Hay algunos que se creen dueños de Venezuela. Eso es apropiación indebida. Pero resulta, pasa y acontece un Venezuela no es de Maduro y sus compinches. Tampoco de Calixto Ortega y sus compañeritos de los pupitres de esa cosa que llaman el TSJ. Mucho menos el país es propiedad de los señores feudales del PSUV, ni de los magnatizados enchufados, las comadres del CNE, los tres chiflados del Poder Ciudadano o los uniformados con los pechos repletos de insignias de comiquita convencidos de que son los papás de los helados. Aclaremos, para que no haya duda: Venezuela no le pertenece a señores de la banca internacional, o a los gobiernos o empresarios chinos, o rusos, o belarusos, o gringos. Que la revolución haya entregado en hipotecas al más acabado estilo del neoliberalismo salvaje nuestros principales activos no puede ser entendido como un sino fatal. La inmensa mayoría de esas “operaciones” son ilegales, inconstitucionales e inmorales. Y algún día, cada vez menos lejano, los responsables de haber convertido a Venezuela en un país esclavo de malhechores, delincuentes, narcocriminales, corruptos y otras especies de salvajes tendrán que pagar por sus acciones.
Venezuela es de los venezolanos. De nadie más. De los venezolanos a quienes nos arrebataron el país. Y este asunto va mucho más allá de lo que dice la Constitución vigente. Tanto y tanto que gusta este régimen de cacarear a los cuatro vientos sobre la historia patria y cada día se mofa de ella, de nuestras raíces, de nuestra trayectoria, de las muchas páginas escritas sobre nuestros aciertos y dolores, nuestros logros y fracasos, nuestros bautizos y obituarios. El país que el régimen inventó es falso, es una gigantesca farsa. Por eso, porque es una falsedad, los venezolanos vemos el país que nos presentan en los medios oficialistas y no lo reconocemos ni nos reconocemos en él. De allí esa sensación de gigantesco extravío que se nos cuela por las rendijas, esa desagradable y punzopenetrante percepción generalizada de país degradado, arrebatado, secuestrado, violado, estafado y vendido. Tapizaron la tierra y el aire con consignas idiotas y mediocres frases hechas, con inservibles clichés y estereotipos. Todo es una creación de laboratorio. Ni los venezolanos somos como nos pintan en la propaganda oficial ni el verdadero país es este protoplasma viscoso en que lo convirtieron. Tampoco es esa cursiambre de guayoyito y arepitas dulces, de suspiros y mojigaterías, de gestos y señas empatucadas de colorinches baratos que se deslíen con la primera agüita. No somos una marcha militar ni una serie de cancioncitas cantadas por borrachos desentonados en la madrugadas de rumba. Los venezolanos no somos ni esa maravilla que inventan en salas situacionales ni una nación de corruptos. Venezuela no este pichaque de resentimientos y odios. No es, por cierto, la ridiculez heroica que nos imponen día con día. Venezuela y los venezolanos somos normales, promedio, ni muy muy ni tan tan. No somos ni devotos fervorosos ni pecadores irredentos. Somos y siempre hemos sido bochinche y orden. Exagerados cuando la ocasión la pintan de fiesta y esperanzados cuando la tragedia nos visita.
El estamento político tiene que dejar de pretender hacer de Venezuela un país a su imagen y semejanza, que es exactamente lo que ocurre. Porque eso está indefectiblemente condenado al fracaso. Y los venezolanos, cada uno de nosotros, tiene que ponerse de pie y decir en clara e inteligible voz “ese no soy yo, ese no es mi país, eso no somos nosotros”. Y si para hacerlo tiene que rebelarse, será.
@solmorillob