Por: Carlos Raúl Hernández
Sería necesario analizar las carencias de la alternativa democrática. Quien piense que puede conducir mejor que ella, debería asumir el reto, en pasos muy sencillos: ganarse la gente, conquistar el triunfo y recibir el agradecimiento eterno. Pero hasta la llegada de los superhéroes de Kriptón, la oposición real que remontó hasta 50% por lo menos, que desafía poderes económico, político e institucional tan monstruosos, merece una evaluación positiva. Encajó una estrategia y un lenguaje que sacó la esperanza de las catacumbas donde el radicalismo y la insensatez quieren devolverla. Se le puede ubicar en la centro izquierda democrática, modernizadora y popular. Pero le falta pimienta. Que el PSUV se edifica sobre abusos, corrupción y clientelismo, es una explicación necesaria, pero no suficiente. Su fortaleza descansa también en que sus seguidores se sienten protagonistas de un “proceso histórico”, una “revolución”, tal como ocurre en todas los totalitarismos y populismos.
El gobierno se puede equivocar, pero “la revolución”, “la causa”, “la patria”, están por encima de los errores. Algunos hablan de una “etapa plebeya” del comunismo y el fascismo. Después el “pueblo” despierta en la peor de las pesadillas: una gerontocracia criminal y la sociedad envilecida por la chivatería y la prostitución inevitables.
Pero para derrotar una ilusión hay que crear otra. Lejos del “fin de las ideologías”, la democracia venezolana sucumbió por tener unos defensores manetos, pero también frente una ideología revolucionaria, marcada por el igualitarismo populista, el odio social que Rómulo Betancourt aplastó en los 60, porque compitió con el castrismo con una plataforma que tenía misma potencia simbólica e ideológica (¡venezolano siempre, comunista nunca!)
Betancourt: ideología victoriosa
Entre 1958-1998, la democracia fue para los venezolanos esa gran causa. Una ideología poderosa en la que se imbricaban la libertad, el progreso y la modernización, con los necesarios ingredientes emocionales que permitían la movilización popular. Por eso el gran rival del comunismo fueron siempre la socialdemocracia que Betancourt logró separar claramente del comunismo, y el social- cristianismo, -incluso a escala mundial-, y nunca los liberales, conservadores o “progres”. A diferencia de lo que ocurre hoy, cuando expulsan a Honduras y Paraguay, hizo expulsar a Cuba de la OEA. A diferencia de lo que pasa en Venezuela, la democracia del siglo XXI es democracia social o no es nada. Es la que existe en el planeta, libertad y cambios sociales. Algunos sectores identifican todavía lo social con populismo, demagogia, estatismo, confiscaciones, “antiimperialismo”, violencia, improductividad, control de cambios y precios, miseria.
Ideólogos confundidos se encargan de inventar oposiciones entre fantasmas: capitalismo vs. socialismo, reformismo vs. revolución, libertad vs. justicia, incluso izquierda y derecha, y demás tonterías subsidiarias. Los progresistas por mucho tiempo eran los “rosados” que se colocaban entre la socialdemocracia y el comunismo, a los que Lenin llamó la charca, “tontos útiles” de la revolución. Por eso el olor a Perón, Castro, Velasco, Ortega, Torres, Torrijos y toda clase de badulaques, terminators, e inútiles, como los dinosaurios de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
El progresismo tendría que identificarse claramente con la democracia social y contrastar el cementerio de cadáveres ideológicos. A partir de los 80 se produjo una transubstanciación esencial para la política contemporánea. Felipe González, Clinton y Blair, Mitterrand, Cardoso y Lula, Fernández, Carlos Andrés Pérez, Sánchez de Losada, Bachelet, hasta llegar a Torrijos (hijo) y Alan García,aggiornaron la idea de democracia social.
Globalización y democracia social
La izquierda rompió con el colectivismo y ahora sus componentes inseparables son democracia representativa, globalización, superación efectiva de la pobrezajoint venture entre Estado e inversión de capital, propiedad, descentralización, cambio tecnológico y reforma educativa. Romper con viejos mitos del welfarestate le permitió a Clinton ser el mejor presidente de EEUU en el siglo XX. Colocó su país (ya Reagan había dado el empuje inicial) a la cabeza del mundo. Creó 20 millones de empleos y nace en su gobierno la Sociedad de la Información. González hizo el equivalente, e incorpora España a Europa. Esa renovación se frenó porque Zapatero, Papandreu, Soares, Obama (¿) y otros no hicieron los cambios necesarios, convirtieron al mundo en un trastorno, y los tres primeros son auténticas desgracias.
Con ellos la socialdemocracia y la democracia cristiana permitieron que los problemas se amontonaran hasta llegar a las lamentables circunstancias en que tiene que resolvérselos Merkel. Las grandes referencias pasaron ahora a Latinoamérica: Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, y demuestran que ser de izquierda no debe implicar automáticamente ser tarado, pese a los esfuerzos para demostrar lo contrario desde Venezuela y el ALBA. El progresismo consiste en entrar al Siglo XXI, retomar el carril de la historia del que lo sacaron en estas dos décadas. Conquistar la democracia social.