Por: Sergio Dahbar
Ocurre todos los días. Uno conversa con estudiantes de una universidad, o periodistas de un medio, de Caracas o Mérida, y siente que aunque el mundo ha cambiado radicalmente, siguen inmersos en formas arcaicas de aprendizaje y ejercicio de la profesión. Quieren ponerse al día, pero las estructuras en las que se encuentran amarrados no entienden lo que ha ocurrido. Piensan que es un problema de puntos de vista.
No se trata de otra crisis económica o de un virus africano que nos hace estornudar demasiado. Estamos frente un cambio histórico. La era industrial y todas sus instituciones se quedaron sin fuelle. Es como un actor del cine mudo cuando se enfrentó por primera vez al pánico del sonido. No es una moda más, es una alteración en el ADN de nuestras vidas.
Medios de comunicación, universidades, corporaciones, gobiernos, sistemas de salud, sindicatos…, todos articuladores de la sociedad, negociaban o intentaban hacerlo con modelos de la era industrial.
Igual que la imprenta de Gutenberg permitió evolucionar de un modelo agrario a la era industrial con todos sus cambios sociales y de gobierno, internet pasó el swiche de era industrial hacia la digital. Más o menos como aprender a respirar de nuevo. Internet cambió la forma en que entendemos el mundo contemporáneo.
Tomemos en cuenta dos realidades que volaron por los aires. Las universidades ofrecen educación industrializada: una clase magistral de uno a muchos. Uno sabe, los otros escuchan atentamente. Lo mismo sucedía con los medios de comunicación: unos pocos escribían y titulaban, y los otros mansamente se dedicaban a leer. En silencio.
Casi siempre que visito una universidad o un medio, o doy un taller, me piden que recomiende un libro. Uno entre millones. Siempre recomiendo el mismo, porque su onda expansiva es letal.
Es Wikinomics, de Don Tapscott y Anthony D. Williams. De cómo la colaboración masiva cambió el mundo. Lo deberían leer todos los estudiantes que desean cambiar de vida. Lo debería leer mucha gente.
Existen principios que definen la era digital. El primero es la colaboración, modelo opuesto a la jerarquía. La colaboración se puede dar en una escala astronómica: millones de personas crearon una enciclopedia: Wikipedia. Nadie sabe más que otro. Todos son importantes y configuran un salto cualitativo con cada paso que dan.
No se trata sólo de una enciclopedia. Linux, sistema operativo gratuito, ha sido creado por cientos de miles de colaboradores. La tercera parte de las motocicletas que se fabrican en el mundo son el resultado de cientos de pequeñas compañías que se unen para colaborar.
La colaboración masiva no llegaría a ninguna parte si no existiera apertura y transparencia. La honradez es un valor que ha sido relativizado por sociedades que viralizan conductas corruptas.
¿Falta algún ingrediente? Compartir la propiedad intelectual, que dejó de ser exclusiva. El periódico inglés The Guardian ha liberado todas sus ediciones pasadas, IBM entregó 400 millones de dólares en software a Linux, que se encarga de desarrollarlo con voluntarios y de paso IBM aprovecha para desarrollar un negocio multimillonario de hardware ligado a este nuevo software. Es un hecho: compartir crea riqueza.
Hace pocos días un estudiante me preguntó si los ministros y funcionarios del gobierno venezolano actual conocerán las ideas de Wikinomics. La respuesta más sencilla era que no tienen tiempo para leer.
La otra que se me ocurrió después no es más feliz: creen en una religión donde ideología suplantó a mérito y donde la fuerza de la racionalidad y el sentido común se extinguieron ante verdades definitivas como ésta: “te lo juro que está disminuyendo’’.