Por: Alberto Barrera Tyszka
Algunas frases también necesitan autopsias. Hay que abrirlas, mirarlas por dentro, tocarlas, tratando de encontrar su verdadero sentido. ¿Un ejemplo? Lo que escribió Mary Pili Hernández en su cuenta de Twitter unos minutos después de la medianoche de este miércoles: “El fascismo no busca matar a un chavista. Lo que en realidad quiere es matar la PAZ que @NicolásMaduro ha promovido desde que es presidente”. Dos horas antes, si acaso, se había anunciado la espantosa noticia del asesinato del diputado Robert Serra. El breve texto de Hernández también tiene algo trágico. Es difícil decidir qué es peor: juzgar y condenar sin investigación, politizar a priori un crimen, o aprovechar un homicidio para hacer promoción y adular a un presidente. Algunas frases también necesitan autopsias.
No dejan de ser reveladoras estas reacciones rápidas. Que sean guiadas por el dolor no las libera de lo que son, del pensamiento que implican. Blanca Eekhout fue explícita: “Burguesía cobarde y asesina, hoy vuelve a derramar la sangre de jóvenes patriotas pero el dolor será fuerza. Honor y gloria a Robert Serra”, escribió, decretando de una vez qué había pasado y quiénes eran los culpables. Con más prudencia, otros mensajes respiraron en el mismo clima, reiterando la idea de que el homicidio del diputado no forma parte de la normalidad del país, no entra en la estadística. Se trata de una muerte distinta. De una muerte revolucionaria.
Otro ejemplo: María Gabriela Chávez escribió: “No podrán con nosotros”. ¿De qué está hablando? ¿A qué se refiere? En el fondo, perciben todo desde una estructura preestablecida. Antes aun de que hubiera comenzado cualquier indagación policial, ya estaban instalados en un discurso polarizante, ubicado en el “contexto de guerra”; ya habían decidido que –más allá de lo que hubiera pasado– la muerte de Serra era un ataque político al cuerpo del poder.
Lo mismo sucedió con otro crimen espeluznante: el fatal asesinato de Eliécer Otaiza. En ese momento, también Blanca Eekhout dijo que se trataba de un “crimen político”. Y Delcy Rodríguez acusó a “bandas criminales”, ligadas al partido Primero Justicia, de ser las responsables del delito. Y el presidente Maduro, en cadena nacional, aseguró que todo formaba parte de una conspiración, que el asesinato había sido planeado en Miami. Después de las investigaciones y de las detenciones del caso, ninguno de ellos se retractó. La verdad no les pareció noticiosa. Tal vez era demasiado real. Demasiado común. Demasiado popular.
La historia y la vida están llenas de casualidades. Justamente este mismo miércoles, en Medellín, un grupo de periodistas venezolanos resultaron ganadores del Premio Gabriel García Márquez por su trabajo en la cobertura de los sucesos del 12 de febrero de este año. El equipo coordinado por César Batiz recibió este importante reconocimiento por la realización de una seria investigación y de un reportaje que demostró que quienes dispararon y asesinaron a las primeras víctimas ese día fueron funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado. Periodismo dedicado a la investigación. Palabras tratando de atrapar balas.
Ninguno de estos periodistas, sin embargo, sigue hoy en Últimas Noticias. Todos se fueron, o tuvieron que irse, debido a la censura o a la nueva línea editorial, dedicada a priorizar los logros del gobierno y eludir las heridas de la realidad. La hegemonía comunicacional apaga la verdad pero no va a reducir la inseguridad.
La violencia no nos rodea. Ya, más bien, vivimos en ella. No es una amenaza externa. Habita con nosotros. Está en todos lados. También en el lenguaje. Los homicidios en el país no son fascistas o burgueses: son muchos. Nada más. Son demasiados. No estamos ante un problema de adjetivos sino de estadística. El poder también debe desarmar su mentalidad, su concepción militar de la política, su forma bélica de relacionarse con la realidad. El país entero es mucha muerte. Esa es la conspiración. Esa es nuestra única guerra.