Quítele usted esa pronunciación horrenda del idioma inglés; ponga usted a decirlo a un ser más agraciado físicamente y con mejor peinado; quítele los gestos innecesarios con las manos y la movedera incesante en el podio; quítele algunas frases exageradas más apropiadas para plaza pueblerina en domingo de feria. Claro, eso supone hacer abstracción de la teoría post-MacLuhan de la Escuela Annenberg según la cual “el mensajero es el mensaje”.
No imaginé que llegaría el día en que diría esto, pero si usted hace esa cirugía estética al discurso del señor Trump del 19 de septiembre pasado en la Asamblea General de la ONU le queda una punzo penetrante alocución de un líder poderoso, suerte de Churchill del siglo XXI.
Trump no es santo de mi devoción. Ni creo lo será. No me gusta ni su modelo de pensamiento ni su actitud. Y hasta el momento no lo había visto con un discurso medianamente tolerable. Me había parecido poco más que un bocazas, dado a la intemperancia y al histrionismo circense. Pero me sorprendió lo articulado de su discurso en la ONU. Eso no fue casual ni porque se levantó de buen humor, sin dolor en parte alguna del cuerpo. Los presidentes serios no escriben ellos mismos sus alocuciones. Tienen un equipo muy profesional que se encarga de ello. El presidente lo que hace es marcar las pautas. Y revisar borradores. Y ensayar. Todo se mide. Incluso frente a “focus group”. Los “speechwriters” que le escribieron a Trump este discurso dedicaron no pocas horas al ejercicio de redacción e hicieron buen trabajo. Sobre aquellas frases que podríamos tildar de “inconvenientes”, algunas fueron sembradas adrede, pero otras fueron desviaciones del guión, improvisación frente al micrófono de un hombre que a hoy poco logra controlar sus impulsos y vaya si disfruta en ser un diario transgresor de las más elementales normas de etiqueta discursiva. Creo también que en el discurso algunos asuntos relevantes quedaron en el tintero. No hizo énfasis en varios temas que son claramente marcadores en la escena universal de hoy, a saber, el terrorismo y el micro terrorismo que ocurre con demasiada frecuencia y está teniendo un efecto pernicioso; la violación de derechos humanos contra grupos humanos específicos muy vulnerables en Myanmar, cuyo jefe de estado es nada menos que una ganadora del premio Nobel de La Paz; el drama de las oleadas de millones de refugiados en varios continentes que es ya un problema de proporciones catastróficas. Las recientes tragedias de poblaciones afectadas por huracanes y otros desastres naturales ha debido tener fuerte mención, dado que, además, Trump es un mandatario del continente americano y es el líder de la principal potencia de Occidente.
Hubo frases que sobran, desechables. Nada ganó llamando al dictador de Corea del Norte “rocket man” ni usando verbos poco felices como “borrar”. Hubiera podido conseguir el mismo efecto que perseguía utilizando otras expresiones. Igual con advertir que está listo y “willing” (deseando). Estar listo es estar preparado; estar “willing” implica tácitamente cierto gusto o disfrute. Y eso deslució la base de su planteamiento. Creo que ha podido recurrir a describir el desastre para la Humanidad que puede ocurrir si el salvaje de Corea del Norte se enfrasca en un ataque con armas nucleares. Y así explicar el porqué hay que evitarlo, por la teoría del mal menor. Por cierto, su argumentación fue mucho mejor sedimentada en sus comentarios sobre Irán y el acuerdo nuclear e hiló con el discurso posterior del primer ministro de Israel.
Su posición sobre Cuba es harto conocida, así que llovió sobre mojado. Lo único que hizo en torno a ese tema fue refrendar lo dicho por meses. Entonces, estuvo de más.
Sobre el escabroso “caso Venezuela”, los redactores hicieron investigación; finalmente vemos a un presidente estadounidense hablando con propiedad, información y seriedad. Antes los venezolanos fuimos testigos de discursos de funcionarios norteamericanos, incluidos presidentes, que revelaban la crasa ignorancia sobre el tema. Creo sí que Trump ha podido y debido hablar de todo lo que pasa en Venezuela marcando que no es la posición de EEU, sino de muchos países del continente y más allá de los océanos, para borrar lo que Maduro como bufón diría en reacción, que esto es una culebra entre los gringos imperialistas y la moralidad de un país y un gobierno que sólo quieren que los dejen vivir y trabajar en paz.
Me adelanto a los muchos que me van a reprochar estas líneas, alegando que no es posible que yo esté ensalzando al “cretino” de Estados Unidos. Yo no trabajo así. Escucho, leo, analizo, escribo. Me desvisto de gustos personales y pasiones desesperadas que no hacen sino nublar el pensamiento. Yo no escribiría un discurso para Trump. Pero si tuviera que hacerlo, con algunas correcciones hubiera escrito algo muy parecido a lo que dijo.