Por: Fernando Rodríguez
En mi artículo del domingo pasado exhortaba a asumir la agenda de la Mesa de la Unidad para lo que se presentaba como una batalla decisiva en la vida republicana, las dos semanas precedentes a esa monstruosidad que es la constituyente, pesada losa que se colocaría sobre la ya exigua democracia venezolana. En concreto el referéndum en que los venezolanos se pronunciarían libremente sobre la validez de esa esperpéntica parodia de soberanía, sobre el mutismo o la complicidad desde las fuerzas armadas ante el inmenso drama nacional y sobre el futuro de nuestras libertades fundamentales. A lo cual debería seguir, en parte legitimada y potenciada por un eventual triunfo demoledor en esos comicios libérrimos, una multiplicación de todos los métodos de lucha para detener definitivamente la entronización de una tiranía ya sin máscaras ni matices. Tan intenso se concibió ese crescendo que fue denominado “hora cero” y todavía esperamos se desglose hasta donde sea posible la ambiciosa finalidad con que se definió. Pero ese llamado nuestro no dejaba de señalar, por una parte, la escasa posibilidad que veía de que otras soluciones (renuncia, negociaciones, golpes…), en tiempo tan breve, cortaran ese enfrentamiento decisorio y, por ende, la muy cierta probabilidad de que tendríamos que enfrentar circunstancias todavía más duras y dolorosas que las hasta ahora vividas en defensa de la libertad. Apostábamos por ganar, pero también temíamos horas y costos muy altos.
Creo que en términos generales podría repetir esas líneas. Pero, sin duda, ha habido un hecho inesperado que ha movido el tablero de juego de una manera radical y que ningún analista debería ignorar: la modificación del estatus carcelario de Leopoldo López. Gran sorpresa, tanta que el mayor especialista en susurros, runrunes, del país afirmó que nadie, ni la familia, tenía conocimiento de ese evento sucedido en mitad de la noche. (Y una inquietud que dejó suelta por lo tan sorpresivo de esa sorpresa). El notición, que además rodó por medio mundo, suscitaba cualquier interrogante, digamos genéricamente: ¿y esa vaina?, sobre todo esa vaina en momentos de tan altísima tensión. Una primera lectura que recogí entre los amigos políticos de un noble capitán político que nos abandonó ese día, Víctor Hugo D’Paola, fue la de sospechar que era un signo que anunciaba alguna forma de transacción que podía modificar el dramático panorama que se nos venía encima. Lo cual, en el fondo, era esperanzador viniendo en principio el gesto del gobierno truhán. Los días sucesivos han desdibujado bastante esa opción, aunque yo no la descartaría, pero ciertamente se ha hecho un dilema. El periodista Alfredo Meza, en El País de España, considera que el acontecimiento ha dado lugar al primer enfrentamiento de monta en el seno de la oposición en estos tres largos meses de luchas compartidas sin fisuras. Es obvio, y era previsible, que no todos considerarían de la misma manera lo sucedido, y lo que se piensa va desde la traición a la victoria de la calle, de las mentiras y componendas a la airosa maniobra. Era de esperar, pero hay algo que complica un poco más: nombres sonoros envueltos en la brumosa situación, no solo marginales del teclado, y, además y sobre todo, es todavía inasible, enigmática. Esto, ver lo que sigue, posee alguna muy paradójica virtud.
Ahora bien, si tenemos un compromiso electoral decisivo hoy mismo y un itinerario muy cuesta arriba para impedir la aberración constitucional y democrática constituyente, me parece que no nos queda sino una opción razonable y ética que es postergar sine die el “sobrevenido” entuerto: sus causas, sus culpas o méritos, sus consecuencias positivas o negativas. Por ahora tenemos demasiado que hacer, demasiado que ganar o perder para dedicarnos a meditar si Rodríguez Zapatero es un mosquetero o un bribón, o López un pequeño Mandela o un manipulador. Eso ya lo veremos, lo que cuenta es el gobierno y sus mastines, sus crápulas jurídicas y sus focas amaestradas, en especial sus sicarios y matarifes, frente a los cuales tenemos que reconquistar la decencia y la libertad.