En descargo de los distintos voceros del régimen chavista, habrá que admitir que al menos son sinceros. El jefe de la comisión presidencial, Elías Jaua, dice que con la Constituyente la paz se “impondrá”, no se construirá. La jurisconsulta Iris Varela amenaza a los diputados con despojarlos de su inmunidad. El capitán Diosdado Cabello ordena voltear a la Fiscalía “patas arriba”. El ministro Aristóbulo Istúriz señala que “la Constituyente es un derecho que tiene el Presidente”. Y el promotor de la iniciativa, Nicolás Maduro, reconoce que busca “aislar a los violentos” –léase oposición que exige elecciones- e imponer una “justicia severa” contra los “terroristas” –vuélvase a leer lo mismo-. Queda claro. Sus autores no conciben la Constituyente como un instrumento para solucionar la crisis política, sino como un arma para exterminar a la disidencia. Un propósito tramparente, que diría el ilustre rector Carrasquero.
La lógica del régimen chavista funciona así: sufre un revés en la Alcaldía Metropolitana, monta el gobierno del Distrito Capital. No le gusta el gobernador, nombra a dedo un protector. Fracasa en la Asamblea Nacional, instala una Constituyente. La Fiscalía cumple con la ley, la suplanta por una “comisión de la verdad”. Pierde al pueblo, se inventa otro. Sectorizado y a la medida. Al difunto comandante Hugo Chávez lo acusaban de gobernar a espaldas de la mitad del país. El presidente Maduro lo supera y resuelve desconocer y aplastar al 80% de la sociedad venezolana. Siempre se puede caer más bajo. La Sala Constitucional aclara que el Jefe de Estado no está obligado a consultar la voluntad de los ciudadanos para activar la Constituyente. El ministro Jaua pone en duda que la nueva Constitución sea sometida a referendo. Basta con la opinión de un solo hombre. Para la revolución socialista, impulsora de la democracia participativa y protagónica, el pueblo se ha convertido en un estorbo.
En 1999, con toda la legitimidad que le otorgaron las urnas, Chávez convocó la Constituyente para redactar una Carta Magna que le diera sustento a su naciente proyecto político. Ahora, en plena agonía de la revolución, cuestionado por la comunidad internacional y repudiado por la inmensa mayoría del país, Maduro saca el puñal que escondía bajo su manga para liquidar la vía electoral. En un alarde de democracia y amplitud, el chavismo afirma que “con oposición o sin oposición, la Constituyente va”. Lo mismo repetía el Presidente con el “diálogo”, quizás sin percatarse de que para conversar se necesitan dos. Mientras se abraza a unas bases comiciales fraudulentas, la rectora Tibisay Lucena se alista para anunciar que el régimen ganó de forma irreversible una partida de solitario. Con la complicidad de todos los poderes del Estado, incluida la Fuerza Armada, Maduro se empeña en cerrar las puertas a una salida pacífica y solo deja abierta una alternativa: “O Constituyente o violencia”. Y Venezuela dice no a la Constituyente.
Excelente artículo. El periodismo es un importante bastión en la lucha por la paz, la justicia y el bienestar. Estos análisis nos ayudan a comprender la magnitud de la gravedad de la crisis venezolana y las consecuencias de las decisiones de quienes (des)gobiernan.