Por: Emilio Figueredo
En EEUU ha existido una sola constitución que ha sufrido, a través del tiempo enmiendas para hacerla acorde con los tiempos cambiantes, pero su esencia no ha cambiado en tres siglos.
En América latina no terminamos de superar la dicotomía entre regímenes que podríamos definir como monarquías republicana y verdaderas democracias plurales.
La herencia colonial pesa mucho y a diferencia de EEUU la tradición libérrima y auto gestionaría de las comunidades es muy incipiente.
Siendo está la realidad los cambios constitucionales, salvo en el caso nuestro, la constitución de 1961, han sido impulsados desde el poder o como en 1999 por el magnetismo e impulso de un nuevo monarca.
Una Constitución adecuada a nuestros tiempos debería rescatar algunos de nuestros verdaderos intentos democratizadores en la organización política, un ejemplo emblemático es sin duda la descentralización del poder dándole mayor fuerzas a las entidades federales y municipales y no con ese intento de disfrazarlo como un poder comunal que, en su esencia, depende del poder central y en particular del monarca de turno.
También es necesario establecer mecanismos constitucionales que limiten el poder omnímodo del Presidente de la República que sigue siendo hoy una mezcla de caudillo y de monarca republicano.
Regresar a un parlamento bicameral en el que el Senado sea la representación de los estados y la cámara de diputados la de la población en su conjunto es una pieza fundamental en el establecimiento de un sistema en el que exista un verdadero control sobre la actuación del poder ejecutivo y una verdadera independencia en la elaboración de las leyes. Aparte de requerir el concurso de ambas cámaras en la designación de los miembros de otros poderes como el judicial, contralor, electoral, y por supuesto el inquisidor representado por el Fiscal General y la creación de un verdadero ombusman.
Otras disposiciones constitucionales existentes pueden conservarse sobre todo aquellas que garantizan y protegen los derechos humanos pero que sin la autonomía e independencia de los poderes son simple letra muerta.
Para hacer estos profundos cambios constitucionales no basta convocar una constituyente si no existe un consenso claro entre todas las facciones políticas y los ciudadanos en general de que esos cambios son necesarios para darle un marco institucional sólido a nuestro país para superar la crisis política, económica y sobre todo moral que está socavando las bases de nuestro futuro como nación y eso se podría lograr, si hay voluntad compartida, con una simple reforma constitucional.