La ideología, ese extraordinario y al mismo tiempo cotidiano fenómeno, que el buen Spinoza define bajo el concepto de Imaginatio, es decir, de la imaginación, quizá sea uno de los temas y problemas más interesantes, y sin duda apasionantes, para buonaparte del “gremio” de quienes se dedican al cultivo del pensar en sentido enfático. La referencia napoleónica no es inútil. De hecho, quien por primera vez acuñó el término fue el insigne emperador, que al referirse a les philosophes enciclopedistas de segunda generación –reunidos al cobijo de Auteuil y llamados “los sensualistas”– los calificara, no sin cierta ironía, como “los ideólogos”. Nadie en su sano juicio puede, sin embargo, menospreciar los loables esfuerzos hechos por el marqués Destutt de Tracy –adversario de Napoleón–, para quien la ideología es “la ciencia de las ideas”, en el sentido de “ciencia de los estados de la conciencia”, fenómenos que expresan la relación existente entre los hombres, los organismos vivos y su medio natural de vida. De hecho, pensaba de Tracy que la conducta humana se formaba como resultado de dichos factores. Y, a decir verdad, sus intuiciones serían determinantes para la conformación de la hegeliana “ciencia de la experiencia de la conciencia” y, más tarde, para la definición de la überbau o “sobrestructura” que describiera Marx en el famoso Prefacio del 59.
“Del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción”. Según Perrault –y, por supuesto, Disney– Griselda y Anastasia, hermanastras de Cenicienta, intentan una y otra vez calzarse la zapatilla de cristal –la petite pantoufle de verre– sin conseguirlo, a causa del tamaño y grosor marcial de aquellas auténticas pezuñas, sin mencionar el enorme y disforme juanete de bota ancha y pisada vil. En resumen, a la ideología oficialista no hay manera de que le calce la forma mentis de Marx. Y sin embargo, ello no obsta para poder llegar a comprender que, más allá de “la bestia negra” y el “monstruo verde”, es posible precisar el punctum dollens de una ideología que, en realidad, no le es propia al chavismo oficial, sino a una barbarie militarista que circunda la vida social y política del país desde los tiempos de la preindependencia y, más tarde, repotenciada con el espíritu caudillista, propio de la llamada federación. Solo que tanto el chavismo dictatorial como su otro, su opuesto correlativo, lo han asumido en sí y para sí con renovado arrebato. Los extremos se tocan.
El concepto y su objeto, “la pauta y aquello a que ha de aplicarse”, ponen de manifiesto la presencia reflexiva de la conciencia. Por eso mismo, y en este caso, la labor consiste en limitarse a observar el movimiento recíproco de sus proyecciones en medio del ir y venir de su mutua adecuación. Como dice Hegel, “la conciencia es, de una parte, conciencia del objeto y, de otra, conciencia de sí misma; conciencia de lo que es para ella lo verdadero y conciencia de su saber de ello. Y en cuanto que ambas son para ella misma, ella misma es su comparación; es para ella misma si su saber del objeto se corresponde o no con este”. La duplicidad de la conciencia recuerda los espejos borgianos. Y mientras más se presuponen distancias y lejanías más cerca parecen encontrarse.
Dos características identifican la insania de los extremismos, tanto la del chavismo gobernante del presente, siempre con la mente en el pasado, como la de un antichavismo que redunda en las anacronías y reacciones, que añora y reivindica un país de idilios flotantes y castillos en el aire, a saber: su absoluta ausencia de comprensión del significado de democracia y, como consecuencia directa de ello, su apego a modelos ideológicos que justifiquen y encubran, que disimulen o recubran, su exacerbado fanatismo del poder por el poder, su sectaria ruindad, su ciega ira. Características que ponen de relieve lo que Gallegos denunciara en su tiempo: la necesidad de dar el salto cualitativo hacia la civilización y superar la barbarie.
Para la sensatez y la sobriedad, resulta tarea baldía el intento de concordar con el ignorante fanatismo de los extremos. No sin desesperación, Cecilio Acosta llama a la “unidad en la diversidad”, al reconocimiento del otro, que es, en el fondo, el mayor reconocimiento de sí mismo. El costo fue alto. Todavía Acosta aguarda por el más humilde de los reconocimientos a su labor como profesor ucevista. Para todo extremista –de derecha o de izquierda–, para un fanático del odio, un resentido social, el llamado de Acosta deviene inútil. Para quien cosecha la conciencia desgarrada, esquizoide, corrosiva, el otro debe ser aplastado. Ha sido tocado por mezquinos intereses personales hasta la saciedad, animado por las “pasiones tristes”, sin poder comprender que la justicia no es, y no puede ser, lo mismo que la venganza. No se construye una nueva sociedad, una sociedad, diversa, de progreso y riqueza, de paz y libertad, sobre las bases del odio. Cerrarle el paso a la diferencia, creer que solo con puño de hierro o con botas y “controles”, rodeado por la egolatría de efigies y condecoraciones, se pueda construir el mañana no solo es contrario a la verdad y al bien supremo: es una abyección.
La nación que está por construirse no se podrá construir mientras la mala fe no termine de disiparse, mientras se pretenda insistir en lo vano y fútil: honores, riqueza y sensualidad son, para quienes conciben la política como negocio y objeto de prepotencia, más importantes que el progreso sostenido de una sociedad que todo lo tiene para ser mejor. Detrás de los extremismos se esconden los propios intereses, las grandes fortunas, la obsesiva idea de la perpetuidad en cargos para los que se adolece de mérito. Detrás del extremismo se oculta el crimen. El “nudo gordiano” se concentra en esas grandes mayorías, en la unidad superior, de brazos abiertos y generosos, de amplia mente hacia un futuro de civilidad, decencia y espíritu de pueblo, presto para el gran reto que se tiene por delante.