Artículo de Ibsen Martínez publicado en www.elpais.com
Por: Ibsen Martínez
Las autoridades de Venezuela dicen que pueden con la deuda, pese a la debacle
Hace más de un siglo, en diciembre de 1902, Inglaterra, Alemania e Italia impusieron un bloqueo naval a los puertos de Venezuela para forzar el pago inmediato (“al brinco rabioso”, decimos aquí) de una considerable deuda externa.
El bloqueo también acompañó reclamaciones de ciudadanos europeos que habían visto afectados sus negocios y bienes por las endémicas guerras civiles del siglo anterior. Hubo cañoneo, desembarco de tropas, pedreas contra las legaciones extranjeras, saqueos, zarandeo de comerciantes alemanes exportadores de café, vidrios rotos, bajas muy desigualmente repartidas y, desde luego, discursos patrióticos.
“¡La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!”, denunció en una proclama nuestro tirano de turno, un pendenciero y juerguista caudillo de montoneras, un sujeto con antecedentes penales premonitoriamente apellidado Castro, como los hermanos que hoy disponen de Nicolás Maduro.
Aquel nuestro primer Castro tenía ideas muy definidas acerca del crédito, la buena salud fiscal y la capacidad de pago. Un día hizo encarcelar a los contados banqueros de Caracas, renuentes todos a prestarle dinero a un Gobierno en bancarrota encabezado por un bárbaro derrochador. Antes de meterlos en chirona, los hizo desfilar por las calles de la capital, encadenados y a punta de bayoneta, ante un populacho convenientemente enardecido por las vituperaciones del libertino tiranuelo. Obtuvo el crédito (cobró rescate, para hablar claro), pero las acreencias extranjeras fueron otro cantar.
Con seguridad, la “planta insolente del extranjero” habría aplastado a nuestra famélica y mal equipada tropa mestiza y ocupado el territorio nacional, de no haberse interpuesto Theodore Roosevelt, a la sazón vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos.
Aquel intento de cobro compulsivo brindó a Washington la ocasión de sentar un precedente, enviando a la vieja Europa un mensaje clarísimo: “A este lado del Atlántico, las cabezas de playa y los infantes de marina son todos nuestros, old sport”; especialmente en la cuenca del Caribe de aquellos tiempos.
Las potencias europeas y Venezuela terminaron firmando, en Washington, un acuerdo de reducción de deuda apenas siete meses antes de que Roosevelt se hiciese con el canal de Panamá.
Las exportaciones de petróleo han caído un 40% desde 1997 y la inflación es la más elevada del planeta.
En cuanto a la deuda, al siguiente dictador le tomó décadas saldarla por completo, pero la diplomacia de las cañoneras nos legó la patriotera muletilla de la “planta insolente” que Hugo Chávez, un siglo más tarde, sacó a pasear cada vez que le daba por denostar durante horas a los gringos. Cipriano Castro murió en el exilio y sus restos reposan en el Panteón Nacional, nimbado por la izquierda venezolana como ejemplo de luchador antiimperialista, pese a que fueron justamente los yanquis quienes le sacaron las castañas del fuego.
Este mes de octubre vencen los plazos en que Venezuela debe honrar los intereses de su deuda soberana, calculados en unos 4.100 millones de euros. Durante semanas, los mercados temieron la posibilidad de que el país, acogotado por una crisis económica sin precedentes, se declarase en suspensión de pagos.
Por ello, señalan los expertos, los bonos de deuda venezolana llegaron a rendir 11 puntos más que los del Tesoro gringo, 12 veces más que los de México, 4 veces más que Nigeria y el doble de lo que paga Bolivia.
Se insistió últimamente en que Venezuela habría encomendado a un banco de inversión procurar compradores para sus refinerías en Estados Unidos y así poder pagar el servicio de la deuda. Los rumores de un inminente default venezolano se solaparon con las noticias del pulso entre Argentina y los llamados fondos buitre que hablaban de un perentorio default porteño. En las redes sociales venezolanas llegó a leerse: “Argentina es como Venezuela, pero sin petróleo”.
Todo indica, sin embargo, que Nicky Maduro pagará escrupulosamente y a tiempo, sin tener que sacar a remate las refinerías Citgo. Un país cuya compañía estatal petrolera ingresa todavía 67.000 millones de euros al año está en condiciones de amortizar unos miserables 4.000 millones de euros.
Un respetadísimo analista financiero del Bank of America reportó hace dos semanas que los funcionarios del Banco Central venezolano lo invitaron a ver con sus propios ojos los lingotes de oro que por valor de 10.200 millones de euros guardan sus bóvedas.
Pese a la debacle económica (las exportaciones petroleras han caído un 40% desde 1997 y la inflacion es hoy la más elevada del planeta), Venezuela cuenta, al parecer, con reservas internacionales suficientes para pagar los 1.350 millones de euros correspondientes al llamado Bono Global 2014.
Sin embargo, persisten retrasos de años con las importadoras de alimentos por más de 3.300 millones de euros, principal causa de la grave escasez de productos de la cesta básica y de medicamentos, efecto directo de corruptelas denunciadas por el defenestrado exministro de Planificación, Jorge Giordani, y que se calculan en 15.800 millones de euros.
Para decirlo con palabras de los economistas venezolanos Ricardo Haussman y Miguel Ángel Santos, ambos de la Universidad de Harvard, quedar bien con Wall Street haciendo default de lo adeudado al pueblo de Venezuela en bienestar, salubridad, seguridad personal, transparencia administrativa y perspectivas de futuro para las generaciones venideras no es sino señal de la indigencia moral de la “revolución bolivariana”.
Ibsen Martínez es escritor.