El saber popular dice que “hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan”.
Pocas veces cuento cómo fueron mis días como reportera en la fuente política, me tocaron los años de la crisis interna de AD que generaron los casos de corrupción en la gestión de Jaime Lusinchi, Perez 2, incluidos “El Caracazo” y las dos intentonas de 1992 y mas tarde el juicio por malversación que provocó su renuncia a la presidencia y posterior prisión.
Fui reportera de radio y de tv, mis fuentes eran AD, Congreso y Consejo Supremo Electoral, desde 1989 hasta 1993, los años que voy a recordar en estas líneas.
Lo que quiero contarles, porque lo viví, es cómo eran las cosas para los periodistas en aquellos días tan difíciles, lo que recuerdo.
Las evaluaciones y cantidad de libros, con verdades y mentiras, mitos y más, que se han publicado sobre “el puntufijismo” y “La Cuarta” y sus errores y vicios se cuentan por decenas y en varios idiomas.
Pero también hubo virtudes, y no debemos olvidarlas porque no es que “volver al pasado” sea siempre atraso o algo horroroso. No temamos rescatar lo que fue bueno.
Como cuando los periodistas andábamos libremente por todo el Palacio Federal Legislativo, desde el Salón Elíptico hasta la mismísma presidencia del Senado, o sea del Congreso, o de la Cámara de Diputados.
Escuché varias veces a Ramon Jota Velazquez, sentada en la curul contigua, contarme de Diógenes Escalante y sus fascinantes días de reportero. Subía a la Presidencia en el Hemiciclo a preguntarle algo a Pedro París Montesinos en el Senado o a Moises Moleiro o a Ramon Guillermo Aveledo en la cámara de diputados. Teníamos acceso a todo y todos, en el Palacio y en Pajaritos, donde funcionan las oficinas administrativas y las comisiones. Andábamos a nuestras ancha
Se hacían las preguntas que había que hacer, por incómodas que resultaran, se opinaba en los programas de radio y televisión. En el Congreso ocurrían interpelaciones, los ministros rendían cuentas, las comisiones funcionaban y los periodistas conocían la agenda. La información fluía y podía investigarse.
Una vez, en su discurso por el Día del Periodista, Paulina Gamus dijo que entre periodistas y políticos había una relación “amor odio”, algunos lo interpretaron mal, pero bien sabíamos los del congreso a qué se refería la elegante diputada de Acción Democrática, quien era accesible y respetuosa de nuestro trabajo.
Las noticias de aquellos días no eran favorables al partido de gobierno, ahí están los archivos, y si bien hubo casos de censura, como después de la intentona de febrero de 1992 o agresiones y amenazas, que también se denunciaron, en la hemeroteca está la prueba de cómo era la libertad de expresión en aquellos años.
Bueno con recordar que el Premio Nacional de Periodismo lo ganaron Jose Vicente Rangel, Eleazar Díaz Rangel, Jesús Romero Anselmi, Walter Martínez, por nombrar algunos, no hay mucho más que agregar. La comisión que integraba el premio era verdaderamente plural.
Tambien Ibéyise Pacheco fue premiada por destapar con valentía el caso de la Manzopol, la policía paralela que José Manzo González manejó en los años finales de la administración de Jaime Lusínchi.
No, no todo el en pasado fue malo, el acceso a la información, que hubiese una sala de prensa en cada ministerio, no para hacer propaganda, sino para informar, que hubiese sala de prensa y acceso al libro de novedades de la PTJ, no era una dádiva, era una conquista del periodismo que se perdió en estos 16 años.
Ese satanizado “Pacto de Punto Fijo” estableció que si el presidente era de AD, el presidente de la Cámara de Diputados era de Copei, y viceversa, en la directiva siempre estaba el MAS, independientemente de su porcentaje en la votación, se trataba de respetar la representación de todos, no de matemática. Por eso Moisés Moleiro o Argelia Laya llegaron con justicia a estar en esas “alturas” bajo el arco tricolor de ambos hemiciclos del aquel congreso bicameral.
Como el gobierno era adeco, el presidente de la Comisión de Contraloría era copeyano, y había masistas y de la Causa R u OPINA, por eso fue que Douglas Dager y Nelson Chitty pudieron hacer su trabajo de investigación, y hacían interpelaciones, a la mismísima Blanca Ibañez la llevaron a rendir cuentas frente a toda la prensa. Walter Márquez llevó a las víctimas de la Masacre de El Amparo y Enrique Ochoa Antich investigó los hechos de febrero de 1989 y se supo de los Jeeps de Ciliberto y de todos los escándalos, incluyendo el que, con justicia o no, terminó por llevar preso al Junquito a Carlos Andrés Pérez e hizo que Jaime Lusinchi y su secretaria huyeran del país.
No olvidemos que eso también pasó, que fueron historias que se conocieron porque había independencia de poderes y acceso a la información.>
No, no siempre el pasado es para borrarlo, mucho menos lo que fue bueno, las virtudes de lo recorrido, lo que representó conquistas para la civilidad y la convivencia.
Yo si creo que no siempre se trata de cambiar de rostros, sino de actitud, de accionar. Creo que los hombres aprenden de sus errores y que son capaces de evolucionar y respeto y valoro sus experiencias tanto como la pureza y el ímpetu de los jóvenes.
Siempre recuerdo a Teodoro Petkoff (hablando de jóvenes) “Sólo los estúpidos no cambian de opinión”, como tituló su magnífica entrevista con él, el periodista Alonso Moleiro.
Teodoro, por cierto, era un orador que dejaba a todos en silencio y Moisés Molerio era un deleite, había, literalmente, que coger palco, y lo eran Ramón Guillermo Aveledo e Hilarión Cardozo, Lolita Aniyar, Argelia Laya, Pedro París, Ramón Jota Velázquez, Oscar Yánez. Aristóbulo Izturiz era muy buen orador, amigo de Paulina Gamus, solidaria con él en un momento difícil.
Me vienen muchas cosas a la memoria, discursos, verdaderas piezas como la que llevó uno de los mejores invitados que tuvo la tribuna de oradores en toda su historia: Luis Castro Leiva. >
Yo deseo que vuelva el respeto por el otro, el orden en las intervenciones, los discursos de altura.
Siempre, insisto, hay que buscar más evolución, mejorar, con los aprendizajes de los errores y también de lo que estaba bien.
No hay que olvidar nada.
Excelente recordarorio oportuno y necesario! Para quitar el Polvo y la Manipulacion que todos estos años de distorcion roja ha echado sobre la que fue La muy vituperada Democracia que no supimos apreciar. Bravo Mary! y Gracias!
Debería poder prohibirse olvidar porque siempre resulta dañina para la sociedad amnésica. Aunque más que olvidar, en el caso de Venezuela, ha sido como una ceguera de proporciones espeluznantes. Ha sido como un maleficio que omnibulo a, por lo menos, la mitad de los venezolanos, por distintas razones e intereses. Y, diría, que el reflejo más fidedigno de esa omnibulacion la refleja el adefesio imperdonable que el chavismo inventó con su libertador (en minúscula, aposta). Nunca entendí como gente preparada, estudiada y leída, además de patriótica (porque los hay en el chavismo), aceptaron, acataron y difundieron tal aberración. Es muy importante recuperar lo que perdimos en ese trágico devenir, incluyendo lo malo o erróneo que tuvimos o vivimos, porque nos servirá para calibrar y comparar a la IV con “eso”, que no se sabe qué es aunque sí lo mortífera que ha resultado, y evitar a toda costa repetirlo. Felicito a Mari Montes, y le agradezco las remembranzas frescas de momentos y situaciones que los ciudadanos vivíamos con normalidad, cuando éramos una democracia, imperfecta, por supuesto, pero siempre tratando de hacerla más y más perfectible hasta que llegaron los hunos con el Atila mas reconcomiado de la historia.
Sutil manera de conectar fuerte “punch” con recuerdos certeros. Gracias Mary Montes. Me he sentado feliz a releer tu mensaje; otros “caerán de nalgas” estupefactos, les conectaste donde duele. Abrazo y bendiciones.
Lo que escribe muy acertadamente es completamente cierto porque tuve el privilegio en esa época democrática de fungir como director de prensa del antiguo Congreso de la República, tanto e la Cámara e los diputados como en la de senadores y en tal época, con sus errores y virtudes, había completa libertad de prensa y de opinión y, sobre todo, los periodistas de todos los medios, sin distinciones de su orientación política o editorial podían andar por el Palacio Federal como en el edificio de Pajaritos como “Pedro por su casa”, y sin cortapisas de ninguna índole tenían acceso a los despachos de los presidentes tanto del Senado como de la de los Diputados. Permanecí más de veintisiete años en el poder legislativo y, cuando me tocó jubilarme, lo hice siendo amigo y colega de todos los periodistas de ambos sexos. ¡¡Vivan los periodistas!! !!Arriba los 112 diputados de la bancada democrática!!