Por: Jean Maninat
Como a los perros briosos, de carácter irascible y dentellada pronta, a las palabras hay que sacarlas a pasear con su cadena bien sujeta al cuello y su bozal bien puesto en el hocico. Solemos irnos de boca livianos bajo su influjo y luego recogerlas resulta embarazoso. Donde dije digo, digo Diego, es una dispensa de abolengo que sólo logra acentuar la sonrisa divertida del interlocutor o la carcajada anónima del lector.
La medida de “casa por cárcel” otorgada por el régimen al máximo dirigente de Voluntad Popular (VP), Leopoldo López, ha suscitado un revuelo de dimes y diretes, de declaraciones y aclaraciones, que poco ha ayudado a que se asimile un hecho político que -salvo los más caídos de la mata- todo el mundo presentía que podría suceder en cualquier momento. Pero, había corrido demasiada tinta indeleble iracunda, mucha frase épica, mucha palabra encendida para poder asimilar con calma una decisión políticamente estructurada.
(Leopoldo López es un preso político, nunca debió estar encerrado como tampoco el resto de quienes todavía están en prisión. Nadie puede exigirle a otro que se pudra entre cuatro paredes).
Sólo un insensato puede suponer que la mejor solución a la crisis política, económica y social que vive Venezuela es que se prolongue hasta que uno de los contendores se esfume, desaparezca cueste lo que cueste. Es una falacia, un fraude moral, suponer que para honrar a los caídos hay que ofrendar más muertos, heridos, apresados, torturados.
Es necesario buscar aperturas para obtener avances concretos y detener la carnicería. No significa rendirse, ni dejar la lucha ciudadana, ni las manifestaciones pacíficas; entraña, eso sí, incorporar otros medios de presión, que acorralen al régimen, que lo obliguen a aceptar una salida democrática.
Los demócratas venezolanos, su dirigencia política reflejada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no pueden caer en la ratonera de una espiral de violencia que sólo le conviene al gobierno y por tanto la fomenta con eficaz saña. En el jiu-jitzu (el arte suave) la habilidad consiste en utilizar la fuerza del contendor para llevarlo al suelo, aplicarle una dolorosa llave paralizante, y hacerlo que pida cacao con tres simbólicos golpecitos. No hay gritos amenazantes, aspavientos, tan solo efectividad para defenderse y triunfar.
Lo quieran o no las diversas salas situacionales, la solución de lo que ya algunos medios de comunicación internacional denominan “el conflicto venezolano” pasará por una negociación para la cual la dirigencia democrática del país tendría que prepararse desde ya para que no la tome por sorpresa con los pantalones arriba o abajo. La presión internacional no va a ceder en la exigencia de lograr una salida negociada, toda declaración que salga, todo instrumento conocido o por conocer que se aplique terminará con ese exhorto. Así que más vale dotarse de la mejor expertise posible para salir airosos de la prueba el momento llegado.
Está visto que los pa’atrás ni pa’ coger impulso, de rodillas nunca, báilame este trompo en la uña, son consignas, piezas de agitación y propaganda que animan las cargas, entusiasman a la gente, arrebatan el twitter, pero obnubilan el juicio político.
¿Negociación para qué? Se preguntan algunos expulsando palabras como fieras realengas y furiosas. Pues para rematar la faena y recuperar la democracia.