Por: Luisa Kislinger
Amanece este inusual 7 de diciembre. Me siento con una gran resaca. Pero no de beber, sino de trasnocho. Igual no me importa mucho y sólo pienso en saber con más detalle cómo ocurrió. ¿Fue un sueño? No. Una revisión rápida al Twitter lo confirma. Tomo café y despido a mi esposo que se va a trabajar. Todas las promesas post-apocalípticas quedan desinfladas al asomarme a la ventana y ver que la tienda de pinturas de mi calle – que cierra muy temprano y ahora nunca abre los fines de semana – está abierta hoy, y son las 7.30 a.m.
Observo conmovida fotos que ruedan en las redes sociales de pasajeros que, ya en sus puestos en el avión de salida, muestran con orgullo su dedo teñido de morado. Algunos vinieron tan sólo a votar, otros lo hicieron antes de partir. Pongo la radio y Cesar Miguel nos regala al gran Héctor Lavoe cantando una verdad que los seres humanos a veces pareciera que olvidamos “Todo tiene su final”. Pero, en medio de todo, no estoy tan eufórica como pensé que estaría. Estoy contenta.Orgullosa de quienes sin miedo salimos ayer a votar y de quienes, desde la sociedad civil organizada, hicieron una extraordinaria labor cuidando los votos y documentando las irregularidades. Estoy contenta de ver el trabajo hecho por la MUD: una filigrana que aprendió de errores pasados y hoy capitaliza con madurez el gran e inocultable descontento popular. Pero eufórica, radiante, no es como me siento.
Escudriño mis pensamientos. Con la falta de sueño no parecieran ser claros. Y pienso que es una gran victoria, pero que debemos ser prudentes. Pienso, además, que el país cambió, pero no sólo para el oficialismo. El país cambió para todos y todas. Para bien o para mal, la era del chavismo cambió la manera de hacer política. Y más importante aún, cambió nuestra actitud ciudadana ante ella. Quienes hoy son diputados y diputadas electas por la MUD, y desde luego por el PSUV, deben entenderlo así. Atrás debe quedar la nostalgia por un país que ya no existe. Nos toca ahora construir uno nuevo, a la medida de nuestras aspiraciones, necesidades y capacidades, que son muchas.
Una mayoría contundente depositó su confianza en la MUD. Esa confianza debe ser valorada, atendida y protegida. Entre otras cosas, esperamos que haya concordia y que la unidad se mantenga por encima de las diferencias naturales que puedan surgir en el ejercicio de la política. Y, aunque sea un cliché, hay que decirlo: la ciudadanía no está entregando un cheque en blanco. Sí de algo nos sirve nuestra historia reciente es para ver y rechazar cómo la confianza de una mayoría que con esperanzas votaba por un presente y un futuro mejor, fue traicionada por un chavismo que perdió toda conexión con la realidad de la gente. De manera que miraremos con atención la labor de nuestros representantes en el parlamento, en espera de que cumplan su labor a cabalidad. Porque, en la Asamblea Nacional, y progresivamente en todos los poderes públicos y en todo el país, aspiramos que los “ojitos” de Chávez sean reemplazados por los ojos de la ciudadanía, de venezolanos y venezolanas empoderadas que miraremos su gestión y exigiremos respuestas.Esperamos de esta nueva Asamblea Nacionalla transparencia y eficiencia que prometen quienes a partir de enero serán mayoría en ella.Hacemos votos porque atrás queden los personalismos y las viejas maneras de hacer política. Es un momento histórico, sin dudas. Pero uno que debemos valorar, sin revanchismos y con humildad, sí queremos que se produzcan cambios verdaderos y perdurables en nuestra trastocada sociedad.