Memoria del ñame – Alberto Barrera Tyszka

Publicado en prodavinci

Por: Alberto Barrera Tyszka

Escuché en la radio una propaganda oficial promocionando el ñame. La muchacha tenía una voz agradable y hablaba con un entusiasmo casi musical. Como si nos estuviera invitando a una fiesta: vamos todos pa’ la rumba. No te la puedes perder. Vamos a pasarla bomba. Va a haber yuca, ocumo y mapuey.

De inmediato, la memoria —siempre flexible y errática— me dejó en alguna noche de mi infancia. A veces, a la hora de la cena, mi madre ponía sobre la mesa ñame y queso. Eso era lo que tocaba. Uno o dos pedazos del tubérculo hervido y una rodaja de queso blanco salado. A mi me encantaba. Y, desde entonces, se me activa el recuerdo debajo de la lengua cuando pienso en esa combinación. El ñame con queso forma parte de los sabores de mi nostalgia. Pero no es un ideal gastronómico. Si mi madre hubiera podido, de seguro nos habría servido un bisteck con arroz o un rueda de carite sierra con ensalada. Hacer de la pobreza una utopía me parece indignante.

El gobierno se empeña en no reconocer el hambre. La ve pero no la acepta. Prefiere el espejismo que la realidad porque la realidad delata su ineficacia, su negligencia, su corrupción. Por eso, entonces, el oficialismo se dedica infamemente a convertir la miseria en una virtud. Desde el año pasado, lanzaron la campaña “Agarra dato, come sano, come venezolano”. El proyecto promueve el consumo de verduras y de vegetales producidos en el país, para tratar de paliar la imposibilidad de la mayoría de la población para acceder a productos como la carne, el pollo, el pescado, el arroz, las pastas, la harina… Pero el tiempo ha demostrado que tampoco la ahuyama, la batata, la yuca o el ñame son tan baratos. Un presupuesto familiar tampoco puede acceder fácilmente a los —ahora— tan bolivarianos tubérculos. Tal vez por eso mismo la muchacha de la radio también hablaba de sembrar y de cultivar en cada casa sus propias cosechas. Todo sabemos que eso es imposible. El futuro de la revolución está en la calle: el hombre nuevo debe comer basura.

Quizás llegue el día en que, en una cadena nacional, el Presidente diga que comer perrarina no es tan malo. Que se ha descubierto que las conchas del cambur son muy saludables. Que el cartón mojado con un poco de sal es alimenticio y le hace bien al corazón. Y saldrán, nuevamente, Delcy Rodríguez y Jorge Valero a repetir por el planeta que en Venezuela no hay hambre, que somos felices y no tenemos ninguna necesidad, que aquí —literalmente— comemos de todo.

La noticia de un bebé de 3 meses, fallecido esta semana en Ocumare del Tuy a causa de desnutrición, debería haber paralizado al país. Pero solo es un caso más, otra noticia repetida. Nada demasiado nuevo. Nada demasiado sorprendente. Es aterrador constatar que la tragedia se nos ha convertido en una rutina. Al negarla, el gobierno banaliza la realidad. Le quita peso, valor, dignidad. La despoja de su posibilidad de escándalo. El oficialismo ahora vive para ocultar el sufrimiento del pueblo.

“No hagas colas innecesarias”, dijo la muchacha de la propaganda en la radio. Esa es la voz del poder. No solo desconoce tu realidad, tu angustia; encima descalifica tu desesperación, tus intentos por enfrentar esa realidad, por salir de esa angustia. Para el gobierno, las colas son un caprichito, una mala crianza de aquellos necios que todavía no han entendido que ser pobre es bueno, que no hay nada como el ñame, que tener hambre nos hace mejores venezolanos.

Esta semana, sin embargo, hubo una manifestación diferente. Es un hecho que puede ser muy subversivo dentro del panorama simbólico del país. Fue una protesta por comida, según señala la noticia. Pero fue, además, frente a la casa de un gobernador. La gente trató de acercarse a la fachada donde reside el General retirado García Carneiro y comenzó a reclamar. El destino del hambre no tiene control. La gente sabe dónde viven los poderosos. El gobierno podrá negar la realidad, hasta que la realidad toque las puertas de sus casas. ¿Qué hay en la despensa del Gobernador? ¿Qué comen los ministros? ¿Qué hay en la nevera de Miraflores? ¿Una bolsita clap?

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