Por: Leonardo Padrón
Vamos por la carretera de Nirgua. En el paisaje triunfa cierto aire a desolación. A asunto no terminado. A pueblo que iba a ser y no fue. Un letrero anuncia con pompa el nombre de un comedero: “Restaurant: Talento, Clase y Estilo”. En el vehículo, nos vemos con desconcierto. Alrededor solo hay un vertedero de basura, dos perros que muestran el costillar, monte y orfandad. Al rato, otro letrero más honesto nos hace su oferta: “Sopa, Seco y Jugo”. A 50 metros, un nuevo negocio: “Dios oye, venta de empanadas”. Tanto misticismo nos intimida y seguimos. Un rancho en ruinas, a orilla del camino, ostenta un cartel: “Se vende”. Faltaría agregar: “Verlo es comprarlo”, tal como reza la literatura del ramo.
Las carreteras del país ofrecen la exuberancia de sus verdes y la precariedad de sus habitantes. Aun así, sigue siendo una experiencia feliz acodarse a la orilla y comprar limones gigantes, huevos de dos yemas, mandarinas dulces, ajíes que inventaron el rojo, lentejas perfectas, budares y asadores. El paisaje va modificando su ortografía mientras lo recorres. Ya en Tocuyito la oferta de la ruta se llena de grasa y aceite, cascarones de carros, “Silenciadores Marlexis”, “Lubricantes y algo más”, licoreras, venta de repuestos y parabrisas. Un microbús nos rebasa y muestra su nombre: “Forever Marleidi”. Un aviso del ministerio de Transporte intenta señalar el camino, pero le falta la exacta mitad: “La Aranz, Las Lomas de…”. Más allá, sobre la pared de una humilde casa, reina un mural: “La Venezuela que queremos”. No alcancé a detallar la nación prometida.
La vida está llena de letreros. El país es hoy un letrero ruinoso y descolorido.
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El chofer nos cuenta que ya su compañía no hace viajes nocturnos. A esa hora la dama y señora de la carretera es el hampa. Nos comenta que solo los suicidas se atreven a ir a Choroní de noche. Sortea huecos mientras habla de ciertas rutas que te conducen como una calle ciega hacia el robo, el secuestro o la muerte. Turismo extremo involuntario. Clientela en alza.
Entre la precariedad y nuestra dispendiosa geografía nos desplazamos con un aditivo extra. Dentro de la van viaja con nosotros la irrepetible actriz Tania Sarabia. Vamos quejándonos de todo, pero tenemos Tania. Un contundente antídoto contra la depresión.
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Ya desde Bejuma, Tania ha estado relatándonos cuentos, anécdotas. Nos habla de un episodio ocurrido en una emisora de radio regional donde un niño llamó para pedir que lo complacieran con una canción de rancia estirpe llanera. El locutor le hizo la pregunta de rigor: “¿Cómo te llamas y a quién le dedicas la canción?”. El niño contestó sin parpadear una duda: “Me llamo Toñito y la canción se la quiero dedicar a mi papá, a mi mamá, y al querido de mi mamá que vive en Bachaquero”.
Las carcajadas duraron casi un kilómetro.
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Ese día nos dirigíamos, desde Barquisimeto a Caracas, al ensayo técnico del estreno de la obra que concibió la fecunda Jorgita Rodríguez para celebrar los 40 años de Tania Sarabia sobre las tablas. Para representar a los personajes más emblemáticos de su carrera convocó a un portentoso grupo de actrices: Gledys Ibarra, Caridad Canelón, Carlota Sosa, Amanda Gutierrez, Maria Alejandra Martín, Mariaca Semprún y Mariángel Ruiz. Uno de sus eternos interlocutores en el humor, Claudio Nazoa, fungiría como comodín en la obra. Y quien suscribe, el rol de maestro de ceremonias. Todo bajo la dirección del Profesor Briceño. El título de la obra surgió de una brillantez de Laureano Márquez, luego de un regalo que le hiciera a ella cuya dedicatoria rezaba: “No tendremos leche, pero tenemos Tania”.
Durante el ensayo, el Teatro Santa Rosa de Lima vive una experiencia inédita. Mariaca Semprún se sumerge en la piel de Purificación Chocano, de “Acto Cultural”, para representar a la Historia Universal del Hombre. En la penumbra de un pasillo, María Alejandra Martín repasa su parlamento como si realmente la grácil Matilde de “El día que me quieras” entrara casi levitando en el patio de las Ancízar. En el baño, Caridad Canelón se coloca un adminículo para remedar el viril bulto de “La Toyota”. Carlota Sosa se extiende sobre una silla replicando el breve éxtasis sexual del fantasma de “Ay, Carmela”. Gledys Ibarra ensaya a la Lucrecia de “Profundo” de forma milimétrica. Mariángel Ruiz apura su regreso desde el Delta del Orinoco mientras Amanda explica bajo una franela de Senos Ayuda por qué la costilla de Adán estaba piche. Tania las observa, conmovida por el tributo y la generosidad de sus compañeras. En la noche, como debe ser, se roba el show cada vez que aparece.
Jacinto Benavente decía: “Todo el mundo es teatro y todos somos en él comediantes”. Sí, pero nadie, absolutamente nadie como Tania Sarabia.
Y así, reaparecen en escena los entrañables personajes que durante cuatro décadas han seducido a los venezolanos. En el proceso entendimos que homenajear a Tania Sarabia era también invocar a muchas de las mejores páginas del teatro nacional; a José Ignacio Cabrujas y su acuciante forma de querer al país; a Fausto Verdial y sus Hombros de América, contándonos el desarraigo de los españoles que ahora, hoy, es nuestro desarraigo; a tantas horas de teatro y tanta jornada digna.
En una sala de teatro también cabe el país de nuestros afanes.
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Las dos primeras funciones, a casa llena, terminaron con una ovación de diez minutos, un alboroto de lágrimas y una Tania extática ante el saldo de lo logrado por su impecable trayectoria. El suyo ha sido el manifiesto de una devoción invicta.
Porque, sí, en este país somos bochinche, trampa en cadena nacional, retórica y guiso, una región de amnésicos y vivarachos, una ristra de víctimas y delincuentes. Pero a pesar de tanto desatino, aún tenemos unas cuantas verdades, un sol rotundo, la terquedad de un gentilicio y una nutrida lista de ciudadanos que son cruzada, actitud y pasión por esta tierra.
Cansados de nosotros mismos, también vale la pena vernos en los rostros de todos aquellos que han hecho de la nación un asunto querible. Por eso tener a Tania es un asidero, un salvoconducto, la iluminación a pesar de tanto sótano. Una forma de alejarnos de tanto rufián y tanto agravio. Tania nos demuestra que también podemos ser ética y coherencia.
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Quizás a veces, demasiadas, se impone la estafa. Quizás mañana lo más notorio sea una estridencia presidencial, un tumulto de pistolas o ese exceso de obituarios en que nos hemos convertido. Pero que se oiga el empecinamiento de quienes no aceptan la desgracia como paisaje. Que la patria no sea solo este mantel roto y rodeado de moscas. Lumbre en los teatros, en las fábricas, en los colegios. Lumbre para los que construyen. Todo, menos silencio y resignación. Crear es un coraje. Debemos animarnos a terminar de ser un país. No esta infraestructura para el insulto y la vileza.
Ciertamente, el escarnio nos gobierna. Venezuela es hoy un escándalo de ladrones en pleno brindis. Tanta impunidad delictual nos pone ocres. Necesitamos que el miedo no siga bajando las santamarías. La gente se nos está volviendo lejanía y pasaporte. Por eso vale la pena subrayar que los méritos aún se pueden celebrar entre butacas y desconocidos, entre afectos y domingos, porque una vida como la de Tania Sarabia, que desborda talento y versatilidad, merece ser celebrada. Aquí, en mitad de tanto cinismo y tanto fraude, un espíritu tan genuino y honesto como el de ella termina siendo un documento inspirador y poderoso.
Necesitamos decencia. Y el teatro es decencia. Y un hombre pintando. Y una muchacha urdiendo una metáfora es decencia. Como el que abre su panadería y deja que nos conmueva el olor a pan. Como el que sabe cultivar bromelias y nos convence. Como el carpintero de mesas para el pan y el poema. Como todo aquel que hace su trabajo bien.
Hoy, en esta buhardilla de la historia que somos, donde lo absurdo se disfraza de ley, no podemos declinar. No debe ser un avión tucano nuestro destino. ¿Cómo se habla de asonada, de momento grave para la patria y luego te desean feliz carnaval? ¿Dónde combinan la playa y un golpe de estado? Esta confusión no puede seguir siendo nuestro espejo. Merecemos algo que nos devuelva los buenos días. Que exista otra vez el letrero de “bienvenidos” en esta deshecha carretera que es el país.
Nos hemos vuelto un tema rugoso. Una estadística de guerra. Pero tenemos un mejor país en la espalda de los titulares. Por eso, vale la pena depositar la mirada en aquellos que son civilidad a toda prueba. Por eso, brindemos por los tercos en la decencia. Por eso, hoy, 40 años después de tanto teatro con su huella, nos podrán quitar muchas cosas, pero tenemos Tania. Una mujer que nació con el don de ser muchas mujeres, pero sobre todo, de ser rotunda, luminosamente venezolana.