Hace años, Teodoro Petkoff, acuñó el término izquierda borbónica para distinguir a los grupos de rezagados izquierdistas que se habían quedado atrapados en las telas de araña ideológicas -muy a su gusto muchos de ellos-; que se negaban a aceptar el fracaso estrepitoso del comunismo y de la teoría marxista-leninista que lo nutrió, e insistían en cultivar la sarta de disparates antidemocráticos que se fueron adosando a su práctica política.
De los Borbones se decía -con mala leche francesa- que “ni aprenden ni olvidan” para señalar una supuesta insuficiencia genética para reconocer y enmendar sus errores y una insuperable capacidad para guardar rencores y cultivar odios. La frase se hizo popular en el vademécum de la diatriba política, sin que se mostraran pruebas fehacientes -históricas, fisiológicas o psicológicas- de que los pobres Borbones cargarían -por los siglos de los siglos- con tamaña tara a la hora de ejercer su condición de monarcas destinados, por la gracia de Dios, a mandar sobre sus súbditos. Aún hoy, cuando se les ve pasando tantas tribulaciones con cara de perro en los tribunales, uno se pregunta: ¿Será verdad que ni…?
En nuestra tierra de gracia, cuando creíamos que los especímenes criollos de la izquierda borbónica habrían sucumbido ante las evidencias, habrían dado el salto cualitativo y dejado atrás para siempre la quincallería ideológica de los años 60 y 70, re-emergieron con todas sus antiguallas intactas para fundirse con el máximo líder y su proyecto de socialismo del siglo XXI. Pero, entonces, el silencio era de rigor y sólo él hablaba y hablaba, y seguía hablando, mientras los demás reían sus ocurrencias, o apuntaban con fervor de alumnos de primera fila sus directrices. Hubo quien conjeturó que de tanto callar, las cuerdas vocales se les atrofiarían y ya nunca más articularían palabra alguna. Pero no fue así.
Cuando el líder dejó de ser humano y se transformó en galáctico; una vez que elaboraron el duelo presuroso por su partida, se acercaron sigilosos a los micrófonos: Aló, aló, probando, probando, uno, dos, tres… y comenzaron a dar rienda suelta al caudal atropellado que llevaban en la garganta. Ya él no podría reprimirlos con un cejo fruncido, con una chacota picante como un latigazo. Ahora todos hablarían sin tapujos, habría cadenas diarias, cada quien tendría su propio programa de televisión, su micrófono express siempre a la mano. Y comenzó la contienda por ver quién repetía más veces las gastadas consignas del pasado: burguesía apátrida, imperialismo americano, guerra económica, conspiración de los medios, terrorismo, etcétera y más etcétera.
El país se deshilacha hoy entre tantos epítetos, el pueblo al que decían amar con fervor envía una contundente advertencia para que enmienden, y lejos de escucharlo, lo amenazan. El vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, le echa la culpa a Dólar Today de la situación cambiaria, es decir, el gobierno estaría a merced de una íngrima página web. El jefe de la fracción parlamentaria oficialista acusa al presidente Barack Obama de aplicar sabotajes en contra de la economía venezolana, ataques para minar la moneda, financiamiento al terrorismo, de aliarse con Europa para golpear por todos los costados a la revolución. Yes, el propio Tío Sam afroamericano.
Y surge la pregunta: ¿Por qué será que el gobierno de Cuba anda tan a gusto con el presidente gringo? ¿Por qué será que ya ninguno de los presidentes del ALBA o Unasur siguen con la retórica inflamada, ni quieren pasar por Caracas a dar señales de solidaridad? ¿No valdría la pena hacer un alto y apagar el ventilador de consignas desconchadas? Ponerse a trabajar en serio, por alguna vez, para solucionar la crisis, como lo están haciendo tantos países. Indagar, preguntar, consultar, dialogar más allá de los alambres de púa ideológicos con los que pretenden protegerse, aislándose.
¿No valdría la pena: aprender y olvidar?