El profeta Isaías anuncia el apocalipsis. “Vamos a arrasar con la derecha, vamos a acabarla, vamos a aniquilarla definitivamente”, vaticina el antiguo Fiscal devenido promotor de la Constituyente. Muerte, devastación, destrucción. Futuro promisorio. El régimen chavista mete a la oposición en una trampa, pero también se coloca en una posición extrema. En un sector del oficialismo se instala la duda: ¿vale todo para aferrarse al poder? A la cúpula no le tiembla el pulso. Pero otros prefieren bajarse del autobús antes que estrellarse con su chofer. Los disidentes del PSUV encienden las alarmas. Miraflores cohesiona a sus adversarios y abre una grieta en su seno. El presidente Nicolás Maduro renuncia a la razón y apela directamente al chantaje. “Constituyente o guerra”, amenaza. Desprovisto de argumentos, solo le queda la fuerza. Aplicar las nuevas 3R: represión, represión y más represión. Maduro asume su condición de sepulturero del “legado”. Por eso, cabe la pregunta: ¿de verdad puede gobernarse sobre un cementerio?
“No podemos vivir en un país así”, responde la fiscal Luisa Ortega Díaz y tiene razón. Porque en un país así solo se puede morir. Comenzó la cuenta regresiva hacia la destrucción de la República. “A esa Fiscalía le quedan 53 días, ni uno más”, apunta el primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Diosdado Cabello. El régimen chavista entendió que hay algo mejor que frenar la violencia: manipularla, convertirla en el próximo titular propagandístico del “noticiero de la patria”. La Constituyente es la panacea para todos los males y contra todos los malos. Eliminará a la Fiscal. Fulminará al Parlamento. Permitirá encarcelar a los 112 diputados. Prohibirá a los traidores a la patria postularse a cargos públicos. Impondrá la verdad oficial. Pero surge otra interrogante: ¿bastará para aplastar a millones de venezolanos?
Antes de las elecciones parlamentarias de 2015, Maduro advirtió que si ganaba la oposición “Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida política”. Se acabarían las misiones. “Sucederían cosas muy graves”. Él mismo se “lanzaría a la calle”. “El 27 de febrero quedaría corto, pequeño, sería un niño de pecho”. Miedo, terror, intimidación. Resultado: la oposición conquistó los 2/3 de la Cámara y le propinó al chavismo la peor derrota de su historia. El problema no es Ortega Díaz, ni los parlamentarios y mucho menos la Mesa de la Unidad Democrática. El principal obstáculo para el avance del totalitarismo es el pueblo, aquel que un día encumbró a la revolución y que ahora está resuelto a echarla del poder. Pese a la evidencia, Maduro parece decidido. Y entonces se plantea la última cuestión para quienes pretenden llenar la escasez de votos con abundancia de balas: ¿qué tan cómodo es sentarse sobre una bayoneta?