Por: Soledad Morillo Belloso
Hay un mercado electoral, formado por oferentes que se enfrentan por un cargo, que deben seducir, conquistar, enamorar y convencer a los demandantes, es decir, los electores, quienes en definitiva deciden a quien conceder la gracia de su voto. Pero hay que comprender cuánto y cómo ha cambiado ese mercado. Es el mismo país. Han cambiado sí los sufrimientos. El poder cambió de manos. Y la domesticación con olor a tiempos de Gómez se ha enseñoreado en el mercado. Mandan poquitos, millones obedecen. Un país de ciudadanos convertidos en ovejas terminó teniendo un gobierno de lobos. Hay espacios donde el único empleador es el gobierno. Si usted no se somete al poder no trabaja, no come, no vive. Esto no ocurre bajo cuerda; es una política abierta. Ese país que somos ahora debe ser comprendido por las organizaciones y los dirigentes. Hay una nueva ética y una nueva estética. La revolución cambió los valores, los colores y los calores. Los pecados lo son depende de quien los cometa. Esa gente que hace colas en el calor infernal para conseguir los productos que escasean es la misma ciudadanía que decidirá quién se queda y quién se va. Si en el estante ve un producto de mala calidad y al lado un papelito que anuncia que “aquí habrá otro producto mejor”, es obvio que la gente comprará lo que haya. Es un mercado oligopólico, con un oferente que ofrece realidades malas y otro que promete sueños. Y ahí la gente aplica aquello de más vale malo conocido que bueno por conocer. Porque, además, la gente se acostumbró al sufrimiento. A las carencias, a la mediocridad. Un pueblo domesticado sufre de un mal difícil de curar: la abulia.
El mensaje puede cambiar esta historia de telenovela barata y hacer que la gente despierte de la pesadilla. Ese mensaje está ausente. Entonces, el gobierno y su mensaje caminan a placer. El gobierno grita; el mensaje de la oposición es un silencio extraño que abruma. Se puede lanzar mucho tuit y empero nada decir. A hoy la oposición habla sin contenido, sin argumentos. Si la promesa básica del gobierno está clara -más socialismo cargado de resentimiento y odio- el pueblo siente que la alternativa a eso es el gobierno de una manga de sifrinos, de esos que tienen en la punta de la lengua palabras como “cachifa”. Si eso es la oferta, pues cobra poder la terrible frase de “con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo”. Y todo aquel espacio de mensaje que la oposición no ocupa, el gobierno lo rellena. Facilito, a su conveniencia y sin un mensaje poderoso que le signifique obstáculos. La oposición no se arriesga. Cree que si dice verdades perderá. Ha comprado un portafolio de tabúes. No se puede criticar las misiones, o decir que hay que ponerle un parao’ en seco al desastre cambiario, o que la AN ha sido la principal creadora de la corrupción que corroe al país, o que el narcotráfico se nos ha metido hasta los tuétanos. No se puede reclamar la costosísima burocracia, ni la acromegalia de PDVSA, o acusar la destrucción de la industria nacional. Y tiene que ser un extranjero, el expresidente uruguayo Mujica, quien diga que “Chávez no hizo un caraj…”. Pululan los asesores que aconsejan (mal) que el finado es intocable, que hay que sacarlo del discurso y la argumentación. Entonces, para beneficio del gobierno, el problema se restringe a Maduro. Recomiendan algunos que la campaña gire en torno a la promesa de sacar al presidente, acaso la mayor memez que alguien pueda haber parido en una noche de luna nueva. Me pregunto qué pasaría si el mensaje fuera “vamos a obligarlo a gobernar”. Porque al señor le quedan cuatro años en el cargo.
No menos importante es la M de músculo. El gobierno sabe que cada voto cuesta 7 dólares. Cuatro refinerías fueron vendidas, a unos 300 millones de dólares cada una. La aritmética es fácil. Despeje el lector la ecuación. Así que el gobierno tiene plata para costear la campaña electoral. Y tiene remolcadores, una gigantesca burocracia que hace lo que se le mande, provista de vehículos, alimentación y regalitos, y entrenada para campañear sin rechistar. La oposición tiene un archipiélago disperso y que hace dibujo libre.
No es a gente como yo a quien hay que convencer. Es a quienes votaron y apoyaron al rojismo. Y a esos no se les puede seducir con cursiambre y medias tintas.
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