Los últimos días de Nicolás y su mujer – Carolina Jaimes Branger

Por: Carolina Jaimes Branger

De ella se sabe que era mayor que él y que forjó sus documentos de identidad para aparecer menor. Dicen que abandonó la escuela a los 14 años, pero en la vida pública aparecía como graduada universitaria con PhD. Hoy se especula que obligó a unos estudiantes a escribir su tesis doctoral. Tan ambiciosa como Nicolás, lo secundó en todas sus marramuncias.

La población había sido oprimida, explotada, muchos masacrados y la mayoría matada de hambre “por la dictadura más feroz”. Sin embargo, Nicolás creía que se la estaba comiendo porque de cuando en cuando subía el salario mínimo. En medio de su megalomanía, no se daba cuenta de que su gobierno se desmoronaba. Cito del Diario ABC de España: “(Nicolás) gobernó como un dictador implacable, manteniendo un estado policial de corte estalinista, alimentando la corrupción y el nepotismo, monopolizando los cargos más importantes en torno a su familia y viviendo en la más absoluta opulencia mientras el pueblo se moría literalmente de hambre”.

Nicolás insistió en mantener la política económica que arruinó a su país, a la par que su familia se enriquecía groseramente y daba claras evidencias de su fortuna. Cuando las protestas del pueblo desesperado y hambriento se hicieron más frecuentes y más numerosas, Nicolás seguía insistiendo en que “el pueblo lo amaba”.

Las cosas se le fueron complicando al dictador. Sus antiguos cómplices estaban ocupados apagando sus propios fuegos. En una protesta en un pequeño pueblo, Nicolás ordenó a los militares abrir fuego en contra de la población civil. Eso, lejos de atemorizar, enardeció más a la gente que continuó protestando. La comunidad internacional –que había pasado años en silencio- comenzó a exigir explicaciones y acciones claras.

Para demostrar que seguía siendo “amado por el pueblo”, Nicolás convocó a un encuentro con los obreros en la capital. En su discurso habló de la solidez de la revolución y de cómo ésta se había extendido desde el pequeño poblado donde había comenzado. Hizo referencias al imperialismo que se oponía a sus logros:

“Parece cada vez más claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad del país y detener la construcción del socialismo, para poner de nuevo a nuestro pueblo bajo la dominación extranjera. Tenemos que defender con todas nuestras fuerzas la integridad e independencia del país…Mejor morir en la batalla, llenos de gloria, que ser una vez más esclavos en nuestra propia tierra… Debemos luchar, para vivir libres”.

Quienes asistieron lo hicieron obligados y amenazados a punta de pistola, pero no por eso dejaron de abuchearlo. Ante las crecientes pitas, la esposa de Nicolás le susurraba al oído que les ofreciera otro aumento de sueldo, de las pensiones o más comida de la que recibían ya racionada. La gente enfurecida se convirtió en una onda expansiva que se propagó rápidamente por todo el país.

Cuando Nicolás ordenó más represión, las fuerzas armadas decidieron no acompañarlo. Ahí entró en pánico y decidió huir. Él y su mujer tomaron un helicóptero que fue obligado a aterrizar. Cuando tomaron carretera, fueron interceptados y detenidos. Ambos fueron juzgados y encontrados culpables de genocidio, daño a la economía nacional, enriquecimiento injustificable y uso de las fuerzas armadas en acciones en contra de civiles y ejecutados en tres días.

Ésta, en pocas palabras, es la historia de Nicolás Ceaucescu y su mujer, Elena. Dos que se creyeron imbatibles y fueron batidos. Dos que se creyeron infalibles y fueron derrotados. Dos que se burlaron del pueblo y fueron justamente sentenciados por ese mismo pueblo, humillado, sufrido, burlado.

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