¿De cuántas puntas está guindando este gobierno? Pongamos que son cuatro los hilos que, cada vez más finos, soportan al gobierno. El primero es, obviamente, la cúpula militar. De ella no hay mucho qué decir. Hermética, cerrada, casi una caja negra para los mortales civiles que, a pesar de ser la mayoría, no tenemos ni acceso ni idea de lo que pasa garitas adentro. En el mejor de los casos, nos conformamos con pensar que se debe parecer al país, les deben indignar las mismas cosas y, a su vez, confiar en lo poquito de institucionalidad que nos queda para que transitemos hacia un cambio que, por el bien de todos, y en especial de ellos mismos, no tenga más sobresalto que los debidos.
El segundo debe ser el entramado de privilegios de los jerarcas y su clientela, así como los costos que deben ser proporcionales a los temores a quedar desnudos, a la intemperie de unas víctimas y de unos opositores que creen que se comportarán como ellos, en otras palabras, sin ningún otro principio que el interés de mantenerse (o hacerse) con el poder.
El tercer hilo es la inercia, las dificultades y los obstáculos para mover las cosas. Se trata de la pesada carga que tienen los ciudadanos privadamente como para tener que, además de todos los problemas diarios y cotidianos, imponerse la tarea de tener que cargar con el país. Es la ecuación de la lógica de la acción colectiva, el lindero a partir del cual el cálculo individual deja de tener sentido, porque lo público se nos metió dentro, invadió la casa, y se cree firmemente que si no cambia lo de fuera no hay posibilidad hacia dentro. Cuando ese momento llega, todos los otros hilos tiemblan. Pero no ha llegado.
El cuatro es la oposición. Es la inversa a su eficacia y posibilidad de actuar políticamente para canalizar vías para el cambio. Más que un hilo, es una tijera desde la cual se pueden cortar los otros tres, pero mientras no actúa, mientras duda o se distrae es un factor de sostenimiento del gobierno.
No es ocioso preguntarse cuál de los cuatro es el más fuerte. El primero lo omitimos por falta de información y el último lleva tiempo sin ser un sostén del régimen. Antes los errores de la oposición eran la principal ventaja del gobierno. Hoy sería muy mezquino suponer que el gobierno se sostiene gracias a la omisión o la impericia de la oposición. No es cuestión de pareceres. La oposición obtuvo una abrumadora mayoría hace poco menos de tres meses y en la actualidad no hay una sola consulta popular que pueda perder, de allí el miedo oficial a contarse.
Dicho lo anterior, entonces, ¿qué sostiene al régimen? Por ahora la inercia y los privilegios de una camarilla aterrorizada de perder el poder. Mucho abuso y muchas cuentas pendientes, o incluso mucho temor a pensar que se tienen deudas, imposibilitan que desde dentro se esboce una transición. En lo que se avizora, nadie de la nomenclatura oficial está dispuesto a dar un paso al lado. Aunque, para muchos, atrocidades como las de Tumeremo y otros escándalos destapados por la Asamblea Nacional hagan que los menos comprometidos traten de propiciar transiciones, al menos por ahora, desde dentro, es poca la posibilidad de un cambio. Renuncia o negociaciones son, a la fecha, pura y simple imposibilidad.
¿Qué nos queda? Lo mismo que siempre hemos tenido. La convicción de un pueblo que cree que el gobierno es el principal obstáculo para solucionar sus problemas. Junto a una oposición que, con sus altas y bajas, va trazando vías para canalizar el descontento sin actos heroicos o eventos estrambóticos, pero con la firmeza de confiar en la gente y su voto.
Referéndum, enmienda y, casi se nos olvidaba, elecciones a gobernadores, son futuras batallas que nos aguardan para seguir socavando las bases y cortando los hilos que sostienen al gobierno. No hay otra vía; a todos nos gustaría que fuera más rápido, pero no hay condiciones sino para arar con los bueyes que poseemos y sembrar en la colectividad que, para bien o mal, finalmente tenemos.