Los muertos se levantan temprano, se sacuden la tierra de sus vestimentas, se acicalan, se paran frente al espejo a ver si reconocen sus rostros, se palpan para constatar cuánto han cambiado durante su ausencia. Salen sin prisa, recorren a paso lento las calles, como reconociéndolas, se distraen con una casa o una plaza y llegan algo despistados a su destino acallando recuerdos. Las largas filas de gente, la interminable espera no los espanta, al fin y al cabo tienen toda una eternidad por delante; tampoco conversan con sus vecinos, ni comentan las noticias del momento, ni los partidos de fútbol, los difuntos son callados, taciturnos, por lo general están de malas pulgas. Cuando les toca su turno, recorren con sus dedos largos y transparentes la lista de nombres, reconocen el que alguna vez los identificó en carne viva y validan su firma por el revocatorio.
Los niños se jubilan del colegio; ellos, con un marcador se dibujan un bigote y se ponen traje, camisa y corbata paternal; ellas se maquillan, calzan los tacones y el vestido preferido de mamá; lucen como adultos de baja estatura. Las largas filas de gente, la interminable espera no los espanta, al fin y al cabo tienen un vida por delante. Se empinan y con sus pequeños dedos, como creyones, recorren la lista de nombres, ubican el que los acompañará toda una vida y validan su firma por el revocatorio.
El preso número 9 (es decir privado de libertad) abre la arepa reina trucada que le preparó su mujer. Adentro hay una lima voraz y un mensajito que reza: “duro con esos barrotes, y sal a validar tu firma por el revocatorio”. John McDonald, ciudadano de Brooklyn llama a su amiga, Elsa, le pide datos sobre Venezuela, se pone en contacto con la Asociación Mundial Sin Huella Dactilar (AMSHD), contrata por subscripción varios vuelos charter, y centenares de extranjeros y sin huellas dactilares terminan haciendo su cola para validar sus firmas por el revocatorio mientras mascan chicle.
El poderoso miembro de la más alta nomenclatura roja, rojita encargado de dinamitar el derecho de los venezolanos a realizar el revocatorio declaró recientemente: “El proceso es la perpetración de un fraude conocido en la historia electoral, el más gigantesco de todos los fraudes cometidos por la derecha. Aparecieron 10.995 personas fallecidas firmando, 1.315 privados de libertad, centenas de personas que no están en el registro electoral por ser extranjeros o por ser menores de edad y miles de personas sin huellas dactilares”. (Sic,sic,y re-sic).
Mire que con el millaje que uno lleva encima ha visto cosas, ha creído en pajaritos preñados de plumaje naranja, ha tragado sus sapitos y perdido en el camino la inocencia del asombro. Pero el equipo de gobierno que rige los destinos del país, el cogollito que decide, no cesa de impactarnos en su colosal capacidad para hacer las cosas mal. Sobre todo, para vivir en ese estado de permanente denial, de negación esquizofrénica de la realidad, sordo y ciego a lo que acontece a su alrededor.
El país se le fue de las manos, acabó con la memoria de su progenitor, el pueblo que dice representar le dio la espalda y está cada día más aislado en el continente. Pero el cogollo rojo sigue creyendo que la política es el arte de trucar, de engañar, de amenazar y postergar. Los venezolanos votan por una nueva mayoría en la Asamblea Nacional, la desconoce. Los venezolanos quieren ejercer su derecho constitucional al revocatorio, trata de impedírselo. Bajo sus pies palpita una falla sísmica de desafecto popular de considerable dimensiones, y se empeña en negarlo con argumentos torpemente fabricados.
Polvo seré, pero polvo reivindicado, musitarán los muertos a la hora de votar en el revocatorio.