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Por: Wolfgang Gil Lugo
“Con un poco de paciencia, veremos terminarse el reino de las brujas, sus hechizos se disolverán, y la gente recuperará su verdadera motivación: devolver al gobierno sus verdaderos principios” Thomas Jefferson
Entre el poder tiránico y la brujería existe una relación que no es casual. La tiranía es la forma más extrema de dominación, y la magia negra es la forma más radical para someter la voluntad de los otros. La brujería seduce a las mentes para que persigan el poder y los poderosos se sienten atraídos por una forma de espiritualidad que les permite hacer posibles sus más bajos deseos.
El ascenso de Macbeth
Shakespeare, siempre tan reflexivo sobre el problema del poder, nos muestra la conexión privilegiada que existe entre la tiranía y la magia negra. La tragedia de Macbeth es, junto con Hamlet, una de las obras más profundas que se hayan escrito. Es un drama histórico que retrata con fidelidad al hombre sediento de poder.
El argumento se basa en una historia sombría, cargada de presagios y alucinaciones, de crímenes y conjuros. Es un texto en el que se unen indisolublemente los alegatos del gobierno ilegitimo, junto con sus consideraciones morales y su conexión con las fuerzas espirituales oscuras.
La obra comienza cuando Macbeth regresa victorioso de derrotar una invasión procedente de Noruega. Pero la felicidad concluye cuando éste se topa con las brujas, las tres Hermanas Fatídicas, quienes le profetizan que será señor de Glamis, luego de Caudor, y finalmente será rey. Al ver el vaticinio cumpliéndose progresivamente, Macbeth es presa de la más desmedida ambición. Al considerar el acto de traición que debe cometer para convertirse en rey, lo asaltan las dudas.
Ante los escrúpulos morales que lo acosan, su esposa, Lady Macbeth, le convence de llevar a cabo el asesinato del rey Duncan. Ella percibe una bondad excesiva en su marido. Estima que le falta el odio suficiente para una acción decidida. Por eso le pide que la escuche atentamente y lo arenga. Quiere “vaciarle su coraje en sus oídos”. Lady Macbeth dará a su cónyuge la seguridad necesaria para consumar el crimen. Ella es la que extirpa la duda y lo hace cruzar los límites. Para cumplir su propósito se entrega a la invocación de los espíritus invisibles, los “espíritus de muerte”. Macbeth acepta convertirse en esclavo de su ambición y la muerte del rey es silenciada con más asesinatos. Con la sangre derramada, vende el alma a las brujas y sella su porvenir.
Inquieto, el nuevo soberano regresa al lugar de su encuentro con las brujas. Les pregunta por su futuro. Ellas conjuran a tres espíritus. El primero advierte a Macbeth que tenga cuidado con Macduff, un noble que sospecha que él es el regicida. El segundo señala que “ningún hombre nacido de mujer” podrá vencer a Macbeth. El tercero hace una curiosa profecía:
Macbeth seguirá invicto y con ventura
si el gran bosque de Birnam no se mueve
y, subiendo, a luchar con él se atreve
en Dunsinane, allá en la misma altura.
Macbeth se siente satisfecho con este extraño augurio. Interpreta que su reinado será tan inconmovible como el bosque que rodea a su castillo, e infiere que su gobierno será invencible para siempre.
La caída
Envalentonado por las favorables profecías de las brujas, Macbeth planea nuevos crímenes. Ordena asesinar a la familia de Macduff, como retaliación por la alianza que realizó éste con Malcolm, heredero legitimo del trono.
Luego de un reinado de terror, el gobierno de Macbeth se tambalea: Lady Macbeth comienza a sufrir remordimientos. Camina sonámbula por los pasillos del castillo. Intenta lavar manchas de sangre imaginarias de sus manos. Al final su tormento la conduce al suicidio.
Por otra parte, las fuerzas combinadas de Malcolm y Macduff se aprestan al asedio, para lo cual los soldados han cortado ramas del bosque de Birnam para cubrir su avance: prácticamente el bosque camina.
Agobiado por el cumplimiento de las profecías de las brujas, Macbeth sale al campo de batalla como una bestia herida. Se enfrenta a un Macduff ansioso de vengar la muerte de su familia, quien le revela a su contrincante la forma como nació: arrancado de las entrañas de su madre muerta, con lo que se cumple la última de las fatídicas profecías de las brujas.
Al final, Macduff se presenta ante Malcolm con la cabeza de Macbeth para aclamar al hijo del rey Duncan como el legítimo heredero del trono de Escocia.
La tentación del abismo
Cuando Macbeth se descubre sitiado pronuncia un discurso de una profunda filosofía pesimista:
“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada” (Macbeth, Acto V, Escena V)
En ese discurso encontramos los síntomas de la tiranía como enfermedad. El ejercicio del poder despótico implica una desintegración de la personalidad: la brujería no es sino la expresión mística y mítica de esa desintegración. Los rasgos más oscuros de nuestra psique aparecen como demonios, entidades externas. Los efectos se convierten causa y las causas en efectos.
El gobernante legítimo es aquel que acepta con humidad que su cargo es solo temporal y su función servir a su pueblo. El gobernante ilegitimo considera que el poder es un privilegio del que no debe prescindir, y que primero está el ser servido antes que el bien común.
Cuando el ansia de poder excede a las convicciones morales, se pierde el sentido de la vida. La tiranía introduce la nada en la existencia individual y social. En tal sentido, Shakespeare afirma que la vida es una sombra narrada por un idiota, que desborda ruido y furia. Es el triunfo del nihilismo, esa desolación en la que ningún significado sobrevive.
Cuando la soberbia del gobernante se sobrepone a la soberanía popular, sobreviene el vacío. El lenguaje seductor y ambiguo de las brujas lo conduce a la catástrofe.