Ya era suficiente con que una gestión de gobierno nos hubiera convertido en un país absolutamente dependiente de un único sector (petróleo) y una única corporación (PDVSA y sus filiales), dado que se las ingenió para depauperar toda otra producción de bienes y servicios. Hecho eso, pasó el régimen a hacer algo mucho peor: convertir a esa empresa estatal venezolana (y por ende perteneciente a todos los ciudadanos) en una intrincada red de cuevas de Alibabá.
PDVSA ciertamente era una corporación elitesca. Para bien. En ella coincidían los mejores talentos venezolanos. Graduados en las mejores universidades nacionales e internacionales y con experticia desarrollada para la gerencia, la tecnología, la competitividad. Con la impronta de la meritocracia. La productividad de la estatal petrolera venezolana llegó a estar entre las mejores de sus pares en el mundo y sus modos, usos, costumbres y prácticas corporativas fueron modelo a seguir. Por supuesto, en una empresa de semejante tamaño en producción y operación, se detectaban algunas inconsistencias, irregularidades y malos manejos. Eran atacados con prontitud y diligencia, para evitar que unas cuantas manzanas podridas enfermaran al resto de la cosecha. PDVSA era auditada permanentemente.
Era una empresa de bajo perfil. Poca publicidad. Para que nos hagamos una idea, para 1998 la inversión publicitaria de la marca Graffitti era 17 veces mayor que la de toda PDVSA. De hecho, para cualquier agencia publicitaria manejar a PDVSA o alguna de sus filiales como cliente era más un asunto de prestigio que de facturación. Los procedimientos para obtener la buena pro eran un verdadero karma, tal era la cantidad de requisitos y engorrosos trámites que marcaba el manual de licitación. Pero la marca PDVSA daba reputación. Y era un honor poder exhibir su logotipo en el portafolio de clientes.
Hoy PDVSA es una marca lenguaraz, exagerada en su perfil, bocazas, botarate, vulgar y manirrota, desviada totalmente de su propósito y razón de ser. Al ocuparse de lo que no le tocaba, distorsionó su quehacer en acciones vagas que se mezclaron con “negocios” no auditados. Perdió paulatinamente toda sobriedad y tecnológica elegancia. Extravió su visión y misión. Hoy transmite una imagen de opacidad y desorden. De coimas y trajines. De intereses creados. De operaciones cebadas. De ser hospedaje de oportunistas que se magnatizaron a costas de la ingenuidad de los venezolanos. De gerencia incompetente y bajo nivel de experticia. Es lo que se llama una “marca rota”. Contaminada no por el tipo de negocio per se (el petróleo es contaminante y ello genera ruido y rechazo) sino por la gestión de estos últimos años que ha sido, por decir lo menos, cuestionable, antihigiénica y sospechada de manejos deshonestos.
Esto no se arregla, por cierto, con una buena estrategia publicitaria para lavar la imagen; ninguna campaña hace magia cuando el daño está en los intestinos. Eso sería como impregnar de perfume a quien no se baña. La investigación adelantada por la Asamblea Nacional es apenas la punta del iceberg. Saben los diputados que hay mucho más en este sórdido pichaque, que hay toneladas de documentos a los cuales hacerle disección. Es un asunto de forenses financieros, de investigadores de delitos. Esto es mucho más que meros rumores o maledicencias de pasillo. Hay decenas de informantes que están soplando lo que saben y han visto, suministrando documentos que implican a la plana mayor. Montones de proveedores que, hartos de abusos y chantajes, han decidido cantar. Hoy la PDVSA que está en la mente de los ciudadanos de a pie es de una cocina donde se cuece todo tipo de guisos. Ya no es la de una empresa seria, profesional y confiable, orgullo del país. De haber seguido por el rumbo fijado hace muchos, hoy PDVSA vendería algo así como 6 millones de barriles diarios, privilegiando una estrategia de volúmenes por encima de una de precios. Y estaría en pleno proceso de reinvención para dejar de ser una compañía petrolera para tornarse en una poderosa corporación de energía, habida cuenta que el mundo está cambiando su patrón energético. Pero nada de eso fue importante para los “gerentes”. Más lo fue pintar de rojo todo, gastar montañas de dinero en templetes y confundir a la opinión pública, mientras se esfumaba el mayor ingreso petrolero de toda nuestra historia.
El asunto es grave, gravísimo, no sólo por el monumental perjuicio al erario nacional sino por el daño moral y ético. Porque de alguna manera los delitos y pecados cometidos en nuestra principal industria afecta nuestra marca país, nuestro prestigio ciudadano, nuestra posición en el mundo de las finanzas internacionales y, para completar, nuestra autoestima. El engaño a los ciudadanos, que somos los verdaderos accionistas, es además un atentado exitoso contra nuestra prosperidad, contra nuestro hoy y mañana.
La investigación de la Comisión de Contraloría, debidamente presentada, discutida y aprobada en sesión plena de la Asamblea Nacional, ha sido pasada al Ministerio Público y la Contraloría General de la República. Toca ahora a esas instituciones del Poder Público Nacional proceder. No pueden hacerse la vista gorda o lavarse las manos como Poncio Pilatos, pues si así lo hicieren estarían tornándose en cómplices. El TSJ, por mucha vara alta que tenga un alto personaje de esta truculenta historia en ese organismo, no puede taparear este asunto, so riesgo de eventualmente ser objeto de procedimientos judiciales que emprenderán quienes se sentarán en esas banquetas de magistrados cuando todo cambie. Porque aunque hoy se sientan muy seguros, el viento cambia, siempre cambia. Y el ejecutivo nacional, en la misma persona del ciudadano Presidente de la República, está moral y éticamente constreñido a destituir sin más dilación a los ejecutivos de la estatal petrolera doquiera que se encuentren u ocupando puestos en otros espacios y obligarlos a enfrentar todas las investigaciones y juicios que se deriven. Un consejo para el señor Presidente de la República: su imagen y prestigio andan por los suelos; proteger a estos señores guisadores no hará sino hundirlo más. Me parece que con el asunto de los sobrinos ya tiene usted barro suficiente. No le conviene empatucarse en el lodazal del petróleo sucio.
@solmorillob