A fuerza de verlos a diario en los medios de comunicación, recibiendo su dosis cotidiana de gas del bueno, agresiones físicas y atropellos de todo tipo, a uno termina pareciéndole que siempre estuvieron allí, que sus rostros de adultos jóvenes nos son tan familiares como el de los vecinos que cruzamos recurrentemente camino al estacionamiento del lugar que habitamos. Son diputados, alcaldes y concejales electos popularmente, dirigentes de sus partidos políticos, activistas de los derechos humanos, líderes estudiantiles que salen a manifestar pacíficamente con sus carreras a cuestas. Le hemos puesto rostro a sus nombres.
Son el reservorio que le ha dado a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), y a la oposición ciudadana, un nuevo brío, un aire de ventanas abiertas, de cierta novedad que se echaba de menos. Se han ganado su puesto al lado de los veteranos que han sostenido la lucha opositora a lo largo de 18 difíciles años de avances y retrocesos. Nunca imaginaron los perpetradores del socialismo del siglo XXI, que contribuirían a multiplicar en los jóvenes, con tanta eficacia, el embrión de su propia negación.
El partido oficialista –que se pretende cargado de futuro– es un carrusel de rostros repetidos, de altos funcionarios que viven acomodados de enroque en enroque; mandarines cuya única preocupación es perpetuarse en el gobierno a toda costa. Constituyen una gerontocracia prematura, que ha perdido el feeling del pueblo en cuyo nombre dicen gobernar.
Desconectados del país real, y aferrados al poder, no tienen mensaje que convoque a la juventud, ni generan entusiasmo, por más reguetón que bailen. Hace tiempo que olvidaron la militancia y perdieron la calle. Por eso, viven encerrados en Miraflores, y cuando salen se suben a tarimas blindadas, rodeados de una esmirriada concurrencia que repite consignas masticadas como un chicle viejo e insípido. En esa desconexión con el futuro de Venezuela, reside una de sus mayores debilidades, hoy en día.
La ferocidad de la represión en contra de las marchas estudiantiles pacíficas, sin que los miembros de la nomenclatura gobernante –algunos de ellos fueron activistas universitarios– se atrevan a detenerla, o al menos a denunciarla, es una prueba de que la juventud es un objetivo central en la labor de quebrarle el espinazo al esfuerzo opositor, hoy expandido por todo el país.
El artilugio constituyente no convence a nadie y sus promotores se han visto obligados a escoger a dedo a unos estudiantes, supuestamente oficialistas, para que confirmen –junto a otros sectores oficialistas– al espantapájaros. Bien podrían llevarse una sorpresa más, y descubrir que el repudio generalizado se puede colar entre las rendijas de la “Constituyente”, bajo sus propias narices.
La oposición democrática reunida en la MUD, ha venido creciendo, aumentando su influencia y ocupando los espacios que se abren gracias a la creciente desilusión chavista. Hoy puede mostrar un grupo de jóvenes dirigentes –hombres y mujeres– que constituye un reservorio de energía democrática, de voluntad de cambio, que está marcando el momento que se vive. Son los nuevos rostros de la oposición democrática.