De entrada definirse de izquierda o de derecha equivale a asumir aposta una hemiplejia intelectual. Pero con el triunfo por votos de la revolución bolivariana y de otros movimientos del mismo sayo en Latinoamérica, regresó el debate sobre unas izquierdas suaves, “democráticas”, que se imponían a las violentas, y al tiempo al gran enemigo, la derecha. A partir del siglo XIX, se discuten esas dos tipologías de izquierda, democrática y autoritaria, halcones vs. palomas, y en tal ecuación, según las buenas conciencias, el peligro estaba en las primeras mientras las segundas, se esperaba, serían una bendición. Desde el nacimiento del comunismo existió esa dualidad como demuestran los incesantes forcejeos entre las dos tendencias. Al fin triunfaba una “buena izquierda” y el continente entraba, no ya en una Era de cambios sino en un cambio de Era.
La frase es de Correa con ese lenguaje que Marx insufló a siglo y medio de seguidores que hablan en tono rabínico. Pero usando sus mismos códigos, ambas izquierdas en estas dos décadas resultaron iguales desengaños, excepto la de Uruguay, sin embargo cómplice de gangs que desvalijaron otros países. En algunos lugares fueron fiascos económicos y en otros no, pero en todos arrinconaron y repudiaron a gran parte de la ciudadanía y violentaron el Estado de Derecho. Las clases medias votaron repetidamente por las palomas sin importarles la corrupción, hasta que afectaron su estómago. Pero el break-down esta vez de la izquierda-paloma debería ungirle los santos óleos. Los gobiernos que despuntaron desde los noventa como parte del cambio de Era, se ahogan con sus propias regurgitaciones, con los fluidos propios de su naturaleza: corrupción, ineptitud, autoritarismo.
El Estado paralelo
Y no solo los líderes, sino los electores coexistían con la corrupción (“ladrón o no ladrón, queremos a Perón”), el chavismo gana innumerables elecciones y Kirchner pierde por apenas dos puntos porcentuales ante Macri. Robar al fisco se convierte en “el flagelo”, en drama político, cuando empieza a afectar el status de las clases medias, y arrancan los grandes estallidos de acrisolada moralidad. Se vio claramente en Brasil: con la nevera llena, la ética se construye de grafeno, de lo más flexible, permisiva y utilitaria, como explican dos grandes maestros del pensamiento político, John Stuart Mills y Jerónimo Bentham. Esto se aprecia con la evolución de los gobiernos izquierdistas en la opinión pública. El lulismo mantuvo lo esencial del modelo económico de Cardoso y liberó millones de personas de la cárcel de la pobreza. Y eso estuvo muy bien.
Pero también creó un poder paralelo de corrupción, -todo el mundo lo sabía y a nadie le importaba- hasta que su financiamiento corroyó y anuló los éxitos. A Rousseff le explotó en la cara la disyuntiva: se enfrentaba con el partido para desmontar la corrupción del Estado lulista-odebrechtista, -tolerada por la mayoría de los brasileros- o la descomposición la arrastraría río abajo, tal como ocurrió. Las reformas económicas necesarias para continuar el crecimiento y mejorar el ingreso de los ciudadanos no fueron posibles porque requerían privatizar empresas y bancos del Estado, reductos económicos y centros fundamentales de la turbidez del PT. Intachable administradora, fue víctima de su tragedia, en una sociedad que jugó (¿será cierto?) a extraer la ponzoña. En cambio Ernesto Kirchner y Cristina fueron personalmente saqueadores y extorsionadores, además de regir gobiernos bandidos, como bien sabían sus votantes.
Pareja muy pareja
Argentina alcanzó aparente estabilidad fiscal para el crecimiento con una gigantesca estafa a tenedores internacionales de bonos que engañaron y robaron. El gobierno desconoció buena parte de su deuda, Venezuela compró otra en una operación descabellada y ruinosa, y con los recursos obtenidos así, la pareja se dedicó a una venalidad sin límites, en efectivo, y a un aplaudido populismo. Pero la moralidad de los electores no se sintió demasiado retada y Macri ganó por un pelo después de tres períodos de saqueo. En la región jamás existió un gobierno que manejara tan abrumadora cantidad de recursos sin ningún control, como ocurrió en Venezuela. Si se examinan las exiguas inversiones en infraestructura, es posible afirmar que tal vez cincuenta por ciento del ingreso en la etapa revolucionaria se ha ido por caminos verdes y 25 por ciento en gastos corrientes.
La sociedad reacciona con fuerza a partir de diciembre de 2015, con un resultado electoral masivo contra el estado de cosas. Y eso no se debe a una sanción moral, sino a que los adefesios administrativos se traducen en escasez de alimentos, seguridad, medicinas y servicios. Ni los seguidores del devastado proyecto, ni prácticamente nadie cree en los divertidos argumentos de la nomenclatura para explicar el fracaso de sus elucubraciones (guerra económica, iguanas, zamuros, guerra eléctrica, acción imperialista). De todas maneras el socialismo protagoniza su tercer entierro, como Melquiades Estrada -extraordinario personaje de la película de Tommy Lee Jones- e igual que él, todo lo que había dicho era mentira. Después de tantos y tantos experimentos y desgracias sociales, es hora de llegar a la conclusión de que escoger entre izquierda buena o mala es como hacerlo entre la peste y el cólera.
@CarlosRaulHer