El inventario de excusas y justificaciones se les fue enmagreciendo, hasta quedar en la insiforia. Pero por ninguna parte se asoma la vergüenza, el remordimiento y la mínima pedida de perdón. En la busaca de justificaciones se guarece la altivez de la ignorancia y y el más osado cinismo, ese mirar por encima del hombro, esa gestualidad que incluye la risita despectiva. La patanería altanera se pasillanea gorda, grandilocuente y con insolente desparpajo. Se habrá acabado el dinero para los demás pero ellos, ja ja, tienen en abundancia y en billetes de varias nacionalidades y denominaciones. Gasta que te gasta; igual lo afanado es tanto que da para varias generaciones de pachás.
Serafina, doñita margariteña, es experta en un arte de relevancia para nuestra cultura: el de lavar y planchar. La ropa de vestir y de cama y mesa, le queda prístina y sin una arruga. De eso ha vivido desde jovencita y levantó a sus tres muchachos, cada uno hoy duchos en sus oficios. Zoraida es empanadera. Su puestico ha estado de siempre en el mismo lugar, justo a la entrada de la playa. De un tiempo a esta parte conseguir todo lo necesario se le ha vuelto muy cuestarriba. Y el aceite que se “jalla” daña el sabor de sus maravillosas empanadas. A ña Zoraida todo el mundo la conoce y jamas alguien ha osado discutirle su impecable destreza culinaria. Goyo ya está viejo, pero sigue con su negocio abierto. Vende agua y refrescos. Hielo no, porque no tiene cava. Y si la tuviera, de poco le serviría dado el despelote de la luz que la cortan sin aviso ni derecho a protesta. De unos meses para acá la cosa se le ha puesto muy complicada. Hay fallas en los suministros. Los tres son amigos de la vida, compadres entre ellos. Ah, y comparten otra cosa, los tres tienen el mismo número terminal de cédula. Eso es una suerte enorme, porque supone que juntos pueden salir al peregrinaje.
Seguramente Venezuela es uno de los países más misteriosos de América Latina. Los venezolanos nadamos en secretos densos, muy densos. Que no hay cómo descubrir. Esas cosas que no se saben. En este corsariato en el que vivimos, cientos de decisiones -que nos incluyen y comprometen en el hoy y el mañana- son tomadas inconsultamente. Así las cosas, Serafina, Zoraida y Goyo no saben que cargan sobre sus tostadas espaldas un gigantesco mono contraído con la China y Rusia (dos de los países más imperialistas del mundo) y menos saben que una monumental deuda ha convertido a los venezolanos de a pie en esclavos de la morosidad. Sin comerla ni beberla. No saben los tres compadres que cada vez que el Presidente se mueve, fundamentalmente para pedir prestao o para profundizar pleitos, gasta una pantagruélica cantidad (en dólares) y se lleva una comitiva que más parece la corte de un emperador. Los compadres no tienen tiempo ni energía para andar al día en las noticias; la recesión -palabra extraña que se ha instalado en el vocabulario cotidiano- significa exactamente vivir al día. La vida no da para más.
Igual llegan al mercado al cuarto para las cinco y ya la cola llega hasta la siguiente manzana. Nadie sabe qué van a vender o a cuánto, pero la cola se hace de todas maneras. La señora les dice que va a recorrer farmacias y que luego pasa a recogerlos. Cinco horas más tarde, con la mañana otrora productiva desperdiciada en colas, van de regreso. Las bolsas contienen café extraño, pollos esmirriaos, harina de maíz, aceite que tapa las arterias y unos paqueticos de azúcar que dicen pesar medio kilo y no llegan ni a 300 grs. En el camino escuchan que media Margarita está sin luz. Más de lo mismo. Y en el carro comentan que a pesar de todo “aquí no pasa nada”.
Si usted es de esos que piensa que el 6D no vale la pena ir al votar, bueno, ese día por lo menos piense en los millones de compadres que están mucho peor que usted.
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