I. Una vez que cruzas la raya amarilla de la convivencia democrática y comienzas a violar derechos humanos fundamentales, ya nada te detiene. Ocurre como con los asesinos en serie. La primera muerte duele. La segunda un poco menos. Y las que siguen se convierten en cifras. En actos de rutina.
Shakespeare lo sabía muy bien. También los griegos. La ambición del poder extremo hace que cualquiera termine matando a su padre. Asesinando a la esposa. Poniéndole veneno en el vaso de vino al hermano. O encarcelando al mejor de los amigos.
Cuando la ambición de poder se convierte en el oscuro objeto del deseo, los sentimientos nobles se van perdiendo. Aun creyendo que sabe lo que hace, la persona, corte, logia o cúpula política poseída por la ambición se extravía en la noche oscura y delirante de la maldad sin límites. Los tiranos se acostumbran. Poco a poco se transforman en robots ensangrentados. La mayoría no percibe su propia decadencia. Se creen buenos, justos, redentores. Se miran al espejo y ven a Santa Teresita de Jesús. No saben que los demás observan a Lady Macbeth.
II. Macbeth y Banquo, generales del rey, cabalgan juntos. Encuentran a tres brujas. Las brujas les anuncian que el primero será rey y el segundo engendrará reyes. Macbeth se lo cree. Instigado por su esposa da muerte al rey Duncan y termina siendo proclamado rey de Escocia. Pero se sabe intranquilo por la segunda profecía. Entonces decide matar a su amigo Banquo y a su hijo. Lo intenta, pero Fleance, el hijo, se escapa y da inicio a un complot junto con los hijos de Duncan, Malcom y Donalbian y el barón Macduff.
Entonces comienza la saga de muertes. Macbeth ordena asesinar a Lady Macduff y a sus hijos. Lady Macbeth pierde la razón. Sonámbula intenta en vano lavar imaginarias manchas de sangre en sus manos. Termina suicidándose. Al final Macduff, Malcom y sus aliados invaden el castillo de Dunsinane. Malcom es coronado rey de de Escocia. Las ambiguas profecías de las brujas se han cumplido. Macbeth de Shakespeare.
III. Fue con el implacable castigo a Raúl Baduel, uno de los militares conjurados del Samán de Güere, cuando comenzó a hacerse evidente la soberbia implacable de Hugo Chávez. Luego del Carmonazo, Baduel se había convertido en figura legendaria por conducir el levantamiento militar que hizo posible el retorno del teniente coronel a Miraflores.
Un día cualquiera, al darse de baja, expresó públicamente su desacuerdo con el presidente golpista y su amigo de otros tiempos en persona ordenó que fuese severamente castigado por los jueces perros de presa rojos. Estuvo ocho años en un calabozo. Su hijo también fue castigado en 2014. Aún sigue en prisión. Banquo y Fleance en la era de Internet. Cuando el asesinato cortesano ya no es tan fácil.
Luego el autócrata, sin juicio previo, ordenó públicamente la prisión de Manuel Rosales, por entonces gobernador del Zulia y ex candidato presidencial. Rosales huyó y vivió largos años en el exilio. Luego regresó y ahora yace, también, en una cárcel. Aún sin sentencia.
Llegó Maduro y comenzó la persecución en serie. Primero ordenó la detención de Leopoldo López, fundador y coordinador nacional de Voluntad Popular, y diseñó el programa de acoso, torturas psicológicas y vejaciones duras a él y a su familia. Especialmente a las mujeres. A su madre y a su esposa. Luego mandó a detener a Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas. Un escuadrón de policías portando armas de guerra lo sacó a empellones de su oficina. Aún sigue preso.
Como lo están casi cien activistas políticos más. Muchos en degradantes e inhumanas condiciones, víctimas de torturas y otras humillaciones. Todas las semanas hay un preso político nuevo. En los últimos días han encarcelado a Yon Goicochea, de Voluntad Popular; Carlos Melo, de Avanzada Progresista, y; Braulio Jatar, director de Reporte Confidencial.
Como los asesinos en masa. Una vez que cruzan la raya amarilla ya nada los detiene. Son los que fracasan cuando triunfan.