Por: Alberto Barrera Tyszka
Están sentados en una esquina de la barra. Uno viste de traje y corbata. El otro luce una guayabera color mamey. Apenas es media tarde y la tasca está casi vacía. Afuera, Sabana Grande es un lejano desorden de cornetas. La respiración de un autobús indica que un semáforo se ha puesto en rojo. Los dos hombres guardan silencio mientras el barman reparte whisky 18 años en dos vasos cortos. Entre las piedras blancas y el líquido ocre, se fruncen unas conchas de limón. Antes de alejarse, el barman les sirve una melancolía de boquerones y vinagre en un plato pequeño.
-¿En serio te dijeron eso? –pregunta, después de una pausa, aflojándose el nudo de la corbata.
-Parece que con la pendejada de la caminadera, el tipo está pegando cada vez más duro.
Vuelven a quedar un segundo en silencio.
-Lo otro que me dijeron –toma el vaso, baja la voz- es que en el comando están preocupados. Me contaron que está peor que nunca, que no oye a nadie, que anda todo el día con la cara amarrada…
-Eso se nota. Yo lo vi la otra vez por televisión y que tocando guitarra eléctrica.
-Eso fue en Maracay.
Apura un trago mientras asiente. Se alisa la guayabera.
-Pero se veía bien incómodo. Parecía que quería estrangular a la guitarra. Y daba unos brinquitos así –se sale del taburete, salta, resopla-. Como si bailara hula hula pero a ritmo de joropo… Y tenía una expresión. Tú sabes. Cómo diciendo: ¿qué coño es esto? ¿Qué carajo hago yo aquí?
-La gente se da cuenta de eso.
-Claro!–vuelve a sentarse en el taburete- Lo que pasa es que está picado porque el otro le sacó lo de lo nuevo y lo viejo.
-Pero ahí no tenemos nada qué hacer. El tipo parece “Drupi”. Uno voltea hacia Cumaná y el carajo anda en Río Caribe jugando Basquet. Uno mira para los llanos y el tipo acaba de pasar por San Fernando. Uno ve para Zulia y ahí está el flaco ése, jugando fútbol a 40 grados. Así no se puede.
Desde la calle llega un sonido parecido a un disparo. Nadie se inmuta. El sonido cruza y sigue de largo, hacia la cocina.
-Yo no entiendo, mano ¿Cuál es la rabia, cuál es la regañadera? ¿Tú viste lo que pasó en Valencia?
El de la corbata solo estira los labios y dice que sí con un gesto.
-De vaina no le tiró el micrófono a la gente.
-Así es. Además, de pana, un carajo que y que va ganando no puede andar por la vida con ese mal humor atravesado ¿No y que tenemos ese poco de números encima? ¿Y entonces?
-Eso confunde –dice el de la guayabera, dándole vueltas a los hielos con uno de sus dedos- Eso confunde –repite, casi en plan filosófico, como si estuviera citando a Mario Benedetti.
Cambian el tema mientras el barman repone los tragos. Observan a la distancia un televisor encendido, colgando del techo. Es una transmisión de la olimpíadas. Comentan algo sobre las mujeres y el lanzamiento de bala. Hasta que el hombre vuelve a alejarse.
-Escucha esta vaina. Esta mañana hablé con Jorge.
-Ajá
-Estamos poniendo la cagada- le dije.
-Ajá–repite, abriendo más los ojos.
-El otro tipo anda pateando el país. Nos quitó la calle.
-Ajá
-Ya se metió en Catia. Y sin peo. La gente feliz.
El de la guayabera no dice ajá. Solo asiente.
-Ahora empezó a hablar del hambre…Nos van a volver a sacar lo de PDVAL, le dije.
-Coño, sí. Ese comidero podrido…
-Exactamente…Y nosotros, mientras tanto, hablando de la gorrita, ¿qué tal?
-¡Yo lo dije desde el principio! –da un golpe suave con el puño sobre la barra, alza la voz- ¡Lo de la cachucha es una vaina de mamitas!
-Shhh
-Es que creen que se las saben todas, que se la están comiendo. Y por primera vez no estamos equivocando, ¿sabes? Lo mismo pasa con las cadenas. A la gente no le gusta esa vaina. Piensan que está pasado. Que es tremendo abuso.
-Pero ahí no podemos hacer nada.
-¿Por qué?
-Porque sí. Porque necesitamos más propaganda. Porque los números no dan.
Un hielo cruje dentro de uno de los vasos. El de la guayabera mira al otro boquiabierto, perplejo.
-No entiendo ¿Cuáles números?
De pronto se hace un silencio. El de la corbata puja una mueca de dificultad.
-¿Cuáles números? –repite ¿Los de ellos o los de nosotros?
-Ese es el problema –responde por fin- No se sabe. En verdad, las encuestas son un asunto religioso. Los números no son de nadie.