Este artículo lo referí hace tiempo, pero su vigencia es perfecta. Lo recordamos a propósito de la intervención de panaderías.
Algunos piensan que la embarazosa historia de los controles de precios de los griegos, analizada impecablemente por Ángel Alayón en Prodavinci hace varios años, debía haber sido suficiente como para que el mundo entendiera lo inadecuado e inútil de esa medida. Pero la historia nos ha mostrado que el error se ha repetido una y otra vez, pese a que el resultado siempre ha sido desastroso.
Volvamos a ver la historia que Ángel nos cuenta, ahora desplazados a Zimbabwe en el siglo 21.
“Imagine una economía en la que los precios se duplican diariamente. A ese endemoniado ritmo llegó a crecer la inflación en Zimbabwe. La cifra oficial durante el 2008 alcanzó la ilegible cifra de doscientos treinta y un millón por ciento anual (231.000.000.000%). El dinero no valía nada y los ciudadanos sobrevivían en medio de uno de los fenómenos económico más temidos: la hiperinflación. Pero regresemos la película de Zimbabwe ocho años y vayamos hasta el 2000”.
Desde principios del 2000, Zimbabwe sufría las consecuencias de la desinversión que implicó la confiscación de las tierras de los hacendados blancos y de una política monetaria expansiva. Los precios comenzaron a subir, al principio con cierta timidez, alcanzando para el año 2000 un 54%. Cinco años después, los precios crecían a un 585,4% anual y ya para el 2006 los precios rompieron la barrera de los mil.
Robert Mugabe se enfrentó a un dilema y decidió perseguir a los comerciantes culpándolos del proceso inflacionario. En diciembre de 2006, Burombo Mudumo y Lemmy Chikomo, de Lobels Bakery, fueron sentenciados a cuatro meses de prisión por vender el pan por encima de los precios regulados. El magistrado que dictó sentencia dijo que “el encarcelamiento debería servir de advertencia a otros potenciales violadores de la Ley”. Los panaderos, ahora presos, argumentaron en su defensa que habían enviado cartas a los ministerios encargados de la regulación de precios advirtiéndoles que si vendían a los precios establecidos se verían obligados a parar la producción. Nunca recibieron respuesta y, ante el dilema, decidieron producir y vender. No creían que serían castigados con la pérdida de su libertad, pero entre rejas se vieron.
Los precios aceleraron su ascenso, así que Mugabe decidió tomar cartas en el asunto y decidió prohibir la inflación. Sí, leyó bien: prohibir la inflación. Emitió un decreto que obligaba a disminuir de forma inmediata en un cincuenta por ciento (50%) todos los precios de la economía y, luego de esa extraordinaria reducción de precios, nadie podría subirlos nuevamente.
La política de Mugabe tuvo consecuencias inmediatas: en solo un fin de semana los consumidores agotaron todas las existencias de alimentos y electrodomésticos. En la mañana del lunes los comercios amanecieron vacíos y unos cuantos comerciantes despertaron tras las rejas por presunta especulación y acaparamiento. A partir de ese momento era prácticamente imposible conseguir carne, sal, azúcar, pan, leche o aceite. Zimbabwe. Los economistas desistieron de la idea de medir la inflación por una razón: los precios eran irrelevantes pues no había productos.
La situación en Zimbabwe ha mejorado desde el 2009. Mugabe aceptó el uso de moneda extranjera como medio de pago y comenzó un proceso de liberación de los precios. Incluso ha dado señales de permitir el retorno de los antiguos hacendados a sus tierras. “Zimbabwe es un país que continúa errando en un complicado laberinto político y económico, pero, paradójicamente, ahora lo transita tomado de la mano del Fondo Monetario Internacional, su antiguo enemigo”.
Sin comentarios.