Por: Raúl Fuentes
En alguna parte leí – tal vez en un relato fantástico urdido por Borges u otro bardo invidente– que cuando se quiere dar con el centro de un laberinto conviene doblar siempre a la izquierda en las encrucijadas; es fácil deducir que, para salir del mismo, habría que desandar el camino porfiando por la derecha en todas las bifurcaciones. En otro texto, menos poético, más pragmático, alguien –¿Lenin o un revoltoso semejante?– sostenía que girando constantemente a la izquierda se ha de llegar, fatalmente, a la derecha. La aserción del poeta y la advertencia del agitador convergieron simultáneamente en mi memoria al ver cómo involuciona el socialismo del siglo XXI hacia posturas decimonónicas, mediante un discurso dirigido a vilipendiar a la oposición, presentando a sus dirigentes como pérfidos planificadores de fechorías concebidas por organismos de inteligencia del Estado, con asesoría del G2 cubano, y perpetradas por patriotas cooperantes y pandilleros a sueldo de colectivos paramilitares.
La falacia y el sofisma, que sirvieron de soporte al estalinismo y al castrismo para enjuiciar y condenar a críticos y disidentes, son los pilares que sustentan ese discurso oficial. Son tan tramposos sus alegatos como fueron los que, desde las cavernas de la reacción, Joseph McCarthy, infame senador estadounidense, esgrimió para justificar su feroz cacería de brujas contra artistas e intelectuales que, por libre pensadores, fueron etiquetados de comunistas, ergo, potenciales traidores a Estados Unidos. Un razonamiento nada diferente al argumentum ad nazium – artero recurso, también conocido como reductio ad Hitlerium, al que nos hemos referido en otras oportunidades, con el que se descalifica al oponente (¡fascista!) dando por zanjada, sin siquiera iniciarla, cualquier discusión – al que se aferran, cada vez con mayor frecuencia Maduro y su combo. Una pequeña muestra, harto elocuente y probatoria de lo que aseveramos, nos las acaba de ofrecer el ministro de interior justicia y paz al hilvanar una retorcida sucesión de silogismos, falsos dilemas y peticiones de principio con el fin de involucrar a la oposición y al general Antonio Rivero en el asesinato de Liana Aixa Hergueta, la mujer cuyo cuerpo desmembrado fue hallado hará un par de semanas en el interior de un vehículo abandonado.
Como si se tratase del viejo chiste que cuenta cómo un hombre engañado por su mujer se siente agraviado por un conocido que, al cruzarse con él, le saluda con una fórmula de cortesía, ¡hola, amigo!, en la que, mediante paranoicas asociaciones, percibe un inadmisible ultraje –¿Amigo?: amigo es el ratón del queso, el queso se saca de la leche, la leche la suministra la vaca, la vaca es la pareja del toro y el toro tiene cuernos… o sea, según tú, ¡soy un cornudo!– , el general Gustavo Gómez López ha llegado a la conclusión de que el antiguo jefe de Defensa Civil entrenó a un ex infante de marina, a quien reputa de autor material del horrible crimen, en técnicas de sicariato. Con sus infundios, enredos y engañifas, Gómez López, quien por lo visto piensa que en la armada no enseñan a matar, se vuelve una empalagosa melcocha de confusiones que le pone en evidencia como un falsario sembrador de cizañas.
Ese apuntar a ciegas jugando al que le caiga la chupa es ejercicio corriente del tren gubernamental. Y es que ya no les quedan sino deseos a los voceros del oficialismo. Son demasiadas las goteras por donde chorrean los fracasos y excesivas las costuras con que remiendan el capote de la ineptitud. De allí el desesperado intento de enlodar a los opositores asociándoles con la delincuencia que ellos, militantes del social chavismo versión Nico, aúpan dejando claro que, en Venezuela, la justicia sólo funciona para criminalizar el antagonismo político. Por eso nada de inexplicable tienen los linchamientos que ponen de manifiesto el hastío ante la lenidad de las autoridades policiales y la venalidad de los jueces.
Esta conversión de turbas en tribunales ad hoc para promover una muy primitiva forma de escarmiento es síntoma del fracaso moral de una revolución que apenas ha servido para magnificar la burocracia, propiciar la pereza y alentar la corrupción. Han crecido en número los nidos para las aves de rapiña y así lo testimonia una nómina centenaria de viceministros, sin cartera tal vez, pero con maletines repletos de triquiñuelas, insuficientes, a estas alturas, para descifrar el dédalo electorero en el que parecen están atrapados sin salida; perplejos, recurren al “video de la desesperación” (así lo llamó El Nacional), como hilo de Ariadna para huir del minotauro de la derrota. ¿Optarán por escuchar al poeta y desoír al alborotador? ¿O se decidirán por el fraude o el autogolpe a objeto de cambiar el rojo camisón de Petra por una camisa de once varas?
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