Por: Rosario Anzola
Hace unos meses un grupo de sobrinos se reunió en mi casa a propósito de una celebración familiar. Por alguna razón alguno de ellos preguntó que por qué un fulano de tal era su primo. Le expliqué que su mamá era prima hermana de su abuela. No contento con ello volvió a preguntar por los apellidos que las unían. Y ahí se armó la sampablera. Los demás se sumaron al interrogatorio ante la lista de nombres y apellidos que acompañaban a sus genes.
Esa noche los muchachos quedaron impactados por los cuentos familiares y se les despertó una enorme curiosidad por conocer mucho más acerca de sus antepasados. Al mencionar a uno de los tatarabuelos (el general Mogollón) les hice mención a la Guerra Federal y a las montoneras que caracterizaron al siglo XIX venezolano, de lo que apenas tenían idea. Para estos adolescentes, Pérez Jiménez era un dictador que pertenecía al paleolítico. Una de las conclusiones más relevantes fue que comprobaron lo poco que sabían de su familia y lo poquísimo que sabían de la historia de su país.
La conversación me dejó inquieta. Entonces recordé una página de mi libro El niño que soy, en la que un pequeño implora: Anímame a inventar la mañana sin olvidar el justo valor de la noche. La velocidad y el estilo de la época que vivimos le resta valor a un pasado que se asume con la fugacidad del presente, y sin estas referencias no podemos ni comprender el hoy ni pensar el mañana.
Cuando la desmemoria se instala en el cerebro y en el corazón, desarraiga a los seres humanos de sus raíces afectivas. Los estudios indican que los niños que crecen cerca de los abuelos (o quienes fungen de abuelos), no solamente poseen una gran seguridad interior -alimentada por el amor incondicional del abuelazgo- sino que entre los cuentos de hadas se cuela el encanto de esos otros cuentos mágicos que hablan de la infancia y la juventud de esos “niños antiguos”. Es una cátedra libérrima de historia viva. Confieso con nostalgia que yo aprendí más historia de Venezuela con mis abuelos que en los aburridos textos escolares.
Cuando se realizan ejercicios para definir los proyectos de vida personales una de las preguntas detonantes es: ¿De dónde vengo yo? Conocer el pasado, ya se trate de nuestro pasado familiar como de nuestro pasado histórico, es fundamental para sentar las bases del sentido de pertenencia y, en consecuencia, para determinar principios y creencias individuales y colectivas.
Hay una variable para tomar en consideración: la desmemoria también es producto del concepto con que se ha abordado la enseñanza de la historia en las aulas. Nos hemos formado en la decimonónica e inútil metodología de memorizar nombres y fechas, en lugar de privilegiar el análisis de los hechos, sus causas y sus consecuencias. Por otra parte, los textos escolares refieren una historia que privilegia la heroicidad militar y desdeña el papel de la ciudadanía en la construcción de una nación. La celebración de las fechas patrias es un ejemplo de ello. La gloria de un país no puede interpretarse únicamente con paradas militares, puesto que los verdaderos héroes han sido, son y serán los ciudadanos que bregan día a día, contra viento y marea, para tener un país mejor.
En la lamentable crisis que nos arropa se evidencia el desconocimiento de lo que han sido los ciclos políticos de dictaduras y democracias en el último siglo y en lo que va de éste. Insisto con vehemencia en que a nuestros jóvenes hay que hablarles, escucharles, formarlos en la historia social y política de Venezuela. Mostrarles, con énfasis, que la violencia y la guerra nunca han solucionado nuestros problemas. Motivarlos a desterrar la desmemoria para que sean ciudadanos libres, independientes, capaces de decidir e incidir en su país.
Tuve la oportunidad de participar en un equipo que preparó para GUAO (un extraordinario portal educativo venezolano) un trabajo sobre las efemérides históricas. El intercambio de ideas en el grupo, liderado por Inés Quintero, nos hizo sentir la desmemoria que hemos sido y que quizá es la causa de muchos de los desmanes padecidos por los venezolanos de generación en generación.
Apremia, pues, ejercitar a los niños y jóvenes en destrezas del pensamiento analítico para abordar los hechos históricos, registrados y documentados por todos los medios posibles: a través de videos, fotografías, portales de Web, redes sociales, libros impresos o digitales y expuestos en charlas, foros, conversatorios y seminarios, con el fin de permitirles la comprensión del país y de sus habitantes.
Urge erradicar la desmemoria, con su perversidad alienante. Hay cosas que jamás podrán reencarnarse ni ser olvidadas. Urge desempolvar el pasado para no repetir errores, vivir un presente comprometido con los ideales de libertad, paz y justicia y visualizar un futuro construido fraternalmente entre todos los venezolanos.