Los abstencionistas fueron esenciales para que no votaran dos millones y medio de ciudadanos de las clases medias en las zonas pudientes de las ciudades. Recibirán su pago en fuetazos si el gobierno gana esos municipios, un paso más al totalitarismo. Habrá invasiones de apartamentos y tierras a bastanza y nadie a quien llorarle. Es el único triunfo que pueden obtener, un boomerang laser, pues sus cabecillas están bloqueados a lo constructivo, fracasan sistemáticamente, se destruyen a sí mismos y arrastran lo que tienen cerca. Perdieron posiciones de poder, partidos, dinero, y hasta la libertad, por sus descabelladas elucubraciones. La acción cainita y el narcisismo son su única manera de obtener identidad política, de decir ¡aquí estoy yo!, como el que quemó el deslumbrante templo de Diana en Efeso solo para que la historia lo recordara.
Cuando retiraron las candidaturas a la AN en 2005, estabilizaron la revolución con una Asamblea Nacional sin opositores, oscuro objeto de deseo del totalitarismo, que nombró al ¿con-ese-CNE? y al ¿con-ese-tribunal? La vieja burrada tiene el sello de los “gerentes” de la antipolítica que lo decidieron (y ahora deciden burradas nuevas). El gobierno tiene gobernaciones, tendrá los municipios y por un inexplicable bache en el ácido desoxirribonucleico, en los cromosomas, opositores desvarían que “nos abstenemos en las municipales y luego iremos a las presidenciales”. Las clases medias ilustradas son de por sí una paradoja. Concentran lo que Kant llamaba la razón práctica, el conocimiento aplicado en las diversas áreas de la acción social, pero son políticamente gallas, con tendencia a hacerse grupies y fanáticas de algún tonto encapirotado.
Besos de fuego
Creen que su instrucción académica les da saber político, lo que es un agravante, porque su interpretación de los problemas del poder es valorativa, principista, doméstica, mojigata, moralina, e importantes estudiosos la califican de infantil. El más grande físico quántico nunca sabrá conseguir un voto porque ese no es su trabajo. La política es como los chorizos, todo el mundo se los come pero pocos saben de qué los hacen. La gente paladea su morcilla y la disfruta, pero para político aficionado o antipolítico cuando averigüa qué tiene dentro, le vienen los ataques de náuseas ¡y a purificar la morcilla! Nos gusta vivir en democracia, con sus valores sociales e institucionales y caminar tranquilo por las calles, protegidos y seguros, sin pensar en el ejército de sombras que se desliza por las alcantarillas del poder, espionaje, delación, soborno, para que eso exista. Bese tántricamente y no piense en el intercambio de bacterias.
Cada vez que las clases medias se incorporan masivamente a la acción política, como suele ocurrir en las crisis, se producen grandes tragedias sociales porque ellas suelen afiliarse y simpatizar con quienes articulen lugares comunes, insensateces, vaciedades y petulancias moraliqueras, la antipolítica. Su incapacidad para entender el asunto explica su histórica fascinación por los movimientos totalitarios. Invitan a salir a la chica, le piden que por favor lleve sus exámenes odontológicos y médicos a la cita, pero simpatizan con matones. No sólo me refiero al drama en Venezuela desde 1993 cuando se impuso la política-moralina que tanto las seduce y la “lucha contra la corrupción”, con la que triunfaron sucesivamente dos reyes del lugar común y el desastre. Ahora, en 2017 las mismas clases medias politizadas de nuevo entierran a la oposición y sirven al gobierno.
Los besa-doñas
Mussolini, Perón, Vargas, Velasco, las exprimieron y luego las lanzaron a la miseria. La revolución triunfó aquí por el apoyo exquisito (gran parte de las elites y de las clases medias se arrodillaron frente a la hebilla de Chávez), los mismos que cañonean hoy, desde Brickell a Francfort pasando por Caracas, a los colaboracionistas que se mantienen en el terreno y hacen sobrevivir la idea de democracia. Si no existe totalitarismo aún, pese al esfuerzo antipolítico, y al venadismo de varios “líderes”, es porque los que proponen abandonar todos los espacios no terminan de triunfar definitivamente. Vea en tuiter las brigadas de menesterosos emocionales y morales de los laboratorios, que con esfuerzos llenan los 140 caracteres de balbuceos y calumnias, a nombre de seudodirigentes (no es los mismo un dirigente que un besa-doñas). Camisas pardas de la mente, agavillan lo que no tenga el sello atarantado del radicalismo.
No hay pensamiento radical porque el radicalismo es la negación del pensamiento. No hay pensamiento radical porque el radicalismo es el mecanismo que sustituye al pensamiento. Cuán palomita será quien se deja sacar del camino democrático –y exitoso– por una furia tonta, para terminar estrellado en un barranco. Cuando no soy apto para usar con utilidad la cabeza, la impotencia me lleva a calificar, juzgar, anatematizar, despotricar, insultar. Platón Antoniou, reportero gráfico de New Yorker, cuenta su experiencia cuando le tocó fotografiar a Muammar Gaddafy junto al podio de mármol verde de la ONU. Describe que “sus ojos eran inexpresivos como si no tuviera alma. Despotricaba de todo y seguía, y seguía, y seguía dando vueltas alrededor de nada. La imagen (de su rostro) que recogió la cámara es exactamente esa: alguien que dibujaba líneas sin sentido sobre la arena solo para afirmar: aquí estoy yo”.
@CarlosRaulHer