “de este reino de los espíritus rebosa para él su infinitud”, como afirma Hegel. El acto puro no es, después de todo, un abstracto punto de partida, ni, por ende, un principio “cosmológico” o “astro-físico”, a menos que –como lo hicieran los griegos del período clásico– la idea de “cosmos” se comprenda como parte constitutiva de la “polis”, de la “ciudad-Estado”. Pero, en todo caso, se trata del resultado –del fruto– de las propias impurezas.
Desde el presente, y con la sobriedad propia de la “paciencia del concepto”, penetrando a través de lo que aparece –superando y conservando las infinitamente finitas representaciones de lo inmediato y, con ello, sus sobresaltos–, es posible reconstruir el proceso mediante el cual surge lo “concreto pensado”, aquella sustancia ya definida por Aristóteles, como una conquista del pensar que es un hacer y del hacer que es un pensar, característico de “la mente heroica” viquiana. Como dice Marx, lo concreto del pensamiento es, en efecto, “producto del trabajo de elaboración que transforma intuiciones y representaciones en conceptos”. Pero es por esa misma razón por la que no puede no ser “concepto que piensa y se engendra a sí mismo”. Motor inmóvil aristotélico, sustancia spinoziana, unidad de sujeto y objeto. No hay aquí rastros de la “cosmología” o de la “astrofísica” del más allá, ese mero querer, ese caldo de cultivo que anhelan los “galácticos”.
Hay un plebiscito en puertas. Como se sabe, plebiscito es voz latina. Plebiscitum –o scitum de la plebis– es el orden o mandato de la plebe o, para decirlo con Spinoza, de la multitudo. Se trata de una instancia de apelación a la gente que, como dice Carlos Paván, manifiesta en los términos de la praxis política el motor inmóvil de la dimensión ontológica. En una expresión, el plebiscito es el poder originario del poder originario, el fundamento mismo del movimiento político, su sustancia primera, lo que sostiene la posibilidad real de la existencia del cambio, lo que mueve sin ser movido, la base real que permite mostrar el carácter absoluto del fundamento respecto de lo fundamentado. Un fundamento, por cierto, sin el cual carece de sentido toda posible fundamentación. Y así como la sustancia primera posibilita las determinaciones del movimiento ontológico, de igual modo, el plebiscito posibilita las determinaciones del movimiento político. De nuevo, cosmos y polis, sujeto y objeto. No es posible la existencia de la finitud sin la otredad de la finitud, cabe decir, de la infinitud. No es posible el cambio sin la negación dialéctica del cambio, sin su permanencia.
El hacer intervenir, en medio de la actual escisión política, de la actual crisis orgánica que padece el país, una realidad efectiva que no solo se ubica por encima de las partes en conflicto sino que, incluso, está en capacidad de justificarlas plenamente, es una auténtica conquista de la razón y de la libertad. Se asiste a la objetivación de la voluntad general, libre, vinculante e inapelable para todos. Con ello, el principio de su inmovilidad se confirma como el resultado de su hacer, y la sustancia deviene sujeto. La cosa no se reduce a su fin. El resultado no es el todo. El resultado solo es resultado cuando se reconoce con su devenir. El actus purus se manifiesta en su verdad al curar las heridas que él mismo se ha infligido. Finalmente, el principio ha dejado de ser una muerta abstracción para hacerse concreto. La pureza de su quietud muestra la necesaria impureza de su movimiento eterno. Quizá esta concreción plebiscitaria imponga el anhelado cambio de rumbo que todo el país exige. Se impone una nueva realidad. La semilla ha dado sus frutos. El robusto roble de la libertad está a punto de mostrarse en todo su esplendor.
Hay, pues, tres diversos modos de interpretar el realismo filosófico de Aristóteles: el primero insiste en la reflexión teológica, religiosa, de donde surge la argumentación propia del tomismo. El segundo consiste en su comprensión metafísica en sentido enfático, y en ella se ubican, entre otros, Spinoza, Leibniz o Hegel. El tercer modo de interpretarlo es, no obstante, el más frecuente de todos: es el aristotelismo de la vulgata y el sentido común, el Aristóteles apto para los empiristas. No por casualidad, Hobbes o Hume lo redujeron a “formato de bolsillo”, hasta convertir la abismal profundidad de su Prima Philosophia en crasa interlocución de sus unidimensionalidades. Para superar el chavismo –ese modo fascistoide del empirismo contemporáneo– es necesario remontar el sentido común y abandonar los criterios de demarcación que de continuo traza el militarismo propio del entendimiento. Tal vez, un paso firme en esta dirección se encuentre en la senda que lleva desde el motor inmóvil al plebiscito, obviando los prejuicios y las leguleyerías puestas como tachuelas o “miguelitos” en medio del camino. No hay sustancia sin sujeto. Tampoco libertad donde impera el temor. La gran tarea se inicia después del plebiscito.