Publicado en ALnavío
Por: Pedro Benítez
Los gobiernos de Rusia, Cuba y Corea del Norte no se sentarían nunca a dialogar con la oposición (de hecho no lo hacen). Para ellos cualquier tipo de disidencia es ilegítima desde un principio. Sencillamente no existe. Esa es la lógica de toda autocracia o dictadura.
¿Que el gobierno de Nicolás Maduro acepte dialogar con la oposición venezolana lo hace democrático? En lo absoluto.
Cuando Maduro o Jorge Rodríguez, alcalde del municipio Libertador de la ciudad de Caracas y su principal vocero, afirman que han obligado a la oposición a sentarse a dialogar, la realidad es exactamente al revés: a ellos los han obligado a sentarse.
Cuando agregan que han obligado a los opositores a reconocerlos, la verdad es totalmente a la inversa. Son ellos los que de mala gana han tenido que aceptar la existencia de sus adversarios.
Han asegurado que la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) les impondría sus condiciones a los representantes de los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, pero ha resultado totalmente distinto.
No obstante, lo anterior es parte de una línea de comunicación muy bien pensada donde el régimen chavista, a través de su amplia red de medios públicos, ha construido una realidad paralela. Así, por ejemplo, en Venezuela no hay crisis, hay una guerra económica; no hay hambre, hay algunos problemas; etc. Es lo que George Orwell denominó neolenguaje, donde las afirmaciones no se corresponden con los hechos e incluso a las palabras se les da un significado distinto al generalmente aceptado, un instrumento de manipulación social e ideológica consustancial a los regímenes totalitarios.
En esta práctica el chavismo ha sido muy ducho. Detrás de ella había una aspiración muy ambiciosa: imponer una hegemonía cultural. Ese fue uno de los últimos propósitos públicamente expresados por el extinto presidente Hugo Chávez.
Sin embargo, este es un terreno donde el chavismo ha fracasado parcialmente. Los estudios que han indagado la opinión de los venezolanos sobre el socialismo como forma o aspiración de gobierno indican que la mayoría abrumadora lo rechaza, incluso entre los más pobres, pese a las casi dos décadas de persistente propaganda.
Maduro presenta las derrotas como victorias
Pero hay un aspecto donde sí ha sido exitoso: dentro del país el régimen de Maduro presenta como victorias lo que en realidad son derrotas.
En el razonamiento chavista la oposición no cuenta con legitimidad alguna, puesto que no se enfrenta a cualquier gobierno sino a una revolución. No obstante, el Gobierno ha tenido que admitir su legitimidad. Nicolás Maduro no quería la realización de elecciones de gobernadores por temor a perderlas. Sin embargo, las convocó y todo indica que las perderá. No quería sentarse a dialogar con la oposición porque eso implicaría reconocer la legitimidad de ésta y, lo que es peor, verse obligado a ceder. Pero ha tenido que sentarse y no le quedará más remedio que ceder.
Lo que todavía pareciera que no está dispuesto a admitir, por lo menos públicamente, es que la oposición lo pueda desplazar del poder.
Aunque la oposición no ha logrado ese propósito (ese es un hecho objetivo), lo cierto es que el de Maduro es un régimen acorralado nacional e internacionalmente (esto también es un hecho objetivo).
No obstante, la percepción dentro de Venezuela es distinta y aquí el gobierno chavista ha contado con la colaboración involuntaria de la oposición.
Porque lo cierto es que la oposición venezolana hace las cosas que debe y puede hacer, pero no las explica bien. La oposición no tiene armas, tiene votos, porque eso busca unas elecciones.
Intenta llegar a una salida negociada, por la misma razón anterior, y para eso necesita presión internacional y sentarse a negociar con el gobierno al que quiere desplazar. Tarea nada facial.
Pero probablemente en las limitaciones de la oposición para explicar esa política resida la dificultad que ha tenido para concretar el jaque mate al régimen chavista.